domingo, 4 de junio de 2017

LLEGA EL ESPÍRITU SANTO

(Jn 20,19-23)
Jesús lo había prometido y todo lo que dice se hace. Llega el Espíritu Santo y comienza la andadura de la Iglesia: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». 

Y hasta nuestros días. La Iglesia no ha parado y desde aquel día los apóstoles -Hch 2, 1-11- hasta ahora, escondidos y asustados, sintieron la Fuerza del Espíritu y se lanzarón al mundo a proclamar la Buena Noticia de salvación, que no es otra sino la que todo ser humana lleva grabada en su corazón: Gozo, paz y plenitud eterna.

También nosotros, por nuestro Bautismo, quedamos configurados, en el Espíritu Santo, en sacerdotes, profetas y reyes, y comprometidos a proclamar y dar testimonio de ese Buena Noticia de salvación. Y nos convierte en templos vivos y santuarios que nos regala sus dones, de sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, fortaleza. piedad y temor de Dios. Dones que nos son dados, según cada cual reciba, para ponerlos en función del bien y provecho de los demás en cuanto a conocer y vivir la Buena Noticia de salvación.

Porque eso es el Evangelio que proclamó nuestro Señor. No una ideología, ni filosofía, ni preceptos, ni mandatos, ni religión...etc. Sólo una Buena Noticia de salvacion, que se concreta y se realiza en el Amor. Un Amor concreto que descubrimos en Él. Tal y como el lo vivió y lo materializó. Un estilo de vida desde y para el Amor. Por eso, ese poder recibido de perdonar los pecados, para darnos una y setenta veces siete la oportunidad de levantarnos y seguir sus enseñanzas de la vivencia del amor.

sábado, 3 de junio de 2017

MIRANDO A JESÚS

(Jn 21,20-25)
En nuestro camino estamos tentados a fijarnos en los demás. Analizamos sus pasos y activamos nuestra actitud excluyente experimentando una cierta atracción a señalar y diferenciar. Pronto nos hacemos coparticipe y condueños del grupo o comunidad. O, también, de la parroquia. Nace en nosotros un cierto instinto irrazonable a fiscalizar las entradas, e incluso, las salidas del grupo. Nos sentimos importantes, y que cualquier cosa que se mueva dentro de él, pensamos, deben contar conmigo.

El pasaje del Evangelio de hoy nos habla de ese asunto concreto. Pedro se interesa por la presencia de Juan, y parece que le molesta, o, al menos, quiere saber qué hace ahí. Y su curiosidad y sentimiento de importante le lleva a preguntarle a Jesús. Incluso, refiriéndose a Juan, le llama "éste", olvidándose de que es una persona, y que, además, ha sido elegido por Jesús.

¿Nos recuerda esa actitud y comportamiento a alguien? ¿Nos identificamos con él? ¿Nos vemos retratado nosotros en Pedro? Porque en nuestros grupos ocurren esas cosas. Muchos protestamos porque ha venido uno nuevo y toma parte muy activa en los servicios de la comunidad. Otros porque nos resulta molesto soportar a otro, y así muchos enfrentamientos y separaciones.  ¿Son esas enseñanzas de Jesús?

No vemos tentados, y de hecho lo hacemos, a cerrar los grupos y, difícilmente dejamos entrar a otros. De hecho, lo vemos más claramente en los grupos de las redes. Y, no podemos negar que siempre se corre algún peligro, pero, ¿corrió Jesús peligros? ¿No vino a salvarnos a todos? ¿Y eso no incluye el riesgo de correr algún peligro? Es verdad también que tenemos que tener prudencia y saber defendernos y protegernos, pero, ¿no nos defiende y protege Jesús? ¿No nos ha dejado el Espíritu Santo, el Defensor, el Consejero...etc?

El hecho de servir a todos implica abertura y acogimiento, y eso incluye ser rechazado o engañado. Jesús lo fue y, hoy, le sigue pasando. Quizás, contigo o conmigo. Porque, ¿dónde te encuentras? ¿En qué situación está en tu éxodo personal? ¿Acaso estás todavía en Egipto? ¿O en el desierto? ¿Has superado las tentaciones o sigues protestándole? ¿Te has cansado de esperar y has fabricado tus propios ídolos? Y muchas más preguntas que podemos hacernos, tú y yo.

Tratemos de reflexionar mirando más a Jesús, y esforzándonos en actuar como Él mismo nos enseña y nos indica: «Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme». 

viernes, 2 de junio de 2017

¿AMAMOS NOSOTROS REALMENTE?

