miércoles, 1 de julio de 2015

DIOS PONE TODO, CREA, PAGA Y SI LE RECHAZAS, SE VA

(Mt 8,28-34)


Dios, nuestro Padre, se ha comprometido, por Amor, con la libertad de respetar nuestras decisiones y voluntades. De tal forma que, el hombre tiene poder para parar el poder de Dios, porque así Dios lo ha pensado y lo ha querido. Eso explica muchas cosas, y también el deterioro del mundo.

El hombre quiere gobernarse, y todo lo que toca lo estropea. Estropea la vida; estropea las relaciones humanas; estropea las familias; estropea la paz; acrecienta el hambre, las injusticias, las guerras y aumenta las muertes y la corrupción degenerativa del hombre. Estropea el mundo. A pesar de todo esto, Dios respeta al hombre y sólo le propone su plan. Un plan de amor y de plena felicidad eterna que el hombre se empeña en rechazar.

La historia se repite, protestan por haberle invitados y liberados de la esclavitud de Egipto y prefieren seguir y continuar apegados a sus costumbres materiales y caducas. El hombre, en virtud de la capacidad recibida para elegir, elige de nuevo mal. Elige lo material, la oferta de falsa felicidad que el mundo le ofrece, y se aleja del tesoro de la salvación. Buscan el poder y la riqueza que les permita dominar e imponer sus egos y sus apetencias, y originan enfrentamientos, egoísmos y luchas fratricidas.

El Evangelio de hoy es la pura realidad de lo que ocurre en nuestro mundo de hoy. Se echa a Dios del mundo, de nuestro mundo, y se valora más el valor material de la piara de cerdos. No se escucha la Palabra de Dios, y se prefiere las cosas del mundo. Estamos repitiendo exactamente lo que le ocurrió a Jesús aquel día y en aquel lugar. Le decimos a Jesús que no le queremos; que no se quede entre nosotros. Quitamos los crucifijos de nuestras casas, colegios, y hasta nos atrevemos a profanar los templos. Le pedimos al Señor que nos deje en paz.

Reconocen el poder de Jesús, el Hijo de Dios, pero prefieren la piara y la muerte. ¿No vemos nosotros esta imagen en el mundo que hoy vivimos? ¿No se nos parece este encuentro con muchos que hoy suceden a nuestro derredor? Basta reflexionar un poco y llegamos a esa conclusión, el mundo no quiere que Dios se le acerque.

Y en este contexto, Señor, nosotros queremos proclamar tu Palabra, y testimoniar nuestra fidelidad a la misma hasta el punto de poner nuestra vida en peligro. Nosotros, Señor, te pedimos que nos liberes y nos salve del poder del Maligno y que nos lleves contigo. Nosotros queremos seguirte, Señor y confiar en tu Palabra. Danos, Señor, la Gracia de no separarnos de Ti. Amén.

martes, 30 de junio de 2015

LA VIDA ES UN EXAMEN DE NUESTRA FE

(Mt 8,23-27)


Si nos paramos a pensar llegaremos a la conclusión que la vida es hermosa a pesar de todas las dificultades que nos presenta. Y es hermosa si llegamos a descubrir la oportunidad que representa para alcanzar el don más preciado:  "El gozo y la dicha eterna en la presencia del Padre que nos quiere".

Sería absurdo y erróneo pensar que el camino no ofrezca dificultades. Suponer un camino fácil no es nada coherente, porque en nuestro corazón está escrito que lo costoso y difícil tiene mucho valor. Eso es buen presagio, que la dificultad nos lleva al estimado y querido tesoro. Un tesoro común a todos los hombres rebosante de gozo y felicidad. Pero cuyo camino está y se presenta lleno de luchas y adversidades.

Y es nuestra esperanza y nuestro gozo: "Sufrir y padecer por perseverar y mantenernos fieles a Cristo. Y es también nuestra oportunidad de demostrarle a Jesús nuestra fidelidad, porque las palabras lo dicen, pero son los hechos y las obras las que lo confirman. Comprendemos ahora el gozo de los apóstoles cuando sintieron y experimentaron sufrimientos y padecimientos por el Señor. Sus corazones exultaron de alegría al poder demostrarse y demostrar su fidelidad a Jesús. Así experimentaremos también nosotros entre las tempestades que durante el camino de nuestra vida se nos vayan presentando.

No es nada fácil el camino, pero me atrevería a decir que es necesario experimentar sufrimientos y padecer amenazas y persecuciones para dejar firme y testimoniado nuestra fidelidad al Señor. Sólo en la vivencia de las dificultades podemos testimoniar y dejar probado nuestra fidelidad y verdadero amor al Señor. Porque cuando las cosas son difíciles queda patente nuestro compromiso y nuestra verdad.

