(Mc 16,9-15) |
Podíamos decir lo mismo, porque hoy muchos tampoco lo creemos. Oímos, y hasta vemos, que muchos son sanados, otros liberados de esclavitudes y cadenas que los oprimen, pero no escuchamos ni aceptamos esas verdades que se nos dicen.
Tampoco los apóstoles creyeron a pesar de que las mujeres le comunicaron que habían visto a Jesús. Ni, siquiera, a los discípulos venidos de Emaús. Permanecían tristes y llorosos, resignados y derrotados. Algo muy parecido a lo que hoy nos puede estar ocurriendo.
Estamos tristes, y en muchos momentos desilusionados. No nos gusta muchas cosas de la Iglesia, de los miembros de la Iglesia, de este sacerdote, obispo o seglar. Empezamos a dudar de todo y nuestra fe empieza a tambalearse. No estamos seguros de nada o casi nada, y son momentos que el demonio aprovecha muy bien para tentarnos y alejarnos del Señor.
El Señor se hace presente en nuestra vida, pero no lo vemos ni queremos verlo. Estamos ciegos y necesitamos que nos zarandeen para que despertemos. Nos dejamos manipular por nuestras pasiones y no dejamos entrar al Espíritu para que nos despierte y nos ilumine. No somos diferentes a los discípulos, pues como ellos rechazan el testimonio de las mujeres, nosotros rechazamos el testimonio de la Iglesia o de muchos hermanos que nos lo testimonian.
Pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine y nos dé la voluntad de no cerrarle las puestas de nuestro corazón para dejarle que sea Él quien oriente nuestras vidas y pongamos todas nuestras pasiones al servicio de la Voluntad de Dios. ¡Vivamos apasionadamente y con confianza que Jesús ha Resucitado y está entre nosotros!
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