jueves, 22 de octubre de 2015

EL MOTOR DE ARRANQUE

(Lc 12,49-53)


Cuando falla el arranque quedamos parados, y a merced de lo que otros hagan. Está claro que no debemos pararnos, pero también, muy claro, que ese constante movimiento abruma, cansa y nos hace el camino duro. Pero esa es la cruz de nuestro tiempo. No cabe sino esperar a que el Señor venga de nuevo.

Jesús expresa esa ansiedad de terminar y convertir este mundo en un Reino de justicia, amor y paz, que Él mismo experimento. Por eso nos dice que no viene a traer la paz, sino la guerra, el movimiento, la acción de transformar el desamor en verdadero amor. Y arde en deseos de prender esa llama que nos enfrentará a unos con otros: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

El camino queda claro. Será una lucha constante, sin descanso, hasta el final. Eso nos puede servir para no desfallecer ni desesperar. Sabemos que la cruz estará siempre presente hagamos lo que hagamos. Jesús mismo la padeció. ¿Cómo no nos pasará a nosotros lo mismo? Por eso, debemos estar preparados y alegres, porque cuando las cosas se pongan tensas y enfrentadas, está pasando lo que tiene que pasar. Porque son muchos los que no quieren oír la Palabra, y confían en las ofertas de este mundo sin pensar lo que realmente son: tesoros caducos que terminan en el más profundo vacío existencial.

Hay muchos amores que matan y que enfrentan a las familias y a los hombres. Amores que tienen sus propios proyectos apoyados en ellos mismos y guiados por su propia razón. Amores interesados y egoístas, porque todo proyecto humano descansa en un interés y egoísmo. Y eso tiene su fin y su vacío, que cuando llega termina por hundir y destruir al hombre.

Abramos nuestro corazón para aceptar todo el fuego de amor que Jesús viene a traernos y a infundir en nuestros corazones, y llenos del Espíritu Santo llenemos de fuerza para continuar la marcha por el camino que Jesús nos señala.

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