(Mc 6,34-44) |
Le sucedió a aquel sacerdote que viendo al samaritano necesitado de ayuda se justificó auto engañándose, para descomprometerse y seguir adelante. Y nos sucede también muchas veces a nosotros mismos, que queriendo no comprometernos nos justificamos auto engañándonos también. Todos sabemos cuál es nuestra prioridad, la conocemos bien, pero distorsionamos la realidad para buscar nuestras comodidades, intereses y egoísmos. Será absurdo engañarnos porque a Dios no se le esconde nada.
Quizás los apóstoles buscaron lo mismo ante aquella preocupación de Jesús por la muchedumbre cansada y sin nada que comer. Jesús se compadeció y soluciona el problema. Nosotros nos justificamos en nuestras limitaciones y perdemos de vista la confianza y fe en el Señor. Porque nunca seremos nosotros quienes demos solución a los problemas. Si lo hacemos, lo hacemos en el Señor, porque todo poder nos viene dado de arriba. Ya se lo dijo Jesús a Pilato (Jn 19, 11).
Creo que el Maligno se aprovecha de nuestra confusión y desesperación. Somos poca cosa y no podemos arreglar el mundo Pero eso no nos exime de preocuparnos y esforzarnos en solucionar las situaciones de miserias e injusticias que se viven en el mundo. Sin ser lo suficiente, la Iglesia alivia muchas situaciones como la que hoy nos presenta el Evangelio, y lo hace a través de sus miembros. En esa línea, todos debemos poner nuestro granito de arena y dar de comer al hambriento y ayudar al necesitado.
También se necesita la colaboración del necesitado, porque si es más difícil rechazar el alimento y las necesidades materiales, si experimentamos que rechazan las más importantes y necesarias, las espirituales que les ofrece el Espíritu de Dios y nos da la auténtica y verdadera salvación.
Pidamos al Espíritu Santo la luz necesaria para comprender que no sólo de pan vive el hombre sino de toda Palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4, 4). Amén.
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