(Mt 8,23-27) |
Si nos paramos a pensar llegaremos a la conclusión que la vida es hermosa a pesar de todas las dificultades que nos presenta. Y es hermosa si llegamos a descubrir la oportunidad que representa para alcanzar el don más preciado: "El gozo y la dicha eterna en la presencia del Padre que nos quiere".
Sería absurdo y erróneo pensar que el camino no ofrezca dificultades. Suponer un camino fácil no es nada coherente, porque en nuestro corazón está escrito que lo costoso y difícil tiene mucho valor. Eso es buen presagio, que la dificultad nos lleva al estimado y querido tesoro. Un tesoro común a todos los hombres rebosante de gozo y felicidad. Pero cuyo camino está y se presenta lleno de luchas y adversidades.
Y es nuestra esperanza y nuestro gozo: "Sufrir y padecer por perseverar y mantenernos fieles a Cristo. Y es también nuestra oportunidad de demostrarle a Jesús nuestra fidelidad, porque las palabras lo dicen, pero son los hechos y las obras las que lo confirman. Comprendemos ahora el gozo de los apóstoles cuando sintieron y experimentaron sufrimientos y padecimientos por el Señor. Sus corazones exultaron de alegría al poder demostrarse y demostrar su fidelidad a Jesús. Así experimentaremos también nosotros entre las tempestades que durante el camino de nuestra vida se nos vayan presentando.
No es nada fácil el camino, pero me atrevería a decir que es necesario experimentar sufrimientos y padecer amenazas y persecuciones para dejar firme y testimoniado nuestra fidelidad al Señor. Sólo en la vivencia de las dificultades podemos testimoniar y dejar probado nuestra fidelidad y verdadero amor al Señor. Porque cuando las cosas son difíciles queda patente nuestro compromiso y nuestra verdad.
Por eso, la vida es siempre hermosa, porque de una forma u otra es una constante prueba de amor, y un desafío a nuestra esperanza. Será difícil superarla, pero no imposible. Dependerá de que entiendas que no puedes enfrentarte a ella solo. Por eso ha venido Jesús, el Hijo de Dios, y también ha sido enviado el Espíritu Santo. Con Él no podemos perder, pero hay que tener fe y confianza.
Habrá muchas Tempestades en nuestra vida, pero en lugar de hundirnos lograrán fortalecernos como rocas, porque nuestra barca está apoyada en Jesús, la Roca firme que nos sostiene y salva. En Él permaneceremos siempre a flote.
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