miércoles, 11 de noviembre de 2015

VOLVEREMOS A ENFERMAR DE LEPRA

(Lc 17,11-19)

Quien ha sido curado de una grave enfermedad sabe lo que significa el estar agradecido. Es un sentimiento e impulso irrefrenable que surge desde lo más profundo del corazón en forma de agradecimiento. Supongo que aquellos leprosos que no volvieron a agradecer la curación a Jesús no fue intencionado sino producto de la alegría y la emoción.

De todas formas, el leproso agradecido, siendo incluso el menos inesperado para ellos, pues era extranjero, y nada o poco sabía de Jesús, respondió a ese impulso de gratitud que nace en el corazón de cada hombre. Sin embargo, esta curación no es la definitiva, porque volverás a enfermar de lepra y no tendrás a nadie que te vuelva a curar. Morir habrá que morir.

Los que olvidaron dar gracias, quizás pensaron iniciar un nueva vida al sentirse curados de la lepra sin contar con Jesús. Posiblemente se sintieron agradecidos, pero eso no les impulsó a regresar para darle gracias, ni a contar con Jesús para emprender un nuevo camino. 

Sí lo hizo el extranjero, el que menos le esperaba, glorificándolo y agradeciéndole en alta voz su curación. Y recibió de Jesús, por la fe, la  salvación. La verdadera y única salvación, la que verdaderamente todos los leprosos de la vida buscan. Porque a todos nos alcanzará, hoy o mañana, la lepra. La lepra que puede privarnos de la verdadera Vida, la Eterna.

Y esa es de la que necesitamos ser curados, la lepra que puede arrebatarnos la Vida Eterna. Por eso, necesitamos regresar agradecidos al Señor, y confiar en su Palabra, y seguir sus pasos cada día de nuestra vida glorificándole y agradeciéndole todo los que nos da a cada instante. Y fortaleciéndonos en su Palabra gracias a su Amor y Misericordia.

martes, 10 de noviembre de 2015

HACER LO QUE DEBEMOS SIN ESPERAR RECOMPENSA

(Lc 17,7-10)


Muchas veces pensamos que merecemos recompensa por hacer las cosas bien. Entendiendo por bien actuar según la justicia, la verdad y la honradez. Y es que no descubrimos que ya hemos sido recompensados con la salvación Eterna. Porque Jesús murió en la Cruz para la redención y el perdón de todos nuestros pecados.

Lo que procede ahora es actuar como Dios manda, y darle gracias por todo lo que nos ha dado. Estamos vivos. Hemos recibido el don de la vida, y se nos da el Infinito Amor de Dios, que nos salva y nos hace eternos. ¿Cómo nos atrevemos a creernos merecedores, y a exigirle a Dios esos derechos?

Y ocurre que muchas veces recriminamos al Señor que no nos atiende, o que no nos ha dado aquello que le hemos pedido. Y nos creemos con derecho de enfadarnos y hasta rechazarle. Es como si pretendiéramos que, sentados a la mesa, Él nos sirviera. Pidamos perdón al Señor por nuestra ignorancia y osadía.

Esa es la intención que el Evangelio de hoy nos quiere descubrir, la necesidad de darnos cuenta que tenemos que servir de manera gratuita y desinteresada. No hacemos nada por lo que merezcamos recompensa, porque ya nuestro Padre del Cielo nos ha recompensado con todo lo que nos ha regalado. Somos siervos que debemos actuar sin ánimo ni esperanza de recompensa, porque ya el Amor de Dios nos llena de gozo y satisfacción.

Servir por amor es servir en la alegría y en el gozo de la plena felicidad. Y eso lo experimentamos cuando lo vivimos en la familia. Los padres, no sólo dan, sino se dan por amor a sus hijos, y en ese dar y darse encuentran la verdadera felicidad. Y es que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y Dios es Amor Infinito y gozoso, por lo que nuestro mayor anhelo es llegar a identificarnos con Él.

lunes, 9 de noviembre de 2015

SOMOS TEMPLOS DE DIOS

(Jn 2,13-22)


Se hace difícil imaginar a Jesús echando a aquella gente del templo, y volcándole las mesas donde hacían todo tipo de operaciones. Habían convertido el templo en un lugar de transacciones comerciales y de todo tipo de interés económico. Su finalidad, dar culto y alabanza a Dios, se había pospuesto.

No cabe ninguna duda que el acto de Jesús descubre valentía, y, sobre todo, compromiso con su Misión, la de revelar a los hombres la Buena Noticia de salvación que, en Él, se cumplía. El verdadero templo de Dios queda fijado en el interior de cada hombre. Somos templos vivos de Dios, y en Cristo seremos, como Él, resucitados.

