lunes, 21 de septiembre de 2015

UNA CONVERSIÓN SUPUESTAMENTE DIFÍCIL

(Mt 9,9-13)


Últimamente me llama la curiosidad y la atención la conversión de Mateo, un recaudador de impuestos al servicio del Imperio romano. Peor mal visto no se puede estar, porque los recaudadores eran considerados como traicioneros del lado de los romanos. Y Mateo, pecador público y mal visto es llamado por Jesús.

Su primera reacción es invitarle a su casa. Más problemas porque se pone su relación con Jesús a la vista de todos. Estaba en el escaparate de la crítica. Por un lado por su condición pecadora y traicionera; por otro lado, su relación ahora con Jesús. Una historia que no concuerda por su incoherencia.

Sin embargo, Mateo se convierte y se le atribuye el Evangelio (Mt 9, 9-13), donde narra su propia conversión. Y ardo en deseos de conocer esa conversación que supuestamente mantuvo Jesús con Mateo. ¿Qué pudo pasar para que Mateo, igual que Zaqueo en otro momento, quedarán fascinados y dispuestos a dar un giro a sus vidas de trescientas sesenta grados?

Puedo imaginar las Palabras de Jesús, pero más imagino la escucha de Mateo y la apertura de su corazón para que en él fuese sembrada la semilla de la que el sábado nos hablará el Evangelio. Supongo que atención y que emoción, y qué entusiasmo. Pero creo que lo verdaderamente importante fue su disponibilidad y su dejarse llevar por la llamada de Jesús. Todo lo demás fue efecto de la Gracia del Espíritu Santo que invadió a Mateo del don de la fe.

Y eso es lo que se supone nos falta a nosotros. La disponibilidad de estar prestos a la llamada del Señor y abiertos a la acción de su Gracia. Claro está que el Señor sabe de lo que somos capaces, y también de la misión que quiere de nosotros. Y por eso debemos estar prestos y atentos a su llamada, a lo que Él quiera de nosotros y a su siembra en nuestro corazón. ¿Y cómo podemos estar?

Serenos, tranquilos, atentos a esa brisa suave que nos invade y nos llena de gozo y de paz. Porque Jesús nos habla en paz y nos llama para ser instrumentos de paz y transmitirla. Esa será la señal de que el Señor nos quiere para trabajar en su Viña.

domingo, 20 de septiembre de 2015

AL FINAL HABRÁ JUSTICIA

(Mc 9,30-37)


Hemos oído muchas veces que todo se paga en la otra vida. Se supone que en lo más profundo de nuestros corazones está escrito que habrá otra vida, porque esa idea nace dentro de nosotros, y, como los sueños, se manifiesta. También es de sentido común que quien la hace la paga. Al menos esos pensamos y nos gustaría que así fuera. Creemos en una justicia divina que haga, valga la redundancia, justicia.

También los apóstoles, sin entender lo que les decía Jesús, hablan de quienes serán los primeros, lo cual nos hace suponer que esperan otra vida. La eternidad, que supone que haya otra vida, está escrita en nuestros corazones, y eso supone, repetimos de nuevo, que la mayor aspiración del hombre es ser feliz eternamente.

Pues bien, la única oferta conocida y gratis es la de Jesús de Nazaret. Nos propone la felicidad eterna y no señala el camino para conseguirla. Se trata de ser los últimos, los últimos en todo y estar disponible a servir. Supongo que es un poco hacer de tonto en este mundo, porque estar dispuesto a servir y renunciar a tus propios egoísmo lo tachan de tontos. Hoy parece que quien no se aprovecha de sus posibles cargos y roba, es un tonto.

 «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos». Son Palabras de Jesús y dejan bien claro cuál es su propuesta y camino, y nuestra actitud y conducta. En ese sentido me parece absurdo manusear y besuquear a las imagenes y crucifijos, e incluso tratar de tocar la Patena. La única forma de tocar a Jesús, aparte de en la Eucaristía que te alimentas de su Espíritu, es tocarlo en los más necesitados e indefensos y carentes de todo. Porque cuando haces algo a alguien que verdaderamente lo necesita, estás abrazando y besando al Señor. Esas son las verdaderas caricias que el Señor quieres y aceptas que le hagas: 
«El que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, no me recibe a mí sino a Aquel que me ha enviado».

Sólo en el servicio a los más pobres, necesitados y últimos de este mundo encontraremos la ocasión y la oportunidad de dar un fuerte abrazo al Señor.

sábado, 19 de septiembre de 2015

SÓLO LO QUE ECHA RAÍCES PROFUNDAS Y SE AGARRA A LA TIERRA, DA FRUTOS

(Lc 8,4-15)


No es cuestión simplemente de oír y escuchar, o de pasar largos o cortos tiempos junto al Señor. Siendo todo eso bueno y necesario no basta para dar frutos. Se necesita que la raíz de nuestro corazón se hunda profundamente en el Corazón de Xto. Jesús y experimente su Amor, y enraizado en El dé buenos y abundantes frutos. Porque solo podemos dar frutos si nuestra vida permanece unida a la del Señor.

Sucede que al principio la Palabra de Jesús nos enamora, pero pronto nos cansa y nos defrauda. Las cosas no salen ni suceden tal y como esperábamos y eso nos desilusiona y pone en tela de juicio nuestra fe. En esas tribulaciones la semilla sembrada y caída en el camino es pisoteada y comida por los pajarillos del campo. 

