viernes, 23 de octubre de 2015

¿A DÓNDE VOY?

(Lc 12,54-59)


Está tan usada, o mal usada, que no llama la atención oírla. Igual decimos en nuestro interior, la pregunta de siempre. Sin embargo, siempre estará dentro de tu corazón a donde quieras que vayas. Porque, aunque no quieras preguntártelo ni reflexionarlo, vas hacia algún lugar.

Sin embargo, sabes los cambios del lugar donde vives; barruntas los cambios del tiempo por el movimiento del aire, el viento o el olor del ambiente. Intuyes que llega el invierno y que pronto los árboles dejaran caer sus hojas, o que el calor empezará a calentar demasiado y habrá que ir a la playa. Sabes que ocurre a tu derredor y ves venir los cambios de tiempo.

Hasta los movimientos económicos son advertidos por los que analizan la actividad comercial. Sin embargo, pocos se dan cuenta del cambio de su propia vida, y del tiempo de su recorrido. No han querido mirar, ni tampoco enfrentarse con la única y verdadera realidad. ¿A dónde vamos? Porque muchos, a los que hemos conocidos: famosos, familiares, amigos...etc., ya no están. Se han ido, pero ¿a dónde? ¿Qué ocurre con esta vida? ¿Se acaba?

Posiblemente, tratamos de alumbrar los problemas del mundo desde nuestra propia sabiduría. Nos creemos suficiente y nos olvidamos de nuestros orígenes. Perdemos nuestra identidad y nuestro origen, y, de la misma forma perdemos nuestro destino. Quedamos atrapados en este mundo sin salida, porque sin Dios no hay salida ninguna. Sí, sabemos mucho de astros, de medicina, de avances técnicos, del sistema planetario y de muchas cosas más, pero nos desconocemos nosotros mismos. Y, sabiéndolo, perdemos el sentido de lo justo y bueno, permitiendo lo injusto y malo.

Y si no descubro que soy hijo de Dios, y que de Él he salido y a Él regresaré, mi camino por este mundo será confuso, triste y en vano, porque mi vida queda vacía, sin sentido y sin verdad. Porque la verdad es una, y está escrita dentro del hombre, que entiende lo que es bueno y malo. Pero que no se preocupa sino de hacer y vivir en sus apetencias y locuras, que le satisfacen, pero por poco tiempo y sin plenitud. Dejan insatisfacciones y vacío que no le llevan a ninguna parte.

jueves, 22 de octubre de 2015

EL MOTOR DE ARRANQUE

(Lc 12,49-53)


Cuando falla el arranque quedamos parados, y a merced de lo que otros hagan. Está claro que no debemos pararnos, pero también, muy claro, que ese constante movimiento abruma, cansa y nos hace el camino duro. Pero esa es la cruz de nuestro tiempo. No cabe sino esperar a que el Señor venga de nuevo.

Jesús expresa esa ansiedad de terminar y convertir este mundo en un Reino de justicia, amor y paz, que Él mismo experimento. Por eso nos dice que no viene a traer la paz, sino la guerra, el movimiento, la acción de transformar el desamor en verdadero amor. Y arde en deseos de prender esa llama que nos enfrentará a unos con otros: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

El camino queda claro. Será una lucha constante, sin descanso, hasta el final. Eso nos puede servir para no desfallecer ni desesperar. Sabemos que la cruz estará siempre presente hagamos lo que hagamos. Jesús mismo la padeció. ¿Cómo no nos pasará a nosotros lo mismo? Por eso, debemos estar preparados y alegres, porque cuando las cosas se pongan tensas y enfrentadas, está pasando lo que tiene que pasar. Porque son muchos los que no quieren oír la Palabra, y confían en las ofertas de este mundo sin pensar lo que realmente son: tesoros caducos que terminan en el más profundo vacío existencial.