Por eso, la vida es siempre hermosa, porque de una forma u otra es una constante prueba de amor, y un desafío a nuestra esperanza. Será difícil superarla, pero no imposible. Dependerá de que entiendas que no puedes enfrentarte a ella solo. Por eso ha venido Jesús, el Hijo de Dios, y también ha sido enviado el Espíritu Santo. Con Él no podemos perder, pero hay que tener fe y confianza.

Habrá muchas Tempestades en nuestra vida, pero en lugar de hundirnos lograrán fortalecernos como rocas, porque nuestra barca está apoyada en Jesús, la Roca firme que nos sostiene y salva. En Él permaneceremos siempre a flote.

lunes, 29 de junio de 2015

EL FUTURO ESTÁ GARANTIZADO

(Mt 16,13-19)


El paso del tiempo va borrando las promesas y debilitando la fe y la esperanza en ellas. Sucedió así en la plenitud de los tiempos cuando el Precursor Juan, el Bautista, despertó la conciencia, dormida por los tiempos, de la profecía de la venida del Mesías.

En el Evangelio de hoy, Jesús, promete a Pedro el primado de la Iglesia poniéndola a salvo del poder del infierno. No lo dice cualquiera o alguien de relevancia, sino el mismo Jesús que, en el Evangelio de ayer domingo, curaba a la hemorroisa y resucitaba a la hija de Jairo. Pedro ha recibido de Jesús el poder de continuar su Obra evangelizadora en la tierra. Jesús funda la Iglesia y pone a Pedro a la cabeza de ella. Y lo hace con la garantía del éxito y el triunfo sobre el Maligno, las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella.

Añade Jesús: "A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos".

Ahora lo que falta por nuestra parte es creerlo, es decir, fe y confianza. Tener plena confianza en su Palabra, y confiar en que nada, por mucho que estemos viendo, pueda destruir la Iglesia. Francisco, el hoy Papa, sucesor directo de Pedro, conserva la misma promesa de Jesús, y, en el Espíritu Santo, recibe la Gracia para dirigir la Iglesia con total éxito según la Voluntad de Dios.

No sabemos cómo ni por qué caminos el Señor nos conducirá y cumplirá su Palabra. Pero, a pesar de las tempestades del mar de la vida, sabemos que la Palabra del Señor es Palabra de Vida Eterna. En Él siempre todo se ha cumplido. Experimentamos persecuciones, fracasos, deterioro, corrupción, amenazas de muerte, rechazos y olvido de Dios, pero su Palabra sigue en pie.

Y, aunque eso no nos exime de preocuparnos y de trabajar por establecer el Reino de Dios en la tierra, sí mantenemos y conservamos la esperanza en la promesa del Señor. Hoy la recordamos en el Evangelio y nos suena cercana y directa. El Señor Vive y está entre nosotros, y a su lado nada tememos, porque Él está en la Barca de nuestra vida para, avisado por nuestras oraciones, calmar las tempestades. Amén.

domingo, 28 de junio de 2015

A PESAR DE QUE TÚ NO QUIERAS, LOS HECHOS LO DEMUESTRAn

(Mc 5,21-43)


No hay cabida para la reflexión. Este pasaje evangélico no da lugar a dudas. Puedes tenerlas, pero de la misma forma puede venirse abajo todo lo que hasta ahora crees y apoyas en la historia antigua, moderna o contemporánea. No creer en el Nuevo Testamento, hechos de los apóstoles, es como negar los hechos que se apoyan en la historia. La Tradición y prestigio de la Iglesia da credibilidad a estos hechos.

Y ante el Evangelio de hoy no cabe ninguna evasión. Crees o no crees. Crees porque hay hechos evidentes que lo prueban, demuestran y dan testimonio de la Verdad. Y no crees porque prefieres entregarte al mundo y no comprometerte, por amor, en renunciar a ti para darte a los demás. Así de sencillo. La resurrección de la hija de Jairo, después de muerta, como sucedió con Lázaro, el buen amigo de Jesús, aleja toda duda del poder de Dios y de su Amor por salvarnos.

Pero, la curación de la mujer, que padecía flujos de sangre, nos deja enmudecidos y boquiabiertos sin poder de reacción ante las maravillas del poder del Hijo de Dios. ¡Realmente, Tú, Señor, eres el Hijo de Dios Vivo!

