domingo, 29 de enero de 2017

LA FELICIDAD, TEMA SIEMPRE DE MODA

(Mt 5,1-12)
El hombre no puede escapar a la felicidad, porque eso es lo que busca y lo que persigue desde que toma conciencia como ser humano. Incluso, desde su nacimiento llora cuando no es feliz. Busca estar bien, a gusto, satisfecho. Y busca estar divertido, entretenido. En una palabra, tú y yo buscamos la felicidad. Ese es el tema de nuestra vida que siempre nos persigue.

Y ese deseo profundo que busca el hombre, la felicidad, es de lo que habla Jesús, el Señor, hoy en el Evangelio. Las Bienaventuranzas no son sino esos caminos hacia la felicidad que el Señor descubre y propone para que el hombre la encuentre. Nada mejor que su nombre: "Bienaventurados" aquellos que sepan recorrer su vida por esos caminos bienaventurados, valga la redundancia.

Porque, bienaventurados serán los pobres. Pobres de espíritu que saben que la vida no se apoya en las cosas materiales, pues son caducas; pobres que descubren que la vida es para compartirla y enriquecerla en el servicio a los demás; pobres que se identifican con el dolor y el sufrimiento de los demás. Pobres, en definitiva, que viven en el desprendimiento de todo aquello que le pueda separar del Camino, la Verdad y la Vida.

Porque, bienaventurados serán los humildes, que entienden que ser humilde no es humillarse, ni tampoco someterse ni acobardarse. Ni experimentarse superior y de más valía que otros. Ser humilde es reconocer que no podemos ser como Dios y que de Él venimos y a Él iremos. Humildes para, sabiéndonos sus criaturas, ponernos en sus Manos.

Y, bienaventurados aquellos que saben ser fieles y perseverantes a su Palabra. Bienaventurados los que, a pesar de las tribulaciones, los problemas, las adversidades, el camino contra corriente y todo tipo de obstáculo, son dóciles a su Palabra y permanecen fieles a su Voluntad. Busquemos esa felicidad que vive y arde dentro de nosotros, porque Dios la ha sembrado, y sigámosle.

sábado, 28 de enero de 2017

LA OTRA ORILLA

(Mc 4,35-41)
Quizás nos convenga a nosotros también ir a la otra orilla. Quedarse instalado y bien aparcado puede anquilosarnos y acomodarnos. Sí, ¡claro!, cambiar de orilla siempre es molestoso, arriesgado y nos complica nuestra existencia. Un viaje exige esfuerzos y preparación, y, quizás, no queremos esforzarnos ni prepararnos. Nos incómoda.

La otra orilla exige cambio y riesgos de tormenta y tempestades, o, quizás, hechos imprevistos. Pero la fe nos da seguridad. Es precisamente eso, seguridad de lo que se espera y prueba de lo que no se ve. Caminar con el Señor debe darnos seguridad y confianza. Eso no nos exime de ser prudentes y tener sentido común. Pues, el Espíritu no está para arreglar nuestros irrazonables impulsos y caprichos.

La fe es saber que Jesús nos acompaña y actúa cuando es preciso y conviene. Y sólo Él sabe realmente cuando conviene. Claro, posiblemente no le entendamos ni comprendamos, pero siempre ocurrirá lo mejor para nosotros. Porque el Señor ha venido para eso, para salvarnos y ofrecernos un lugar de paz y plenitud eterna.

Como Abrahán, como Isaac y Jacob, sigamos la estela de la fe, confiados en el Señor. Su Espíritu nos guiará y nos llevará por el verdadero camino de salvación. Seguro que quedaremos asombrados y exclamaremos admirados sus maravillas, pues para el Señor todo es posible. Porque merecemos que el Señor nos riña como a los apóstoles. Y posiblemente más, pues ellos todavía no habían recibido el Espíritu Santo, mientras que nosotros si lo tenemos por nuestro Bautismo.