Hay muchos amores que matan y que enfrentan a las familias y a los hombres. Amores que tienen sus propios proyectos apoyados en ellos mismos y guiados por su propia razón. Amores interesados y egoístas, porque todo proyecto humano descansa en un interés y egoísmo. Y eso tiene su fin y su vacío, que cuando llega termina por hundir y destruir al hombre.

Abramos nuestro corazón para aceptar todo el fuego de amor que Jesús viene a traernos y a infundir en nuestros corazones, y llenos del Espíritu Santo llenemos de fuerza para continuar la marcha por el camino que Jesús nos señala.

miércoles, 21 de octubre de 2015

EN LA MEDIDA DE NUESTRAS RESPONSABILIDADES

(Lc 12,39-48)


En muchos momentos hemos pensado que mejor no saber nada, porque así no seremos responsables. Confieso que, al menos a mí, muchas veces me ha tentado este pensamiento. Conviene reflexionar sobre el mismo, porque hoy el Evangelio nos habla de eso.

«Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más».

Siguiendo las indicaciones de lo que más arriba se nos dice, parece que cuanto menos se sepa estaremos más libres de culpas y recibiremos un castigo menor. Algo parece no cuadrar en nuestra atribulada razón, que nos deja perplejos y confundidos. Pidamos luz para discernir y entenderlo.

Posiblemente, en el pensamiento de Dios has venido con unos determinados talentos, talentos que no se te han regalado para tu disfrute personal. La misión es ponerlos a disposición del bien común. Por otro lado, la herida del pecado, abierta en tu corazón, te limita e inclina a emplearlos en beneficio propio. Y también se te ha dado libertad para hacer una u otra cosa. Tú decides.

Creo humildemente que este es el sentido. Si no negocias esos talentos, que también, se nos aclara en la parábola de los talentos, y te esfuerzas en que sean productivos y explotas en beneficio de aquellos que lo necesitan, y que, posiblemente, se crucen en tu camino, tu responsabilidad será medida en esos parámetros. Pero nunca te medirán por aquellos otros hechos para los cuales tú nada podías hacer. Entre otras cosas porque no se te dio talentos para ello.

Hay una frase que lo sintetiza muy bien. La he compartido varias veces en muchas de mis reflexiones. La oí en un cursillo de cristiandad: "Si tienes capacidad para ser capitán, no te quedes en sargento". Creo que lo deja claro. Hemos recibidos unas cualidades y, tú las sabes, porque la vida te las va mostrando. No te inhibas ni te muestres indiferentes. Explótala y ponla en función del bien de todos, especialmente de los que las necesitan.

martes, 20 de octubre de 2015

CUESTIÓN DE VIGILANCIA ACTIVA

(Lc 12,35-38)


Es bueno saber que esperamos a Alguien. Alguien muy importante, el más Importante, y que vendrá a salvarnos. Tener esta perspectiva presente nos ayudará a soportar muchas esperas amargas, cansinas y hasta confusas. Nos ayudará a soportar los momentos y circunstancias en que todo se nos pone oscuro, mal y nos amenaza con destruirnos.

Servir es nuestra bandera, y servimos en todo momento. Incluso cuando no entendemos lo que sucede, y, sobre todo, cuando nuestros esfuerzos se ven amenazados y hasta destruidos. Eso es el único significado del amor: soportar sirviendo. Porque amar estando a gusto y a favor de la corriente nos gusta a todo, y es muy fácil. Esa clase de amor, que también hay que saber saborearla y agradecerla, no es la cara más importante del amor. El amor es verdadero amor cuando presenta la cara del sufrimiento, de la tristeza, de la renuncia, del compartir penas y dolores.

Estar prestos a abrir la puerta cuando el Señor, nuestro Señor, nos llame, es estar en estrecha y activa vigilancia frecuentando los sacramentos, la Eucaristía y la Penitencia, y en constante oración. No hay otra forma de vigilar. La oración es el ejercicio que nos mantiene activos y en permanente actitud de servicio. 

