domingo, 15 de octubre de 2017

INVITADOS AL BANQUETE

Mt 22,1-14
No hemos sido creados para morir. Sería absurdo pensar así. Al menos, nuestra razón lo entiende de otra forma. El sentido común nos dice que si hemos sido creados es para vivir plenamente y eternamente. Ese es el deseo que arde dentro de nuestros corazones. Y, por eso, somos invitados al Banquete, ese Banquete de la eternidad donde la abundancia del gozo y felicidad se hace eterna.

La parábola que hoy nos describe el Señor descubre la intención del Padre de invitar a su pueblo, Israel, por la Alianza hecha con su Hijo, al banquete de la salvación. Y como el pueblo la rechaza e incluso se revela matando a sus enviados, los profetas. También nos revela como el Señor les castiga.

Pero, no por eso el Señor suspende el Banquete. Sigue abierta la invitación y ahora va dirigida a todos, malos y buenos, que andan por los caminos. Los apóstoles son enviados a evangelizar y a bautizar, y a extender la Palabra de Dios por todo los caminos. Y el Banquete, la Iglesia, se llena y a ella acuden mucha gente. Pero, ¿llevan el vestido adecuado?

Esa es la pregunta y nuestra reflexión. ¿Estamos revestidos del vestido adecuado, los Sacramentos, para asistir al Banquete que el Señor nos prepara? ¿Hemos acudido al Banquete arrepentidos de nuestros pecados y con la disponibilidad de vivir en los mandatos del Señor? ¿O, simplemente, acudimos para saciarnos del hambre y sed del mundo y satisfacer nuestros apetitos y pasiones?

Dar respuesta a nuestras actitudes a la hora de acudir al Banquete que el Señor nos prepara y nos invita es la mejor opción de nuestra vida. No hay banquete mejor, porque este se trata de un Banquete de felicidad y Vida Eterna. Banquete al que estamos llamados y para el que nos hemos de preparar. 

Reflexiónemos en este sentido y dispongámonos a prepararnos y revestirnos de la Vida de la Gracia para ser bien acogidos en el Banquete de la Vida Eterna.

sábado, 14 de octubre de 2017

VIVIR DE Y EN LA PALABRA

Lc 11,27-28
María es doblemente dichosa, se me ocurre decir, no sólo porque ofreció su seno y sus pechos para dar vida y amamantar a Jesús, sino porque ese ofrecimiento posibilitó la encarnación del Dios hecho Hombre. María, bienaventurada y dichosa, pues, se hace corredentora con su Hijo para la redención de todos los hombres porque es la primera en obedecer a la Voluntad de Dios.

En esa obediencia está el secreto de la dicha. Por eso es elegida, por su entera disponibilidad y entrega a dar vida a la Palabra de Dios en su propia vida. Y es por ella por la que todos nosotros gozamos también de la oportunidad de ser dichosos cumpliendo la Voluntad de Dios. Ella con su "Sí" ha hecho posible que la Gracia de Dios venga, encarnado en Naturaleza Humana, es decir, hecho Hombre, a este mundo y que nos sea revelado su Amor y su Voluntad.

Pero, ella es también la que nos sirve de verdadero e inmaculado ejemplo con su testimonio de vida. Su sumisión a la Palabra; su obediencia y entrega la hacen y proclaman dichosa y bienaventurada. María es la Madre corredentora con su Hijo y, ella, también con su disponibilidad y su aceptación expresada y manifestada en el Magnificat, canta alabanzas y acción de gracia por las maravillas que Dios ha hecho en y con ella.

Ella se reconoce esclava del Señor y se muestra agradecida al verse llena de su Gracia y reconocida al haberse humillado. Pero, no nos quedemos ahí y no perdamos de vista que también nosotros estamos llamados, como María, a reconocernos como esclavos del Señor y a dejarnos revestir y empapar de su Gracia, para como ella, la Madre, reconocernos humildes y fieles servidores de su Palabra y hacer su Voluntad.

Este es su gran ejemplo y su dicha, ser la Madre de Dios, pero, primero, porque ha entregado su libertad y disponibilidad para, ofreciéndose, dejarse guiar y revestir de la Gracia de Dios y de la acción del Espíritu Santo.

viernes, 13 de octubre de 2017

EL AUTOENGAÑO, UNA MANERA DE JUSTIFICARTE

Lc 11,15-26
Te autoengañas cuando tratas de justificar aquello que se presenta real delante de ti. Te resiste a admitirlo y tratas de distorsionar la realidad. Tu ceguera, tu envidia, tu soberbia, tu suficiencia, tu miedo al ridículo delante de tus compañeros y a todo lo que dirán te acobarda y te hace inventarte toda clase de artimañas para justificar lo que realmente estás viendo.

