(Jn 21,1-14) |
Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Así termina el Evangelio que corresponde al día de hoy. Jesús vuelve a aparecerse a sus discípulos. Es como una reafirmación de que necesitan su presencia, su estimulo, su ánimo, su fuerza... Sin Jesús no podemos hacer nada y necesitamos estar junto y presentes en Él.
Los discípulos estaban volviendo a la rutina de cada día. "Voy a pescar", manifiesta Pedro. Algo así como "voy a matar el tiempo". Y los demás le acompañan. Están en espera, necesitados del impulso del Espíritu de Jesús. Sólo su presencia les anima y les mueve a proclamarle y darle a conocer.
¿No nos ocurre hoy eso mismo a nosotros? Necesitamos su presencia, el estar injertado en Jesús, pues sin Él nada podemos. Y lo tenemos más cerca que sus apóstoles, pues no tenemos que esperar a que se nos aparezca, nos espera a todas horas en la presencia real de la Eucaristía. Sólo necesitamos acercarnos y estar presente y de cara a Él. Y también recibir y alimentarnos con su Cuerpo en la Sagrada Eucaristía.
Esto es lo que hoy me dice su Palabra. Jesús está presente de forma perenne y constante entre nosotros. Se ha quedado para que no estemos solos ni un segundo. Lo tenemos a nuestro lado, y también se nos ofrece como alimento para estar fuertes y vigorosos en la lucha contra las tempestades de este mundo.
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