(Jn 21,15-19)
Siempre nos hemos preguntado que nuestro amor no puede separarse de nuestros propios intereses y egoísmos. Estamos manchado por el pecado y eso nos hace pensar mucho en nosotros y en lo que nos beneficia. Hasta el punto de apartar y matar a otros por conseguir nuestros propósitos. Eso, aunque no nos guste, es nuestra propia realidad.

Personalmente, he pensado que los cristianos, al menos yo, somos más egoístas que los no cristianos, pues lo que hacemos, lo hacemos por alcanzar la Gloria Eterna en plenitud. Lo que decía Pablo -1ª Corintios 9, 25: "Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible".
 No amamos gratis, por decirlo de otra forma. Y eso nos ayuda a descubrir nuestra humanidad y nuestra materialidad. Somos pecadores y lo reflejamos hasta en el amor. ¡Cuántas distancias entre el hombre y Dios! Posiblemente, esa insistencia del Señor en preguntarle a Pedro tres veces, puede significar esa intención de descubrirnos nuestro impuro amor.

Nuestro amor está adulterado por la amistad. Porque una amistad siempre implica beneficio, favores, ayuda...etc. Decimos, "no lo conozco y, por lo tanto, no le puedo pedir ese favor"; o, "es mi amigo y seguramente me atenderá". Sin embargo, Jesús no nos debe nada; tampoco le damos nada, sino todo lo contrario, problemas, rechazos y escarnios. Jesús, el Señor, nos ama por amor. Es un amor puro y verdadero, porque es limpio y sin condiciones. 

Nada va a sacar que no tenga ya. El Señor no necesita de nosotros. Todo le pertenece y es suyo. Se nos hace incomprensible y misterioso, hasta el punto que no podemos comprenderlo. Y, por eso, nuestro amor es diferente, material, pequeño y egoísta.  Así, Pedro, desconcertado y aturdido por las reiteradas preguntas del Señor le dice: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». 

También nosotros le decimos lo mismo. ¡Señor, no entendemos nada ni podemos cambiar un ápice nuestro amor. Tú sabes que nos esforzamos en quererte desinteresadamente. Transforma nuestro corazón.

jueves, 1 de junio de 2017

APOYADOS EN LA PALABRA DE LOS APÓSTOLES

(Jn 17,20-26)
No me lo saco de la manga, ni lo deduzco por sentido común, sino que lo dice Jesús mismo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí». 

La Palabra nos ha llegado por el testimonio de los apóstoles, de vida y palabra. Todos han dado su vida por proclamar esa Palabra, recibida y enseñada por Jesús. Y este es el deseo de nuestro Señor Jesús: Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo. 

El Señor deja todo muy claro y nos llena de inmensa alegría todo lo que va preparando y diciéndonos para que, aparte de tener todo claro, sostengámonos en la esperanza de que vale la pena y es el tesoro más valioso superar estas pruebas terrenas que, de someternos a ellas, nos traerán la muerte. Miremos lo que nos dice al final de este hermoso Evangelio: «Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido y éstos han conocido que tú me has enviado. Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos».

Me llama mucho la atención esa Palabra del Señor que he subrayado más arriba, y que nos dice que nos ha dado a conocer tu Nombre y nos lo seguirá dando a conocer. Su Palabra es Palabra de Vida Eterna y siempre se cumple. El Señor nos acompaña y nos enseña y da a conocer el Nombre del Padre. Así como María e Isabel recibieron la Luz del Espíritu Santo, nosotros también, porque el Señor nos ama y nos quiere salvar, recibimos la Luz del Espíritu Santo.

Abramos nuestros corazones y dejemos entrar la Luz que ilumina nuestra vida y nuestro camino, para llegar firmes y unidos a los hermanos, a la Casa del Padre.

miércoles, 31 de mayo de 2017

EN LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

(Lc 1,39-56)
Sin lugar a duda, si lo piensas detenidamente, Isabel, la prima de María, fue asistida y llena del Espíritu Santo cuando dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Porque, Isabel, no sabe nada respecto al estado de María, y menos, sobre la anunciación del Ángel Gabriel y la elección y misión que Dios presenta con el Ángel a María. Y, para más asombro, que ese que María alberga ya en su seno es el Hijo de Dios. Luego, por sentido común, Isabel fue asistida e iluminada por el Espíritu Santo para dar ese anuncio de bienvenida a María.