Eso fue lo que sucedió en aquel tiempo: después de que Jesús hubo expulsado un demonio, algunos dijeron: «Por Beelzebul, Príncipe de los demonios, expulsa los demonios». Otros, para ponerle a prueba, le pedían una señal del cielo. Esa exigencia de una señal del cielo delata que lo que buscaban era que Jesús hiciera prodigios que les confirmara su poder y su divinidad. Igual ocurre hoy, ¿cuántos de nosotros no buscamos pruebas o señales que nos convenzan? Es como si exigiéramos al Señor que demuestre su Divinidad y que nos convenza. Para eso no hubiese hecho falta crearnos libre y con capacidad para elegir.

Tenemos una razón y una capacidad de discernimiento, y tendremos que ser nosotros los que decidamos. Es de sentido común que un reino dividido, como argumenta el Evangelio de hoy, no podría subsistir. Sólo la unidad mantiene la fortaleza de estar y permanecer unidos. «Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y casa contra casa, cae. Si, pues, también Satanás está dividido... Dependerá de cada uno sacar sus propias conclusiones.

La razón nos dice que cuando custodiamos nuestra casa la guardamos de los bandidos, pero si llega uno más fuerte que nosotros, éste nos vence y nos desvalija la casa. De la misma manera,  a todos aquellos que piensan de manera diferente les vemos como enemigos y tratamos de destruirlos, y justificamos su destrucción. No es eso lo que nos transmite y dice el Señor Jesús, que nos invita a permanecer y recoger con Él. Pues fuera de Él quedamos en manos del demonio, que nos destruye.

jueves, 12 de octubre de 2017

DICHOSA MARÍA PORQUE CUMPLE LA VOLUNTAD DE DIOS

Lc 11,27-28
Más que por se la Madre de Dios y llevarlo en su seno, María es dichosa porque cumple la Voluntad de Dios y acepta ser su Madre ofreciendo su seno como sagrario para la encarnación de Dios hecho Hombre. Y es que, María, es elegida para ser la Madre del Dios encarnado por su humildad, sencillez y limpieza de corazón y, sobre todo, por su obediencia y entrega.

María, llena de Gracia porque el Señor está con ella es la Madre bienaventurada y dichosa porque acepta y cumple la Misión que Dios le encomienda. Ella, con su disponibilidad y entrega nos enseña que lo primero es estar con el Señor, relacionarnos con el Señor, de lo que hablábamos ayer, y, luego, sincronizado con el Espíritu de Dios, todo lo demás vendrá por su Gracia y su Amor.

Busquemos, pues, al Señor y entremos en íntima relación con Él, porque desde Él nuestro ser y obrar será según su Voluntad. Nuestra obras no nos salvarán si no están injertadas en el Señor. En vano se cansan los albañiles si el Arquitecto no construye la casa, nos dice el salmo 126. Y es que sin el Señor todas nuestras obras están muertas, aún siendo buenas, porque lo que nos salva es el amor, y si no hay amor de nada nos vale nuestro obrar, pues buscamos nuestra gloria y eso será lo que se nos dará en este mundo finito que se consume pronto.

También podemos mirar como nuestras fidelidad y obediencia a la Voluntad de Dios, traducidas por su Gracia en buenas obras, repercuten e influyen en los demás. Por María somo todos beneficiados de la Gracia de la salvación. Ella nos abre la puerta para, redimidos por la Muerte de su Hijo, triunfar al final de nuestras vidas en la gloria de la Resurrección.

De la misma manera, también nosotros podemos ser bienaventurados y dichosos si, poniéndonos en Manos del Espíritu Santo, entregarnos en disponibilidad y obediencia a su Voluntad. Porque, de ahí no saldrán sino buenos frutos y hermosas obras para el bien de todos.

miércoles, 11 de octubre de 2017

RELACIONARNOS CON EL SEÑOR

Lc 11,1-4

Es la forma más directa y más frecuente de relacionarnos con Dios, la oración. Por medio de ella entramos en contacto con Él y lo podemos hacer en cualquier momento y en cualquier lugar. Pero, la oración, nuestra oración deber ser una relación filial, es decir, la del hijo que habla con su Padre y le cuenta todas sus alegrías, sus problemas, sus ilusiones, sus miedos y proyectos.

Quizás nos ponemos en contacto con Dios para pedir, hasta el punto de exigir solución a nuestros problemas. Nuestra relación se sostiene en eso, en la solución de mis problemas. Si no sucede así mi relación se debilita y se enfría. Rompemos nuestra amistad si ésta no está basada en que Tú, Señor, no soluciones mis problemas. Parece más bien una relación comercial, apoyada en el interés y en el beneficio. No se parece mucho a una relación de padre e hijos.

La esencia del padrenuestro es la de presentarnos ante el Señor como sus hijos. Y la relación de un padre e hijo es una relación de comprensión, de escucha y de afecto. Es una relación basada en la misericordia del padre, que es mayor, que tiene la paternidad y que te ha criado desde niño. Es la relación de la criatura con su Creador. Nade de exigencias ni de rabietas, porque un hijo sabe del amor de su padre y es consciente que su padre busca su bien.

