martes, 9 de abril de 2013

RENOVADOS EN Y POR CRISTO JESÚS

(Jn 3,7-15)


No hay otra meta, otro objetivo, otra renovación. Sin Él nos hacemos viejos, caducos, enfermos, rutinarios,  aburridos... y el horizonte se oscurece, y la vida pierde su sentido, y las tinieblas nos invaden. Hay que volver a nacer, a vivir en el Espíritu de Dios, y a dejarnos vivificar e inundar de su alegría, de su fuerza, de su amor.

Todo es nuevo, está lleno de esperanza, tiene sentido, se llena de vida, se comprende, se acepta, se supera, se aguanta, se vive en la alegría y en la confianza de renacer a una nueva Vida que todo lo transforma y lo hace joven, bueno, alegre, lleno de paz y gozo y de amor eterno.

Es el Señor quien nos lo dice: «No te asombres de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu». Vivir en Él es lo que da verdadero sentido a nuestra vida.

La vida se nos hace dura, ya sea por la pobreza de medios materiales o por los problemas de relación o por la enfermedad. Es un río que hay que atravesar y pocos o nadie escapan a esas olas en las que nuestra vida tendrá que nadar. Pero, nacidos del Espíritu Santo, e injertados en Él, la travesía tiene otro sentido y el oleaje se sostiene en la esperanza de sabernos vencedores en la eternidad.

lunes, 8 de abril de 2013

MARÍA, ESTRELLA QUE NOS GUÍA


Lc 1, 26-38

No seremos libres hasta que seamos capaces de dejarnos invadir por la Gracia de Dios. Y eso significa estar disponible a hacer su Voluntad. Y su Voluntad no es otra que amar y amar. Amar al hombre hasta estar dispuesto a dar su vida por él.

Mientras, estaremos atados a alguna esclavitud que nos puede impedir dejarnos llevar por la acción del Espíritu. Es posible que difícilmente sepamos cuando nos dejamos llevar o cuando no lo hacemos, pero cuando estemos dispuestos a hacerlo, seguro que seremos advertidos por el Espíritu de ello.

Es el caso de María, la Madre de Dios. Ella es el ejemplo, el faro y el testimonio que nos alumbra en esta actitud. Puso todo su ser a disposición de la Voluntad de Dios, y se entregó a la misión corredentora que el Padre le había otorgado.

María nos muestra el camino para seguir los impulsos del Espíritu Santo que nos guía: la humildad y la apertura de corazón. Todo lo demás lo hará la fuerza y el poder del Espíritu.

domingo, 7 de abril de 2013

SI NO VEO, NO CREO

(Jn 20,19-31)

Posiblemente, aunque no caigamos en la cuenta, a nosotros nos ocurre igual. Decimos que creemos, pero luego nuestra vida no va en sintonía con lo que decimos creer. Eso nos descubre que hablamos sin mucha conciencia de lo que decimos. Pensamos que podemos aparentar, aunque no sea esa nuestra intención, pero nos autoengañamos, y confiamos en no ser descubiertos.

Pero, tarde o temprano, algo ocurre a nuestro derredor que nos obliga a confesar nuestra fe, y se nos ve el plumero. Eso le ocurrió a los apóstoles, sobre todo a Tomás. Necesitó, y lo exigió, ver para creer lo que les decían sus propios compañeros. ¡Reflexionemos sobre eso!, que no son unos cualquieras los que le dan testimonio y comunican que Jesús estuvo entre ellos. ¡Son sus hermanos en la fe, sus amigos!

Y Jesús, que nos conoce y nos perdona, porque nos quiere hasta darse en muerte de Cruz, le da esa prueba personalmente poniéndole su dedo en sus Manos, y sus manos en su Costado. También a nosotros, a pesar de nuestra incredulidad, nos dice y hace lo mismo. Nos llama y se nos hace presente en la Eucaristía., y nos invita a tocarle con nuestro corazón, a comer y alimentarnos de su Cuerpo y su Sangre. Vive y está entre nosotros. Pero nos cuesta creérnoslo, queremos pruebas que no implican fe ni confianza, y eso, es evidente, que no tiene gracia ni necesita libertad, pues visto no hace falta tomar ninguna elección.

