jueves, 8 de enero de 2015

LA PRIORIDAD: HACER EL BIEN

(Mc 6,34-44)

Le sucedió a aquel sacerdote que viendo al samaritano necesitado de ayuda se justificó auto engañándose, para descomprometerse y seguir adelante. Y nos sucede también muchas veces a nosotros mismos, que queriendo no comprometernos nos justificamos auto engañándonos también. Todos sabemos cuál es nuestra prioridad, la conocemos bien, pero distorsionamos la realidad para buscar nuestras comodidades, intereses y egoísmos. Será absurdo engañarnos porque a Dios no se le esconde nada.

Quizás los apóstoles buscaron lo mismo ante aquella preocupación de Jesús por la muchedumbre cansada y sin nada que comer. Jesús se compadeció y soluciona el problema. Nosotros nos justificamos en nuestras limitaciones y perdemos de vista la confianza y fe en el Señor. Porque nunca seremos nosotros quienes demos solución a los problemas. Si lo hacemos, lo hacemos en el Señor, porque todo poder nos viene dado de arriba. Ya se lo dijo Jesús a Pilato (Jn 19, 11).

Creo que el Maligno se aprovecha de nuestra confusión y desesperación. Somos poca cosa y no podemos arreglar el mundo Pero eso no nos exime de preocuparnos y esforzarnos en solucionar las situaciones de miserias e injusticias que se viven en el mundo. Sin ser lo suficiente, la Iglesia alivia muchas situaciones como la que hoy nos presenta el Evangelio, y lo hace a través de sus miembros. En esa línea, todos debemos poner nuestro granito de arena y dar de comer al hambriento y ayudar al necesitado.

También se necesita la colaboración del necesitado, porque si es más difícil rechazar el alimento y las necesidades materiales, si experimentamos que rechazan las más importantes y necesarias, las espirituales que les ofrece el Espíritu de Dios y nos da la auténtica y verdadera salvación.

Pidamos al Espíritu Santo la luz necesaria para comprender que no sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4, 4). Amén.

miércoles, 7 de enero de 2015

LLEGA LA HORA

(Mt 4,12-17.23-25)

Jesús así lo interpretó. Enterado de que habían apresado a Juan el Bautista, sale a la vida pública y empieza a proclamar el Mensaje para el que fue enviado a este mundo. Había terminado la hora del precursor y empezaba la de Jesús, el Salvador del mundo.

Y Jesús nos anuncia que el Reino de los cielos está cerca. Y tan cerca que lo tenemos presente delante de nosotros. Y ahora también, porque a través de la Iglesia, Jesús se hace presente en los sacramentos y en la comunidades o grupos. No está físicamente, pero sí está sacramentalmente, presente bajo las especies de pan y vino. Es el Señor que vive y se manifiesta entre nosotros.

Jesús recorre los alrededores de Galilea. Cura y sana a todos los que se acercan a Él, y les proclama la Misericordia de Dios. Y le siguen multitudes interesadas en ser curadas. Supongo, sin lugar a duda, que a nosotros nos ocurriría igual hoy. Si supiésemos de alguien que curara enfermedades de todo tipo, incluso las que son raras y difíciles, acudiríamos, haciendo el esfuerzo que sea, sin pensarlo. Pero, ¿y las enfermedades del espíritu?

He compartido en otros momentos mi asombro al ver a tanta gentes esforzándose en cuidar su salud; haciendo ejercicios físicos y preocupados en mantener su cuerpo sano. Y es bueno y saludable, y se debe hacer porque somos responsables de cuidarnos. Pero, por la misma razón, ¿cómo es que no cuidamos nuestra alma? El cuerpo, a pesar de tantos cuidados, caducará tarde o temprano, pero nuestro espíritu seguirá vivo, y será eterno. Dependerá de nosotros ahora de que mañana, la eternidad, viva gozoso y feliz.

Busquemos al Médico Bueno que cura las enfermedades, pero busquémoslo no sólo para sanar el cuerpo, sino fundamentalmente para salvar el alma, porque es ella la que permanece eternamente.

martes, 6 de enero de 2015

ESTABA ESCRITO EL NACIMIENTO DE JESÚS

Mt 2, 1-12



No era un nacimiento más sino que estaba escrito y pensado por Dios, el Padre Eterno: "Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de la ciudades de Judea; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel".

Pero no está anunciado para Herodes solo, sino también para todos nosotros. Sabemos cuál fue la reacción de Herodes, pero, ¿y la nuestra? ¿Aceptamos nosotros a ese jefe, pastor de Israel como nuestro Dios y Señor? ¿O lo aceptamos a media como una formalidad más de tantas que tenemos y practicamos en nuestra vida? De hecho así parece, pues no se entiende que mucha gente frecuente la misa y no participe en ella sino como mera formalidad social.

Y también, porque no expresarlo, los que participamos eucarísticamente, que dejamos toda nuestra fe para sólo esos momentos. Pidamos al Señor responder a nuestro compromiso de bautismo más coherentemente tanto de palabra como de obras.

Comprometerse y responder a la fe exige esfuerzo. Un esfuerzo como el que nos presenta hoy el Evangelio con los reyes magos. No es fácil salir de tus comodidades, de tu territorio, de tus dominios y aventurarte en tierra extraña en la búsqueda de alguien que no ofrece aparentemente seguridades. Exponerte a perder tus propias seguridades exige dejar al descubierto tu fe y probarla.