No se puede ignorar estos hechos y muchos otros. Cada pasaje evangélico nos descubre la Divinidad, y también la humanidad de nuestro Señor Jesús. Cuando creemos con suma facilidad todo lo que nos dice Bill Gates u otros científicos, porque lo han probado, negamos los hechos históricos, pero reales y vividos del Hijo de Dios. Es fácil creer muchos supuestos y deducciones con los que la historia llena muchas lagunas y vacíos para completar la cadena que explique muchos interrogantes en la historia del hombre. Y muy difícil creer históricamente en la Palabra de Jesús, el Hijo de Dios. La diferencia es que lo que suponen y deducen unos, en Jesús está probado por testigos que nos lo han transmitido por la Tradición y las Escrituras.

Posiblemente, ocurre que mientras creer en los científicos es indiferente y no incide de forma sustancial en mis proyectos y convicciones. Creer en Jesús afecta de forma profunda a toda mi vida, y derrumba mis ideas y proyectos para, desechándolos, dejar y poner en primer lugar los que me propone Jesús. Se trata de dejar mi volntad para hacer la Voluntad de Dios.

Y eso es molestoso, duro, fastidioso, complicado, complejo y muy difícil de vivir. Tan difícil hasta el punto de que no podemos hacerlo solos, sino que necesitamos la Gracia del Espíritu de Dios y el peregrinar intimamente unido a Él. Porque sin Él nada conseguiremos. Amén.

sábado, 27 de junio de 2015

NO PUEDO AUMENTAR MI FE

(Mt 8,5-17)


No sé qué hacer para acrecentar mi fe. ¿Cómo sería la fe del centurión? De sus palabras se desprenden gran fe y una gran confianza en que el Señor puede curar a su siervo. Yo quiero creer así también Señor, pero experimento debilidad y confusión porque no tengo ninguna señal que me lo haga saber y me descubra la medida de mi fe.

Posiblemente estoy ciego y no veo todo lo que he recibido. Posiblemente estoy más que ciego, y no percibo los hermosos y largos días de la vida que Él me ha dado. Posiblemente no advierto que mi fe es la que hoy puedo tener, y que tener más podría ser malo para mí. Posiblemente no sé las razones de que Dios no quiera aumentarme la fe, y sí lo hizo con aquel centurión. 

Posiblemente no sepa nada, y lo que debo hacer es postrarme ante el Señor y confiar esperanzado en su Misericordia y Amor. Doy gracias a Dios, mi Padre, por demostrarme todo su Amor en Palabras de su Hijo Jesús, y en entregarlo a una muerte de Cruz para darme la oportunidad de salvarme. Doy gracias por tanta Misericordia, pues me siento indigno de recibirla.

A veces pienso que mi fe es muy pequeña porque no me siento con confianza para entregarme como me gustaría, o como pienso que debo hacer; otras veces creo que es el Maligno, quién me inquieta y hace pensar así para desesperarme y confundirme. De una u otra forma experimento que mi fe es pobre, pequeña y se tambalea. Quisiera tener una fe como la del centurión, pero eso me recuerda a algunos amigos que me han confiado que les gustaría creer en Dios.

La fe es un don de Dios, y creo que todos la tenemos sellada en nuestro corazón, porque Dios nos la ha dado como Padre Bueno que es y quiere que todos sus hijos crean en Él. Ocurre que muchos la rechazamos, otros la acogemos con indiferencia; otros no llegamos ni a descubrirla y nos quedamos en la mediocridad, y sólo algunos la acogemos, la aceptamos y nos abrimos a ella. Es posible que muchos de los que abren sus corazones a la fe se queden en un treinta por ciento, otros en un setenta y algunos lleguen al cien.

No sé dónde estaré yo. Creo que algo debo tener, y, por eso le doy gracias a Dios. Y digo algo debo tener en cuanto trato de buscarle y esforzarme en vivir su Palabra. ¡Claro!, dejo mucho que desear, pero confío en que pueda, con su Gracia, ir mejorando. 

Por eso, te pido, Señor, que aumentes mi fe, porque yo no puedo sino postrarme delante de Ti y esperar confiado que quieras dármela. Si Tú quieres Señor, como diría el centurión, puedes hacerlo. Amén.

viernes, 26 de junio de 2015

PRIMERO RECONOCERME PECADOR

(Mt 8,1-4)


Está claro que no va al médico sino aquel que se siente enfermo. Un enfermo de azúcar no se da cuenta de su enfermedad si no se hace un control de su glucosa, porque ella no avisa. Te va deteriorando sin que te des cuenta. Y, el ejemplo que nos sirve a nosotros, no acudes al médico a controlársela sino cuando adviertes que la padeces.

De igual forma, no acudirás al Señor mientras no reconozcas tu condición pecadora. La lepra del pecado nos va minando y comiendo nuestra alma, y contagiándonos hasta perdernos. Necesitamos advertirlo, y ya descubierta la enfermedad buscar al Médico del alma para que nos limpie y nos sane. Es resaltable y digno de admiración  la confianza del leproso en el poder del Señor para curarle. Pero más importante es darnos cuenta de nuestras lepras, no tan visibles como la lepra original, pero igual de mortífera que ella.