Se nos ha hecho libres para creer, tener fe y confianza en el Señor, y en el testimonio de los primeros que lo han visto, los que fueron sus discípulos y apóstoles. Ellos fueron los elegidos para dar comienzo a la obra de la Iglesia que el Señor dejó en la tierra, y en ellos descansa nuestra fe. Pero, por nuestra debilidades y desconfianzas, tenemos, nos ha sido dado el Espíritu Santo, para que acompañándonos en nuestro camino, nos ilumine, nos enseñe y nos fortalezca en nuestra lucha y peregrinar hacia la Casa del Padre.

sábado, 6 de abril de 2013

TAMPOCO NOSOTROS LO CREEMOS AHORA


(Mc 16,9-15)

Podíamos decir lo mismo, porque hoy muchos tampoco lo creemos. Oímos, y hasta vemos, que muchos son sanados, otros liberados de esclavitudes y cadenas que los oprimen, pero no escuchamos ni aceptamos esas verdades que se nos dicen.

Tampoco los apóstoles creyeron a pesar de que las mujeres le comunicaron que habían visto a Jesús. Ni, siquiera, a los discípulos venidos de Emaús. Permanecían tristes y llorosos, resignados y derrotados. Algo muy parecido a lo que hoy nos puede estar ocurriendo.

Estamos tristes, y en muchos momentos desilusionados. No nos gusta muchas cosas de la Iglesia, de los miembros de la Iglesia, de este sacerdote, obispo o seglar. Empezamos a dudar de todo y nuestra fe empieza a tambalearse. No estamos seguros de nada o casi nada, y son momentos que el demonio aprovecha muy bien para tentarnos y alejarnos del Señor.

El Señor se hace presente en nuestra vida, pero no lo vemos ni queremos verlo. Estamos ciegos y necesitamos que nos zarandeen para que despertemos. Nos dejamos manipular por nuestras pasiones y no dejamos entrar al Espíritu para que nos despierte y nos ilumine. No somos diferentes a los discípulos, pues como ellos rechazan el testimonio de las mujeres, nosotros rechazamos el testimonio de la Iglesia o de muchos hermanos que nos lo testimonian.

Pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine y nos dé la voluntad de no cerrarle las puestas de nuestro corazón para dejarle que sea Él quien oriente nuestras vidas y pongamos todas nuestras pasiones al servicio de la Voluntad de Dios. ¡Vivamos apasionadamente y con confianza que Jesús ha Resucitado y está entre nosotros!

viernes, 5 de abril de 2013

NECESITAMOS SU PRESENCIA

(Jn 21,1-14)


Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Así termina el Evangelio que corresponde al día de hoy. Jesús vuelve a aparecerse a sus discípulos. Es como una reafirmación de que necesitan su presencia, su estimulo, su ánimo, su fuerza... Sin Jesús no podemos hacer nada y necesitamos estar junto y presentes en Él.

Los discípulos estaban volviendo a la rutina de cada día. "Voy a pescar", manifiesta Pedro. Algo así como "voy a matar el tiempo". Y los demás le acompañan. Están en espera, necesitados del impulso del Espíritu de Jesús. Sólo su presencia les anima y les mueve a proclamarle y darle a conocer.

¿No nos ocurre hoy eso mismo a nosotros? Necesitamos su presencia, el estar injertado en Jesús, pues sin Él nada podemos. Y lo tenemos más cerca que sus apóstoles, pues no tenemos que esperar a que se nos aparezca, nos espera a todas horas en la presencia real de la Eucaristía. Sólo necesitamos acercarnos y estar presente y de cara a Él. Y también recibir y alimentarnos con su Cuerpo en la Sagrada Eucaristía.