El templo físico, hasta ahora, lugar donde los creyentes se reunían, no era sino el espacio dedicado a celebrar el culto y la alabanza a Dios. Lugar que ya se estaban profanando dedicándolo a otros menesteres de tintes económicos. Jesús, lo descubre e instituye el templo espiritual que cada uno somos al quedar configurados por Jesús, en nuestro Bautismo, como profetas, sacerdotes y reyes.

Somos templos del Espíritu Santo, y como Jesús, nadie podrá destruirnos, porque, en Él, resucitaremos al final de los tiempos, cuando venga a establecer su Reino. En esa esperanza caminamos por este mundo contra las tempestades, soportando las adversidades y sufrimientos, porque sabemos de nuestra victoria final.

Allí, donde haya una o más personas reunidas en el nombre de Dios, allí hay un templo santo de Dios. De tal manera que nunca, mientras haya un creyente, se podrá destruir el verdadero Templo de Dios, que somos cada uno de sus hijos.

domingo, 8 de noviembre de 2015

LA CUESTIÓN NO ES DAR, SINO DARSE

(Mc 12, 38-44)


No se trata de hacer muchas obras, ni de estar en todas partes. No se trata de ser un filántropo, ni tampoco de contribuir al bien común. Tampoco estoy diciendo que eso no sea bueno hacerlo, y que viene muy bien al bien común. Lo que intento decir es que hacer esas cosas no significa nada.

Y no significa nada porque lo verdaderamente importante es la intención del corazón. Eso, lo de hacer y dar, lo hacían y hacen muchos que se precian de ser grandes y buenas personas. Eso lo hacían, en tiempo de Jesús, los escribas: «Guardaos de los escribas, que gustan pasear con amplio ropaje, ser saludados en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y que devoran la hacienda de las viudas so capa de largas oraciones. Esos tendrán una sentencia más rigurosa».

Y hoy ocurre exactamente igual. Muchos aprovechan sus puestos privilegiados para lucir sus aparentes imágenes de bienhechores, de filántropos, de personas buenas y de bien, pero eso, aunque no las tachamos de malas acciones, no es el corazón del amor. Jesús lo deja hoy muy claro en el Evangelio: «Os digo de verdad que esta viuda pobre ha echado más que todos los que echan en el arca del Tesoro. Pues todos han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir».

Esa es la cuestión, no simplemente dar, sino darse. Porque, puede ser que lo que estés dando hasta sea una molestia para ti, y quitándotela de encima aparentas que la compartes. Simple apariencia, que persigue dejarte bien sin ningún esfuerzo, deshaciéndote de lo que no quieres.

La cuestión es otra, y cada uno debe discernir hasta dónde puede llegar. No se trata de quedarte desnudo y sin nada, pero sí compartir, no sólo tu dinero, que quizás no es lo más importante, sino tu tiempo, tus talentos y cualidades, tu vida al servicio de aquellos que la necesitan. Tal y como Jesús la ha compartido contigo, y la ha entregado para que tú vivas.

sábado, 7 de noviembre de 2015

EN LO PEQUEÑO SE DESCUBRE LA VERDAD

(Lc 16,9-15)


Cuando lo que me importa no ocupa el centro de mi corazón, todo lo que se haga es pura apariencia. Las raíces no son profundas, y los frutos salen contaminados y podridos aparentando lo que no son. A veces vivimos auto engañados en realidades distorsionadas, y aparentamos quereres que, realmente, no lo son. A la menor tempestad se derrumban y se descubren.

Esa es la razón de muchas sorpresas, que la propia vida pone al descubierto: matrimonios rotos, separados, enfrentados; familias que se odian; abortos; injusticias, explotaciones, guerras de poderes...etc. Se descubre el dios economía, que suplanta a todo lo demás. El amor queda enterrado, bloqueado y pospuesto al interés económico. 

Experimentamos un dios de conveniencias y en función de nuestros propios intereses. Y, claro, ese dios no es el Dios de Jesús, el Señor. Él nos ha enseñado otro Dios. Un Dios comprometido, fiel y amoroso. Un Dios que nos ama incondicionalmente, pues de no ser así no tendríamos escapatoria, y que permanece a nuestro lado como mendigando nuestro mísero amor. Un Dios que, indudablemente no merecemos, pero que, a pesar de eso, nos llama y nos ofrece la salvación.

A poco que profundizamos en nosotros mismos, descubrimos que nuestra propia raíz de fe no está muy profunda. También que nuestro regadío, y la calidad de nuestra agua no es todavía lo suficientemente pura, pero que, confiados y esperanzados en el Espíritu de Dios, y por su Gracia, lleguen a serlo.