Y, si todavía se quiere más, observemos como Isabel exclama y experimenta ese salto que su hijo dio en su seno, afirmando también el gozo de aquella que se ha fiado del Señor. Da la sensación que Isabel presenció la anunciación del Ángel Gabriel, o que el Espíritu de Dios está actuando en Isabel e iluminándola para que sus labios expresen esa maravilla de confesión.

En muchas ocasiones he proclamado este acontecimiento de la visitación como un milagro y una prueba más de la manifestación de Dios a los hombres. Y ni que decir tiene lo que sucede después, el canto del Magnificat. Como María da rienda suelta a su confianza y fe en el Señor proclamando esa maravilla de canto, de manifestación gozosa y agradecida por todo lo que Dios hace en ella: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos».

martes, 30 de mayo de 2017

TESTIGOS DE LA VIDA DIVINA POR EL BAUTISMO

(Jn 17,1-11a)

El Bautismo nos da la Vida de la Gracia y nos hace hijos de Dios configurándonos como sacerdotes, profetas y reyes, para dar testimonio de nuestro Padre Dios y proclamar la Verdad y la Buena Noticia de Salvación. Hemos recibido del Señor la Vida Eterna: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar».

Es la Buena Noticia de Salvación. Estamos salvados en y por el Señor, porque Él nos ha revelado el Amor Infinito de su Padre y nuestra salvación por la Misericordia de Dios. ¿Hay mejor noticia? Esa felicidad que todos buscamos la encontramos en el Señor, porque Él es la eternidad, el gozo y la plenitud.  

Y desde esa actitud estamos comprometidos a anunciar la Buena Noticia que significa y es conocer a nuestro Padre Dios y al hijo enviado a revelarnos y a dar testimonio del Amor del Padre. Damos gracias por tener esta oportunidad de aceptar su llamada y esforzarnos, a pesar de nuestros fracasos y decepciones. Sabemos y creemos que Jesús, nuestro Señor, ruega por nosotros al Padre y nos ha enseñado todo lo que del Padre ha recibido.

Pongamos en Él toda nuestra confianza y todo nuestro esfuerzo, confiando en su Palabra y en el Espíritu Santo. Enviado, por el Padre, para darnos fortaleza y sabiduría, a pesar de permanecer en este mundo indómito y salvaje, que nos tienta y nos persigue para desviarnos de su camino. Seamos dóciles a su Palabra y abramos nuestros corazones a su acción.

lunes, 29 de mayo de 2017

MUNDO DE MUERTE

(Jn 16,29-33)
Vivimos rodeado por la muerte, y eso no nos debe asustar, sino todo lo contrario, debe servirnos de motivo para continuar el camino con más ánimo y fe. Porque, no sólo es muerte la pérdida de la vida, sino también la de un amigo, la separación de la persona amada, el fracaso de un proyecto, la debilidad ante nuestras pasiones. Morimos cuando hacemos lo que no queremos y dejamos de hacer aquello que pensamos que era el bien y mejor para todos desde la verdad.

Vivimos tentado por los valores del consumismo, el capitalismo, la sensualidad y el materialismo. Quedamos atrapados en un mundo que nos cerca y nos tienta. Y, heridos como estamos, sucumbimos a estas seducciones y tentaciones. Ante esta realidad no podemos pensar que el camino sea fácil ni alegre. La lucha, por levantarnos y hacer lo que pensamos que es bueno y de acuerdo con el Evangelio, se hace dura y difícil. 

No obstante, descubrimos que no estamos solos. Dios nos busca y, en su Hijo, se nos hace presente para relevarnos su Amor y Misericordia. Él ha vencido al mundo y nos lo dice para animarnos y descubrirnos que, también nosotros, en Él podemos hacerlo. Porque su Misión es esa. Ha venido para liberarnos de todas esas inclinaciones y esclavitudes inherentes a nuestra naturaleza humana. Somos esclavos de nuestro pecado y, el Señor, quiere y viene a salvarnos. Ahí, a pesar de la lucha y su dureza, reside nuestra paz y nuestra alegría. 

Estamos alegres porque sabemos que el final será el triunfo. Cristo y yo mayoría aplastante. Con Él, no sólo que podamos vencer, sino que vencemos. Estamos seguros y esa es nuestra fe. Nos apoyamos en Él, y, aún sabiendo todas nuestras flaquezas y debilidades, no perdemos la esperanza y la alegría de, reconociéndonos pecadores, sabernos perdonados y salvados por su Infinito Amor y Misericordia.