¿Dónde está nuestra fe?, nos puede estar gritando el Señor. ¿Es qué no hemos recibido suficiente testimonio para dejarnos guiar y abandonarnos en sus brazos? Pidamos que esa fe aumente en nosotros.

viernes, 27 de enero de 2017

LA SEMILLA LLEVA SU PROCESO

(Mc 4,26-34)
Tenemos un milagro delante de nuestros ojos. Cada día, a poco que caigan unas gotas de agua en la tierra, brotan tallos, espigas y granos. Mientras el hombre descansa, la vida vegetal se mueve silenciosamente, crece y se desarrolla. De dónde saca esa vitalidad es algo misterioso que el hombre no puede explicar. Sí, es posible que explique cómo se origina, pero nunca el por qué de lo que da lugar a eso que la origina. Siempre será un interrogante.

El Evangelio de hoy, la Palabra, nos habla del Reino de Dios: «El Reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece, sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma; primero hierba, luego espiga, después trigo abundante en la espiga. Y cuando el fruto lo admite, en seguida se le mete la hoz, porque ha llegado la siega». 

También decía: « ¿Con qué compararemos el Reino de Dios o con qué parábola lo expondremos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es más pequeña que cualquier semilla que se siembra en la tierra; pero una vez sembrada, crece y se hace mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes que las aves del cielo anidan a su sombra». 

El Reino de Dios está dentro de nosotros. Por el Bautismo, el Espíritu Santo, se nos ha sembrado esa semilla de santidad que crece dentro de nosotros. Claro, necesita nuestra tierra bien abonada, que lo podemos hacer por los sacramentos, para que dé los frutos esperados. Por eso necesitamos perseverar, tener constancia y sostenernos en la fe. 

El Señor llegará sin retraso. Su Palabra es Palabra de Vida Eterna. Tengamos esperanza y fe, porque el Señor lo que dice siempre lo cumple.

jueves, 26 de enero de 2017

¿SOMBRA O LUZ?

 (Mc 4,21-25)
La cuestión es que podemos dar luz, pero también hacer sombra. En la sombra reina la oscuridad, la penumbra y la confusión. También es lugar de reposo, de descanso o de aletargamiento y pasividad. Es quietud y rutina que nos hace ver siempre lo mismo. Es espacio donde bajamos los brazos y nos sometemos al sueño y descanso y nos rendimos a la decepción. 

Pero también podemos, y para eso estamos llamados, dar luz. Esa luz que recibimos en el Bautismo y que desprende claridad, luminosidad, brillo, resplandor. Y nos mueve a la acción, al camino, a la actividad, al trabajo y a los frutos. Es la luz que no muere, pues está siempre activa. Porque la otra clase de luz no garantiza el tiempo. Es una luz que se gasta, se va oscureciendo con el camino de la vida, y termina por apagarse. Una luz así no interesa ni atrae.

Pero, ocurre, que esa luz es aparente y engaña. Tiene una luminosidad atractiva, de colores y seductora, que puede aparentar gozo, alegría y felicidad, pero luego se vuelve cansina, oscura, sombría y muere dejándonos en la oscuridad y en el vacío. No queremos una luz así, porque no nos sirve. Nos gusta una luz alegre, pura, clara, transparente y de verdad. Una Luz brillante, incandescente y que nos mantenga siempre en la claridad para operar bajo la luz y sin engaños.

Queremos ser luz que camine y alumbre el camino. Luz que contagie y que alegre; luz que sirva para ver y alumbrar los caminos de nuestra vida y nos lleve a la verdadera felicidad que buscamos. Esa es la luz que nos interesa y que queremos ser. Y esa es la luz que queremos dar y transmitir. Una luz de gozo y de felicidad que nos llama a vivir gozosamente y en plenitud. 

Una luz que hemos recibido ya en nuestro Bautismo y que queremos conservar y acrecentar para, no sólo alumbrarnos nosotros sino alumbrar a todos aquellos que nos acompañen. Un luz que nos ayudará a medir con una medida de bondad, de generosidad y de verdadero amor, para que también nosotros seamos medido de la misma forma.

miércoles, 25 de enero de 2017

¡PROCLAMAD EL EVANGELIO!

(Mc 16,15-18)
Por nuestro compromiso de Bautismo estamos consagrados como sacerdotes, profetas y reyes. Y eso nos compromete y exige proclamad el Evangelio. Es de sentido común que todos no podremos proclamarlo de la misma forma, pues cada cual tiene sus talentos y circunstancias que le señalan la forma de proclamarlo. Pero, si es cierto que todos tenemos que proclamarlo desde la verdad, la justicia y el amor.