Necesitamos, Señor, que aumentes nuestra fe, y que nuestro corazón vomite toda la basura, superflua y caduca, que lo alimenta. Y que las raíces del amor bueno profundicen y germinen en buenos frutos que sostengan la fidelidad y perseverancia en lo fundamental, el Amor de Dios.

viernes, 6 de noviembre de 2015

¿CÓMO ENCONTRAR EL CAMINO Y CÓMO ENSEÑARLO?

(Lc 16,1-8)


Son dos preguntas en una. Jesús admira la astucia del aquel administrador que, ante el problema de quedarse sin empleo, busca solución y mueve todos los resortes para remediar su situación. No se trata de justificar, ni tampoco de aprobar las injusticias que comete, tanto de la astucia y el dinamismo de tomar riesgos y actuar.

¿Qué hacemos nosotros al respecto? ¿Tratamos de proclamar el Reino de Dios a media vela, justificando nuestras acciones y auto engañándonos nosotros mismos? ¿O es qué creemos que podemos engañar a Dios como ese administrador infiel? Realmente, ¿buscamos verdaderas soluciones para que nuestra vida sea más coherente con nuestra palabra, y llegue limpia al corazón de los que la escuchan?

Esa es esa la cuestión. No se trata de tomar atajos falsos, cómodos, hipócritas e injustos que, mintiendo podamos aparentar. Porque las apariencias no son, ni buenas, ni aconsejables, ni verdaderas. Se trata de actuar en verdad y justicia, para que cuando el verdadero Administrador nos pida cuenta, podamos mostrar y responder, en verdad y justicia, con transparencia y fidelidad.

Y para ello tendremos que mostrar verdadero interés. No se podrá actuar, y menos bien, si no nos interesa el Reino de Dios. Empeñarnos en actuar con justicia y verdad es empeñarnos en establecer, en las medidas de nuestras posibilidades, el Reino de Dios. Y eso es lo que Jesús quiere descubrirnos hoy. Admira el interés del administrador injusto, no su forma de proceder. Pero le decepciona nuestra apatía y nuestra desidia ante la posibilidad de luchar por establecer el Verdadero Reino.

Pidamos al Señor que encienda nuestros corazones para que arda en nosotros el interés de poner toda la carne en el asador, que dependa de nosotros, para que se haga la Voluntad de Dios.

jueves, 5 de noviembre de 2015

FARISEOS Y PUBLICANOS

(Lc 15,1-10)


Los fariseos se creían mejores que los publicanos. Por eso, no veían con buenos ojos que Jesús se reuniera con ellos. Los consideraban pecadores, y por lo tanto, indignos para acogerlos y estar con ellos. Quizás a ti y a mí nos suceda algo parecido. Nos creemos mejor que otros que están alejados, o que, simplemente, no han tenido quien les hable de Jesús, no sólo con la Palabra, sino con la vida.

Y ocurre que, cuando la Palabra, revela, habla y enseña, pero la vida desdice lo que habla la Palabra, el receptor se queda confundido, desanimado y sin esperanza. Sólo la Palabra llega al corazón, cuando la vida, simultáneamente, o después, corrobora lo que la Palabra dice. Porque ahí va el mensaje íntegro y completo. Lo otro sería incoherencia y mentira. Y la Palabra de Dios no es mentira, y como mentira no puede llegar. Otra cosa, y se hace necesario entender, es que quienes proclaman la Palabra son también grandes pecadores, y no transparenta bien la luz de la Palabra al fallarle la vida. Son personas humanas limitadas, tentadas y débiles ante las tentaciones. Y, a pesar de sus esfuerzos, dejan mucho que desear. Si no se comprende esto, difícilmente se le abrirá un hueco en la tierra y estiércol de tu corazón para que germine la Palabra.

Es, precisamente, lo que Jesús nos dice y enseña hoy. La parábola de la oveja perdida es una hermosa enseñanza de la Misericordia del Padre. Y es que si el Padre no es así de Misericordioso, apaga la luz y vámonos. No hay remedio, estamos todos condenados. Quienes nos acercamos a Jesús somos los pecadores, los necesitados de alivio, de curación, de protección. Los suficientes y poderosos no parecen necesitar nada, hasta que descubran su pobreza y caducidad.

Si soy oveja que se puede perder, entiendo que soy pecador. Porque no se pierde sino aquel que se equivoca, y es el equivocado el que se aleja, se rebela y se pierde. Y eso es pecar. Y necesito la búsqueda del Buen Pastor, para ser encontrado, curado y llevado al redil.
Danos, Señor, la sabiduría de proclamarte y vivir la Palabra proclamada. Y, también, la perseverancia de continuara a pesar de mis pecados y pobreza. Amén.