No se trata de hacer cosas, de ser muy activo. Igual nuestro servicio es acompañar, estar y ayudar con nuestra simple presencia. Servir es experimentar que estás esforzándote por aliviar a otra persona que lo necesita, no por capricho. Personas que necesitan tu consejo, o tu testimonio, o tu luz, o simplemente tu actitud de escucha, de darle espacios para desahogarse, para albergar esperanzas de vivir y de encontrar una razón para esperar la salvación.

Servir es estar en actitud de amar. Y amar es estar en actitud de servicio. Ambas actitudes hacen una: Amor. De tal manera que amor sin servicio, es mentira. Y servicio sin amor, es interés. Pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine y nos dé la sabiduría de entender y vivir el amor sirviendo.

lunes, 19 de octubre de 2015

LA REALIDAD DE LA VIDA

(Lc 12,13-21)


No hace falta imaginar ni suponer, ocurre a menudo y, sin embargo, el hombre no reacciona. Hace poco tiempo, unos meses, falleció un hombre cuya vida estuvo siempre dedicada al trabajo. Poseía bienes y que acaparaban toda su atención. Ni siquiera conocía el mundo. Ahora, ya fallecido, su fortuna la disfrutan otros, o continúa el mismo camino.

La pregunta está en el tejado, ¿vale la pena atesorar riquezas en este mundo? El Evangelio de hoy nos presenta este problema y esta situación real de la vida de cada día. Hay muchas fortunas inútiles guardadas y almacenadas, que permanecen pasivas sin utilizarse para el bien de los hombres. Simplemente, duermen en y para la codicia de sus dueños, que ni la disfrutan ni dejan que otros lo hagan.

La cuestión es que esa fortuna no ha valido para nada, ni el trabajo gastado en ella, tampoco. Porque al final, su dueño ya no vive en este mundo, y sólo le queda el otro. Y el otro, los bienes y riqueza no son importantes, sino el amor. Dependerá la riqueza de amor que lleves para que seas bien tratado y aceptado en ese gozoso mundo que será para Siempre.

Por lo tanto, la enseñanza del Evangelio de hoy es: la mejor riqueza que vale la pena atesorar es la riqueza del amor. Un amor que nos exige libremente servir y estar en disposición de compartir y utilizar toda nuestra riqueza: talentos, dones, cualidades, bienes...etc., para el disfrute y beneficio de aquellos que lo necesitan. Ese es el verdadero Tesoro por el que vale la pena luchar.

Pongamos nuestra vida en Manos del Espíritu, y abramos nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo, para que sepamos atesorar verdaderos tesoros, que nos sirvan para la verdadera vida, la que es para siempre en plenitud y junto a nuestro Padre Dios.

domingo, 18 de octubre de 2015

TODO AL REVÉS

(Mc 10,35-45)


Lo lógico es que ya que vienes a ofrecerme la salvación, yo pague por tus servicios. Pero no fue así con Jesús. Vino, se ofreció voluntario, según la Voluntad del Padre, para ofrecernos la salvación, y encima paga con su Vida en una muerte de Cruz, padeciendo y sufriendo. Quién lo entienda que lo explique, porque, en nuestro mundo de hoy y de siempre, quien paga tiene servicios en correspondencia, y si no son los que nos corresponden, protestamos.

Aquí, en el caso que nos ocupa, con Jesús, ocurre todo lo contrario. Viene, se ofrece y se da, nos sirve y se preocupa por cada uno de nosotros, y encima paga. ¡Y qué precio! Una muerte de Cruz. Crucificado y condenado como un malhechor. 

No nos cabe en la cabeza. El Rey, el Señor de todo, se despoja de su Poder, para salvarnos y pagar con su Vida. Sólo hay un mensaje que nos lo puede hacer comprensible: el servicio. Jesús, el Hijo de Dios Vivo, vino a servir al hombre, y a ofrecerse, hasta el extremo de su propia vida, por salvarlo. Nos revela su actitud de servicio, es decir, de amor. 