Entiendes que es incómodo, arriesgado, molesto y hasta preocupante salir al encuentro del Señor. Exige riesgos, decisiones inseguras que te predisponen a perderlo todo. Sin entender ni saber qué camino seguir y qué hacer. ¡Dios mío, esa es la misión del Espíritu Santo! Confía en Él y, a pesar del sufrimiento de tu propia cruz, déjate llevar. A l final verás la luz, el gozo y la felicidad eterna.

lunes, 5 de enero de 2015

COSAS MAYORES VERÉIS

(Jn 1,43-51)

No sé exactamente qué puede significar lo que Jesús dice a Natanael: "Has de ver cosas mayores». Y le añadió: «En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre», pero supongo que significará lo que dice literalmente. Y eso espero, ver cosas mayores, porque creo en la Palabra del Señor. 

En esa esperanza despertar cada día es un hermoso y maravilloso reto. Cada día nace la ilusión de vivir el amor y de esperar, como Simeón, las maravillas que el Señor nos ha prometido: "Has de ver cosas mayores..." Y también de compartir ese gozo y felicidad prometida comunicándoselo a los demás. Porque todos los hombres sienten el deseo trascendente de ser felices siempre, y en eso se esmeran cada día.

Ocurre que lo hacemos equivocadamente pensando que en las cosas podemos encontrarla. Y la experiencia nos indica que no es así, pero seguimos empeñados en lo mismo con tal de no cambiar, de no dejar la soberbia y avaricia que nos invade. Necesitamos despojarnos de todo eso y cambiarlo por la humildad. Sólo así podremos cambiar.

Sólo el Señor Jesús puede llenar tu corazón de lo que buscas, de gozo y felicidad eterna. Él es el tesoro que andamos buscando, pero que lo ignoramos rechazándolo por cosas caducas y perecederas. No tiene sentido buscar en aquello que muere, porque también nos traerá la muerte a nosotros. Sólo el Señor, que nos da a beber el agua que salta a la vida eterna, nos da la fuente de vida feliz y eterna.

domingo, 4 de enero de 2015

A TODOS LOS QUE LE RECIBEN LES DA PODER DE HACERSE HIJOS DE DIOS

(Jn 1,1-18)

Es muy importante ser hijo, porque los hijos heredan la herencia del Padre. Es este caso concreto, ser hijo de Dios significa heredar la Vida Eterna y la Gloria del Padre. Es la máxima aspiración del hombre, acepte, acoja, reciba o no al Señor que se hace Hombre y acampa entre nosotros. Esa es la Navidad eterna de cada día: recibir al Niño Dios en mi corazón.

Porque la Palabra de Dios convierte mi corazón y me hace coheredero, con su Hijo, de su Gloria. Ahí reside lo importante y valioso del Bautismo, porque por y en él recibimos la Bendición Trinitaria que nos da la categoría de ser y llamarnos verdaderos hijos de Dios y coherederos con su Hijo, de su Gloria.

Y la Gloria del Padre es la felicidad plena y gozosa y para Siempre. Y eso es lo que buscas tú y busco yo. El gozo del amor que te invade de paz, de sosiego, de serenidad, de gozo y felicidad que no pasa; que no se acaba como este año que ya pasó. El Amor de nuestro Padre Dios es eterno, permanece y siempre está llenándonos de gozo y felicidad.

Abre tu corazón, medita y reflexiona la Palabra bajada de lo alto y experimentarás que todo lo que buscas en esta vida está contenido en Ella. Porque la Vida y la felicidad está en la Palabra de Dios anunciada por el Hijo hecho Hombre. 

sábado, 3 de enero de 2015

JESÚS ES A QUIEN JUAN ANUNCIA

(Jn 1,29-34)

Juan presiente que su Misión está llegando a su fin. La presencia de Jesús le descubre que ha llegado el Mesías esperado y prometido, por él anunciado, y lo señala a sus discípulos cuando lo ve venir hacia él. Juan se sabe advertido por el Espíritu de Dios que aquel en quien se pose el Espíritu, bajado en forma de paloma, ese será el que ha de bautizar con Espíritu Santo.

Y Juan da testimonio de que lo ha visto posarse en Jesús, y lo señala como el Hijo de Dios hecho Hombre. Juna el Bautista es un hombre digno de crédito. Su vida, coherente con su palabra, lo confirma y transmite. Juan está en la historia y es prueba y testigo de lo que dice. "Y lo que dice es: Jesús es el Hijo de Dios Vivo".

Pedimos al Espíritu Santo que, como Juan, veamos y experimentemos que Jesús, el Niño Dios que ha nacido en Belén, es verdadero Dios y verdadero Hombre, que se acerca a los hombres para traerles la verdadera y única salvación.

Pero, pidamos fuerza y valor para ser testigos y dar testimonio de que Jesús, el Hijo de Dios, vive entre los hombres y nos tiende sus brazos para ofrecernos la única y verdadera salvación. Amén.

viernes, 2 de enero de 2015

JUAN, EL PRIMER TESTIGO

(Jn 1,19-28)

Juan el Bautista anuncia que Jesús está entre nosotros. Ya, desde el vientre de su madre, Juan salta de gozo al sentir cercana la presencia del Señor en la visita de María a su prima Isabel. Ahora, ya como precursor del Mesías, Juan testifica que él no es el Mesías, ni Elías ni el profeta.

Y preguntado por su persona, Juan se define como «Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías». Y les notifica «Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros está uno a quien no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia».

El término desatar la correa de su sandalia significaba en el pueblo judío aquel que era superior, el más fuerte, el poderoso... Juan señala al Señor como el Mesías, el Salvador. Aquel que nos bautizará con Espíritu Santo para que revestidos de la Gracia del Padre podamos proclamar y vivir la Buena Noticia de salvación.

Pidamos la Gracia de, como Juan, ser también nosotros testigos del Señor y proclamar la Buena Nueva de palabra y vida. Amén.