miércoles, 3 de abril de 2013

¡Y ERAN DOS DE LOS SUYOS!

Lc 24,13-35)


No eran dos cualquiera, eran discípulos y habían estado con Él mucho tiempo. Le habían oído hablar, le habían visto curar a enfermos, dar de comer a los hambrientos y resucitar a Lázaro y otros. Parece imposible, no encaja que, oyendo lo que las mujeres decían, y que algunos de los apóstoles habían acudido al sepulcro a comprobarlo y no hallaron el Cuerpo, ellos siguieran escépticos.

Es sorprendente, pero cierto que esas cosas sucedan, pues a nosotros también nos ocurren. Y ahora es más grave, porque tenemos el testimonio seguro de todos aquellos que lo vieron y conocieron antes y después de la Resurrección. Nosotros tenemos más culpa porque tenemos la enseñanza y el testimonio de la Iglesia. Entonces no existía, se empezaba a formar.

Muchas veces he pensado como hubiese reaccionado de haber vivido en esa época, de ser contemporáneo de Jesús. De ser un joven perteneciente a una de aquellas familias judías, rico, acomodado o pobre. ¿Cómo el joven rico? ¿Cómo alguien que pensara que Jesús era un loco? ¿O cómo un discípulo?

Por eso me alegro enormemente de estar dónde estoy, y ser quien soy. Me alegro gozosamente de tener fe, de desear vivir abandonándome en su Gracia, de estar bautizado, de mi familia, de mi circunstancias, de pertenecer a la Iglesia, de conocer y estar en y con los blogueros con el Papa, de los amigos blogueros conocidos en Internet... Pero sobre todo, de ser hijo de Dios y de ser querido inmensamente por Él.

De mi parroquia, de los que me ayudan y también de los que me fastidian. De los buenos y los malos, porque unos u otros me ayudan a dejarme amar y amar. A dejarme servir y a servir. De la comunidad donde me encuentro, porque donde estoy es donde mi Padre Dios quiere que esté, y es ahí donde tendré que servir por amor. Esa es su Voluntad y esa es la Voluntad que yo quiero, con su Gracia y Amor, esforzarme en vivenciar en mi vida.

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