Hemos recibido el Espíritu Santo e, igual que Jesús en su Bautismo, quedamos revestido por su fuerza y su poder. Jesús nos lo dice en el Evangelio de hoy: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien». 

Y por la acción del Espíritu Santo  podemos, como Jesús, expulsar demonios, hablar en lenguas nuevas, imponer las manos sobre los enfermos y se pondrán bien. Todo está en que nos lo creamos y creamos en el Espíritu Santo. Ya nos lo dice Jesús: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este sicómoro: Desarráigate y plántate en el mar. Y os obedecería.

Avivemos nuestra y creamos en la Palabra del Señor. Por El Espíritu Santo, recibido en nuestro Bautismo, podemos hacer lo que el Señor nos ha mandado. Tengamos fe y confianza en Él.

martes, 24 de enero de 2017

HERMANOS EN LA VOLUNTAD DE DIOS

(Mc 3,31-35)
Indudablemente que todos estamos hermanados en Xto. Jesús, porque estamos llamados a la salvación. Tenemos un mismo Padre común e invitados a salvarnos por los méritos del Hermano Mayor, nuestro Señor Jesús. Pero, también es verdad que sólo tendrán esta posibilidad aquellos que, no sólo escuchan la Palabra del Señor, sino que se esfuerzan y trabajan en cumplirla. Porque esa es la Voluntad del Padre.

Hoy, en el Evangelio, Jesús nos enseña esta lección. No son su madre, hermanos, hermanas los que llevan el vínculo de parentesco, sino aquellos que cumplen la Voluntad del Padre que está en los cielos. Jesús deja muy claro que no es el vínculo de la sangre lo que nos hace hijo de Dios, sino el vínculo del amor reflejado en el servicio y la entrega a los pobres y excluidos. Porque esa es precisamente la Voluntad de Dios.

Sus Palabras no dejan lugar a duda: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Y siguiendo la reflexión, observamos que, en lugar de dejar en mal lugar a su Madre, la exalta y la alaba, porque ella es la bienaventurada por haber creído. Y porque todo lo que hace va dirigido a cumplir la Voluntad de Dios. María es señal y orientación para todos aquellos que vamos perdidos y confundidos por los olores que el mundo nos suelta para confundirnos y sembrar dudas en nuestro corazón.

María es la Madre que soporta y ora en silencio, y camina al lado de su Hijo, a pesar de las críticas, desprecios y obras que sus propios parientes no entienden hasta el punto de no dejarle tranquilo. Es posible que muchos de nosotros estemos pasando por esas mismas pruebas y lleguemos a desesperar y hasta a pensar en abandonar. Caminemos y recemos junto a María, para que nuestro corazón fortalecido en el Espíritu se sienta hermanado con el de Jesús haciendo la Voluntad de Dios.

lunes, 23 de enero de 2017

DIVIDIRSE ES DESTRUIRSE

(Mc 3,22-30)
Las divisiones nacen en los enfrentamientos provocados por la envidia, el poder, la ambición, los privilegios y egoísmos. Una familia dividida está llamada a desaparecer. Lo mismo podemos decir de los pueblos y naciones. Hoy acusan a Jesús de estar proclamando en nombre de Beelzebul, y quienes lo dicen son los escribas, los entendidos y los que se supone sabían de las cosas de Dios para ayudar al pueblo.

No se entiende nada. Tienen delante a la misma Bondad en persona, Jesús, y no se dan cuenta. Se atreven a decir: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios». No tiene ningún sentido decir esto, pues uno mismo no se puede expulsar ya que no podría subsistir. como tampoco un hombre forzudo, si no está atado, no dejará entrar a nadie a zaquear su casa. Jesús les explica y les dice en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno».

Es esperanzador escuchar del mismo Señor que todos los pecados y blasfemias, por muchos que sean, serán perdonados. Sin embargo, quien blasfeme contra el Espíritu Santo no será perdonado. Y es que si no dejamos actuar al Espíritu Santo en nosotros no podremos tener perdón y, por lo tanto, salvación. Y es que para creer y hacer la Voluntad de Dios tenemos que dejar entrar al Espíritu Santo en nosotros y dejarnos conducir por sus impulsos y acciónes. Él será el que nos da la fuerza para vencer al mal y hacer la Voluntad de Dios.