(Jn 3,7-15) |
No hay otra meta, otro objetivo, otra renovación. Sin Él nos hacemos viejos, caducos, enfermos, rutinarios, aburridos... y el horizonte se oscurece, y la vida pierde su sentido, y las tinieblas nos invaden. Hay que volver a nacer, a vivir en el Espíritu de Dios, y a dejarnos vivificar e inundar de su alegría, de su fuerza, de su amor.
Todo es nuevo, está lleno de esperanza, tiene sentido, se llena de vida, se comprende, se acepta, se supera, se aguanta, se vive en la alegría y en la confianza de renacer a una nueva Vida que todo lo transforma y lo hace joven, bueno, alegre, lleno de paz y gozo y de amor eterno.
Es el Señor quien nos lo dice: «No te asombres de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de lo alto’. El
viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene
ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu». Vivir en Él es lo que da verdadero sentido a nuestra vida.
La vida se nos hace dura, ya sea por la pobreza de medios materiales o por los problemas de relación o por la enfermedad. Es un río que hay que atravesar y pocos o nadie escapan a esas olas en las que nuestra vida tendrá que nadar. Pero, nacidos del Espíritu Santo, e injertados en Él, la travesía tiene otro sentido y el oleaje se sostiene en la esperanza de sabernos vencedores en la eternidad.
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