Porque el amor no se cuenta por riqueza, por bienes o poder, sino por servicio. La sustancia y esencia del amor es servir. El amor habla con el servicio, de tal forma que quien te sirve te está hablando y diciéndote que te ama. Ayer, cuando llevaba mi perro al veterinario, un joven me miró y viendo a donde iba me indicó que el veterinario se había trasladado a otra dirección. Me sorprendió su mirada interesada, y su amabilidad de asesorarme sobre el lugar donde se había trasladado el veterinario. Pues bien, eso es amar.

No es tan difícil amar o servir, porque se ama en la medida que sirves de forma gratuita y desinteresada. No hay intereses por medio. Sólo queda amor. Porque el amor no siempre se siente, a veces, exige voluntad y valor para darlo. El amor es un compromiso, y no un privilegio de poder.

Las Palabras de Jesús a sus discípulos, y también a nosotros son: el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».

sábado, 17 de octubre de 2015

EL SEÑOR VIGILA MIS PASOS

(Lc 12,8-12)


Nada de lo que hagamos aquí, en la tierra, mientras caminamos por nuestra vida, queda sin recompensa. Dios nuestro Padre lo ve todo, y nos premiará lo bueno y olvidará, perdonándonos, lo malo. Porque es un Padre Infinitamente bueno y, sobre todo, Misericordioso.

No cabe duda que la Misericordia de Dios está apoyada en nuestra fe. Sin fe no conseguiremos el perdón de Dios. Necesitamos creer en Él para recibir su Misericordia. No se entendería de otra forma. ¿Cómo vamos a ser perdonados por alguien en el que no creemos? Eso supone y significa que tampoco creemos en su poder. Menos aun que pueda perdonarnos.

Ya le ocurrió eso con los que presenciaron la curación del paralítico, o la conversación con la mujer adultera que le perfumaba los pies. En ambos casos, Jesús, les perdonó los pecados. Y la fe en Él no la podemos comprar, ni adquirir en algún lugar, ni hacer oposiciones o méritos, ni por preparación y formación, ni herencia. La fe es un don de Dios gratuito y regalado por Él.

A nosotros sólo nos cabe el pedírsela y esperar. Eso sí, abrir nuestro corazón a su Gracia y dejarnos invadir por la acción del Espíritu Santo. A pesar de nuestras dudas y razonamientos, como el mundo, y que mi razón diga lo contrario. 

Es cuando, en las dificultades, peligros y adversidades, el amor, y por tanto, la fe, se descubren y viven dentro de nosotros. Y es, entonces, cuando el Señor actúa y nos invade con su Gracia, llenándonos de fe. Somos sus siervos y estamos postrados a sus pies y en súplica constante mendigando la fe. El Señor nos la regala dónde, cómo y cuándo quiera.

Ocurre que en esos momentos nos llenamos de valor y fortaleza, y experimentamos ese impulso que nos invita a dar la cara por el Señor, capaces de hablar a los demás e impartir catequesis, visitar cárceles y proclamar con nuestra vida y palabra que el Señor vive, nos ama y nos salva. Y también experimentar que nuestras palabras, inspiradas por el Espíritu Santo brotan como escritas por Él, de nuestro corazón.

No quiero terminar sin citar un comentario, que viene en las lecturas de la Eucaristías de cada día, del libro "Orar y celebrar", que dice así textualmente:
No os preocupeis de lo que vais a decir. Al menos sabemos -yo estoy convencido- que el Espíritu Santo interviene en nosotros cuando más lo necesitamos y cuando menos nos los esperamos. Todos hemos notado la presencia del Espíritu en nosotros. Algunos hemos  sentido su presencia cuando hablamos. Otros lo notamos en el teclado del ordenador (del cual yo soy testigo que lo experimento) que guía nuestros dedos al escribir. El Espíritu Santo se hace presente de múltiples formas. No lo dudemos. Está aquí, a nuestro lado, porque a través de la Iglesia lo hemos recibido desde el bautismo y nos acompaña a lo largo de la vida.