Por lo tanto, pongámonos en sus Manos y tratemos de hacer lo que Él nos dice y nos manda. Todo está contenido en esa hermosa oración del padrenuestro que nos revela la necesidad de santificar su Nombre y de hacer presente en nosotros su Reino. Nos recuerda también pedirle, como hacen los hijos con sus padres, el pan de cada día, y el perdón de nuestros fallos y culpas. Pero, nos remite también a nosotros perdonar a los que nos ofenden. Condición imprescindible para ser perdonados.

Porque nuestro Padre es Padre de todos, no sólo de ti o de mí. Y eso significa que nos hace hermanos. Por último nos remite a que nos apartemos del peligro que nos tienta y nos puede hacer caer en el pecado y romper la amistad con Él. Tengamos en cuenta que el Padre nuestro es un estilo de vida que tenemos que tener presente en cada momento e instante de nuestras vidas.

martes, 10 de octubre de 2017

LA PALABRA, EL HILO QUE NOS SOSTIENE

Lc 10,38-42
Será difícil, por no decir imposible, sostenerse sin la escucha diaria de la Palabra. Ocurre lo mismo que con el coche, sin gasolina no vale para nada, salvo servir de cobijo. Pero necesita la gasolina para cumplir su misión de transportarnos. 

La Palabra nos sostiene y nos abre el camino de cada día. Una Palabra bien escuchada, que supone y exige atención e intención de ser vivida. Una Palabra que empuja a pedir, a orar y a confiar. Una Palabra que se va encarnando en tu vida cada día y en la medida que la vas escuchando. La Palabra de Dios es el Alimento que nos lleva al Banquete de la Eucaristía, Alimento por antonomasia, que nos da la Vida Eterna.

En el pasaje de la vida de Jesús que hoy se nos manifiesta en el Evangelio, María, la hermana de Marta, ha sabido aprovechar mejor la ocasión. Es una buena oportunidad, puesto que está Jesús delante, de escucharle y dejar todo lo demás. Ahora es momento de atención y de escucha,  porque su Palabra es ese Alimento que nos dará sentido y fuerza para saber discernir y actuar en cada instante de nuestra vida. Saber discernir y actuar haciendo el bien y eligiendo la verdad y la justicia.

No se trata de dejar el trabajo y nuestras obligaciones, pero nunca debemos dejar que éste nos engulla y nos aparte de la escucha atenta de la Palabra. La Palabra es el hilo que sostiene nuestra vida, igual que la marioneta está sostenida por unos hilos. Si estos se cortan, la marioneta se derrumba y termina su existencia. También nos ocurre a nosotros si cortamos el hijo que nos une a Dios. Quedaríamos a merced del mundo y, en sus manos, destruidos y vencidos, condenados a una muerte eterna.

Y es que escuchando la Palabra ordenarás tu vida mejor, escogiendo lo verdaderamente importante y cribando lo bueno de lo malo; lo necesario, de lo intranscendente, superficial y caduco; lo que da vida, de lo que mata y condena. La Palabra te hace mejor, te perfecciona y te ayuda a ser más responsable y cumplir con tus obligaciones. Porque la Palabra es Camino, Verdad y Vida.

lunes, 9 de octubre de 2017

AMARÁS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZÓN...

Lc 10,25-37
En aquel tiempo, se levantó un maestro de la Ley, y dijo para poner a prueba a Jesús: «Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?». Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?». Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás».

Son Palabras de Jesús que responden a lo que ha dicho aquel maestro de la Ley. Y también responden a tus propias preguntas. Obtener y conseguir la Vida Eterna supone amar al Señor tu Dios, pero no de cualquier manera, ni tampoco a tu capricho y gusto. Se trata de amarlo con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente. Es decir, sin condiciones y plenamente. Y concluye Jesús afirmando que haciendo eso vivirás.

Está claro, al menos así lo entiendo yo, que Jesús se refiere, cuando dice vivirás, a la Vida Eterna. Y eso también significa que estamos llamados a esa vida, porque tú y también yo queremos la Vida Eterna. Una Vida Eterna en plena felicidad y gozo. Sin imperfecciones tanto físicas como espirituales. Una vida perfecta e inimaginable desde nuestra ahora condición humana.

Amar a Dios no parece muy difícil, pues adecuar tu vida a una series de prácticas y preceptos es cuestión de disciplina y algo de voluntad. Y el habito hace al monje. También lo hacen los deportistas para conseguir un premio mucho más limitado y caduco. Un premio que no te salva y que todo queda en un poco de gloria humana que con el tiempo se evapora.

El problema empieza cuando aquel maestro quiere justificarse y, aparentando ignorancia, quiere comprometer a Jesús y que descubra quien es ese prójimo. Y Jesús de forma magistral nos regala esa parábola del samaritano que disipa toda duda y deja boquiabiertos a todos los que trataban de evadir, esconder y justificar el amor al prójimo. Tú tienes ahora la oportunidad de, a la luz de esta Palabra de Jesús, discernir quien es tu prójimo y amarlo como te enseña Jesús para alcanzar esa Vida Eterna.