Esto es lo que hoy me dice su Palabra. Jesús está presente de forma perenne y constante entre nosotros. Se ha quedado para que no estemos solos ni un segundo. Lo tenemos a nuestro lado, y también se nos ofrece como alimento para estar fuertes y vigorosos en la lucha contra las tempestades de este mundo.

jueves, 4 de abril de 2013

SÓLO LA PAZ NOS ORIENTA Y DA SENTIDO

(Lc 24,35-48)


No es malo estar inquieto, preocupado y dispuestos a avanzar en crecimiento y perfección. Quedarse quieto, parado y pasivo no es aconsejable ni nada bueno. Pero pasar a un activismo desenfrenado, angustioso y preocupante tampoco es nada bueno. Se trata de estar inquieto y preocupado en responder a la Voluntad de Dios, pero en paz.

Sabiendo que la Misericordia de Dios nos acoge, nos perdona y nos entiende. Nada está oculto a los ojos de Dios, y las más íntimas intenciones y deseos son transparentes y diáfanos a sus ojos. Él nos entiende, sabe de nuestras buenas intenciones y nos ama así. Se ha encarnado en su Hijo Jesús para perdonarnos, para pedirnos nuestros pecados, nuestras debilidades y hacernos fuertes en Él.

Sabe de nuestros más íntimos deseos, y eso es lo que verdaderamente importa. Porque cuando deseamos y buscamos el bien, buscamos hacer la Voluntad de Dios. Y eso le basta a nuestro Padre Dios. Él nos conoce y sabe como somos, y así nos quiere y nos ama. Sólo nos pide que le entreguemos nuestros pecados. Él los transformará en verdaderos actos de amor. Luego, mucha confianza y paz en el Señor.

miércoles, 3 de abril de 2013

¡Y ERAN DOS DE LOS SUYOS!

Lc 24,13-35)


No eran dos cualquiera, eran discípulos y habían estado con Él mucho tiempo. Le habían oído hablar, le habían visto curar a enfermos, dar de comer a los hambrientos y resucitar a Lázaro y otros. Parece imposible, no encaja que, oyendo lo que las mujeres decían, y que algunos de los apóstoles habían acudido al sepulcro a comprobarlo y no hallaron el Cuerpo, ellos siguieran escépticos.

Es sorprendente, pero cierto que esas cosas sucedan, pues a nosotros también nos ocurren. Y ahora es más grave, porque tenemos el testimonio seguro de todos aquellos que lo vieron y conocieron antes y después de la Resurrección. Nosotros tenemos más culpa porque tenemos la enseñanza y el testimonio de la Iglesia. Entonces no existía, se empezaba a formar.

Muchas veces he pensado como hubiese reaccionado de haber vivido en esa época, de ser contemporáneo de Jesús. De ser un joven perteneciente a una de aquellas familias judías, rico, acomodado o pobre. ¿Cómo el joven rico? ¿Cómo alguien que pensara que Jesús era un loco? ¿O cómo un discípulo?

Por eso me alegro enormemente de estar dónde estoy, y ser quien soy. Me alegro gozosamente de tener fe, de desear vivir abandonándome en su Gracia, de estar bautizado, de mi familia, de mi circunstancias, de pertenecer a la Iglesia, de conocer y estar en y con los blogueros con el Papa, de los amigos blogueros conocidos en Internet... Pero sobre todo, de ser hijo de Dios y de ser querido inmensamente por Él.

De mi parroquia, de los que me ayudan y también de los que me fastidian. De los buenos y los malos, porque unos u otros me ayudan a dejarme amar y amar. A dejarme servir y a servir. De la comunidad donde me encuentro, porque donde estoy es donde mi Padre Dios quiere que esté, y es ahí donde tendré que servir por amor. Esa es su Voluntad y esa es la Voluntad que yo quiero, con su Gracia y Amor, esforzarme en vivenciar en mi vida.