El mundo nos distrae, y los ambientes tan contaminados de bienestar, de comodidades, de pasa tiempos y diversiones; de distracciones, eventos deportivos, ocio y juegos, actos sociales...etc. A los que se suman Internet, televisiones, vídeos, películas y un sinfín de actividades que nos excluyen a Dios de nuestra vida. Es más, llegamos a pensar que Dios nos molesta y estorba, y, en el mejor de los casos, pensamos que ya le atenderemos cuando seamos mayores y le necesitemos, pero por ahora no nos hace falta.

Posiblemente pensemos que no nos hace falta ninguna limpieza. Somos gente buena y honrada y sana. Y eso de la lepra no va con nosotros. Sin embargo excluimos a muchos, rechazamos a aquellos que no gozan de nuestra simpatía y seguimos nuestros proyectos sin tener en cuenta a los demás. En pocas palabras, pensamos en nosotros y muy poco en los demás. Y en ese poco de los demás solo incluimos a algunos: hijos, familiares y amigos que nos caen muy simpáticos. Los enemigos ni verlos.

No es leve nuestra enfermedad de lepra, que nos aleja del Señor y nos mancha con el pecado del desamor. Llega incluso a vendarnos nuestros ojos y no ver sino lo que el pecado quiere que veamos. Permanecemos ciegos y dejándonos guiar por ciegos. Y mientras no descubramos nuestras lepras no recurriremos al Señor para pedirle que nos limpie. Y pedírselo con confianza, porque el Señor ha venido para limpiarnos, pero necesita, como el leproso del Evangelio, que le digas: «Señor, si quieres puedes limpiarme»

jueves, 25 de junio de 2015

SOY YO DE LOS QUE DIGO: SEÑOR, SEÑOR

(Mt 7,21-29)


Se me ponen los pelos de punta porque no me hace discípulo de Jesús el ir a verle y hablar con Él, sino el amor con el que viva sus Palabras y los frutos que del mismo se desprendan. Muchas veces hemos hablado sobre esto, y reflexionado profundamente, pero no estoy seguro de que lo esté cumpliendo.

Quizás el saber que puedo confesar mi fracaso y, arrepentido, volver a empezar, me da esperanza, pero el gusanillo del temor a engañarme, acomodarme y descansar en mi confortable vida de piedad, que me sirve para llenar las horas de aburrimiento y pasarlas mejor, me hace temblar. No estoy contento con mi labor de apostolado, o al menos insatisfecho. Siempre me culpo de pasividad o comodidad.

Sé y conozco a gente que lo pasa mal. Sé que hay necesidades y servicios por los que puedo y debo hacer algo más, y sabiéndolos me quedo en silencio y quieto. Quizás no sepa qué y cómo hacer; quizás el miedo o sentido de ridículo me paralice; quizás mis prejuicios o falta de fe...etc. Realmente no sé qué puede ocurrir, pero lo que sí sé es que no apuro mi vida hasta el extremo de sufrir lo que sea por servir y amar por Cristo. Y eso es de lo que el Señor me va a pedir cuentas.

Me da miedo que no me asalte la intranquilidad y desesperación, y que reflexione sobre esto de forma serena y tranquila. Temo instalarme y acomodarme, y eso me descubre que el Maligno trata de que no nos preocupemos ni nos tomemos esto tan en serio. Nos lleva a la mediocridad y a instalarnos entre dos aguas. Por eso, Señor, no pierdo las esperanzas de que tu Gracia me transforme y me llene de vida y vitalidad para saltar como el ciego Bartimeo y responderte con ese: Señor, ¿qué quieres de mí?

Toda esta forma de plantearme mi vida Señor, me lleva a pedirte desesperadamente que cambies mi corazón y me llenes de la caridad y generosidad con la que deseo servirte en los hermanos. Percibo cada momento como un tesoro que se me escapa, y experimento mi propia impotencia de no poder cambiar sin tu Gracia. Eso me descubre la imperiosa necesidad de agarrarme fuertemente a Ti, y de implorarte a cada instante tu Gracia. Porque no quiero perderte a pesar de mi tibieza, y quizás, es esa tibieza, de la que me avergüenzo, el imán que me mantiene temerosamente agarrado a Ti.

¡Oh, Señor, dame la Gracia de crecer en tu Amor por el amor a mis hermanos! Dame la sabiduría de encontrar la medida de mi caridad y de darla para buen provecho de mi prójimo. No quiero, por acallar mi conciencia, derramarla cómodamente, sino darla y compartirla con el sudor de mi sangre. Que mis oraciones tengan respuestas en la entrega de mi vida.