martes, 6 de enero de 2015

ESTABA ESCRITO EL NACIMIENTO DE JESÚS

Mt 2, 1-12



No era un nacimiento más sino que estaba escrito y pensado por Dios, el Padre Eterno: "Y tú, Belén, tierra de Judea, no eres ni mucho menos la última de la ciudades de Judea; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel".

Pero no está anunciado para Herodes solo, sino también para todos nosotros. Sabemos cuál fue la reacción de Herodes, pero, ¿y la nuestra? ¿Aceptamos nosotros a ese jefe, pastor de Israel como nuestro Dios y Señor? ¿O lo aceptamos a media como una formalidad más de tantas que tenemos y practicamos en nuestra vida? De hecho así parece, pues no se entiende que mucha gente frecuente la misa y no participe en ella sino como mera formalidad social.

Y también, porque no expresarlo, los que participamos eucarísticamente, que dejamos toda nuestra fe para sólo esos momentos. Pidamos al Señor responder a nuestro compromiso de bautismo más coherentemente tanto de palabra como de obras.

Comprometerse y responder a la fe exige esfuerzo. Un esfuerzo como el que nos presenta hoy el Evangelio con los reyes magos. No es fácil salir de tus comodidades, de tu territorio, de tus dominios y aventurarte en tierra extraña en la búsqueda de alguien que no ofrece aparentemente seguridades. Exponerte a perder tus propias seguridades exige dejar al descubierto tu fe y probarla.

Entiendes que es incómodo, arriesgado, molesto y hasta preocupante salir al encuentro del Señor. Exige riesgos, decisiones inseguras que te predisponen a perderlo todo. Sin entender ni saber qué camino seguir y qué hacer. ¡Dios mío, esa es la misión del Espíritu Santo! Confía en Él y, a pesar del sufrimiento de tu propia cruz, déjate llevar. A l final verás la luz, el gozo y la felicidad eterna.

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