Nuestro enamoramiento pronto se desvanece. Ocurre sin embargo que otra parte de las semillas sembradas logran echar raíces, pero no profundas y, por poca tierra (oración, Eucaristía, perseverancia...etc) se secan abrazadas por las zarzas y abrojos que las ahogan. Y es que el mundo, sus ofertas y tentaciones terminan por ahogarnos y separarnos del Señor.

Sólo permanecen las semillas que logran adentrarse en las profundidades de la tierra y agarrarse fuertemente a Dios. Agarrarse por medio de los sacramentos y de la oración; agarrarse por medio de la escucha de la Palabra y del esfuerzo diario de vivirla en el servicio y entrega a los demás. Agarrarse en una constante y perseverante unión en el Señor, que por la acción del Espíritu Santo abramos nuestros corazones a la eficacia y acción de su Gracia.

viernes, 18 de septiembre de 2015

LO MISMO ME PREGUNTO YO, Y QUIZÁS TÚ TAMBIEN

(Lc 8,1-3)


¿Por qué me interpela la Palabra de Jesús? ¿Por qué me atrae y me invita a seguirle? ¿Por qué le sigo? Son preguntas que me hago y que veo que a otros no les sucede. Hoy el Evangelio de Lucas nos narra un día normal en la vida de Jesús. Como Jesús va de aldea en aldea proclamando su Palabra, y como con Él van, además de los apóstoles, algunas mujeres.

¿Sería yo uno de esos de estar allí? Al menos tengo el consuelo que aquí si estoy. Siempre me ha interpelado la Palabra de Jesús. Desde muy joven he le he seguido. Supongo desde que lo empecé a conocer. Me ha cuestionados sus Palabras y su forma de decirlas. No he encontrado en nadie tanta Verdad como la que Él dice, defiende y vive.

Porque lo importante, más que hablar es vivir lo que se habla. Jesús, no sólo predica, sino que lo que dice lo vive y lo cumple. Su Vida es la vivencia de su Palabra. Sin lugar a duda, Él es el Camino, la Verdad y la Vida. 

Resulta curioso que además de los apóstoles le siguieran algunas mujeres. El Evangelio de Lucas nos dice: le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.

Pero lo curioso es que hoy se ve también a muchas mujeres en la Iglesia. Concretamente en mi parroquia, el noventa por ciento son mujeres, y con frecuencia leen las lecturas y llevan las ofrendas. A veces son dos o tres hombres los que estamos en medio de ellas. Posiblemente los hombres somos más soberbios y orgullosos y nos cuesta más abrirnos al perdón.

Sin embargo, Señor, me alegro de estar a tu lado, de seguirte y de esforzarme en vivir y alimentarme de tu Palabra. En ese sentido me siento privilegiado y lleno de Ti. Y te pido, Dios mío, que aumentes mi fe y me inundes de tu Gracia para fortalecido en ella seguirte con más firmeza, decisión, voluntad y amor.

jueves, 17 de septiembre de 2015

NECESITADOS DE PERDÓN

(Lc 7,36-50)


Cuando nuestra soberbia está viva exigimos pruebas que nos den respuestas a nuestra incredulidad. Queremos que nos demuestren por qué tenemos que creer. Es decir, exigimos que nos convenzan. Quizás, eso como tantos otros, es lo que buscaba aquel fariseo llamado Simón, empeñado en invitar a Jesús a comer. Quería ver el poder de Jesús y que le convenciera de su incredulidad.

Jesús no tiene que convencernos de nada. Nos ha dada la libertad de elegir y de convencernos nosotros mismos. Jesús viene a revelarnos el Amor de su Padre, y a decirnos que, enviado por su Padre, se ha ofrecido voluntariamente y por Amor para pagar y saldar la deuda por nuestros pecados.

También nos señala un camino, pero nunca nos exige convertirnos, simplemente nos lo propone. Porque es el único camino de salvación y la única solución a los interrogantes que la vida nos plantea. Por supuesto, necesitamos perdón, pero ese perdón tenemos que pedirlo como resultado de nuestra voluntaria conversión. Nada ni nadie nos exigirá convertirnos, pero responder a nuestros deseos de salvación y felicidad sólo lo lograremos por el camino que Jesús nos señala.

Así, Simón el fariseo, viendo como Jesús se dejaba acariciar, limpiar y perfumar sus pies por aquella mujer, señalada como adultera, pensó que Jesús no era el que pensaba, y fue sorprendido por la respuesta de Jesús. Sólo el que se da, abre su corazón y arrepentido pide perdón, es perdonado, y aquella mujer no paraba de dar y suplicar perdón por sus pecados. Mientras el fariseo sostiene su soberbia y la alimenta creyéndose mejor que la mujer pecadora.

¿No nos ocurre algo parecido a nosotros actualmente? Pidamos la Gracia para que nos ayude a vencer nuestra soberbia y abriendo nuestros corazones seamos lo suficientemente humildes de pedir perdón.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

SE HACE DIFÍCIL NO PONER OBJECIONES

(Lc 7,31-35)


Nuestra naturaleza humana está enferma y llena de soberbia. Se nos hace difícil morir a esa soberbia de creernos mejores que otros e incluso ser nuestros propios dioses. Ese es nuestro pecado de ayer, pero también nuestro pecado de hoy. Nos resistimos a obedecer los mandatos del Señor y le hacemos nuestra propia crítica.

Pensamos que Juan es muy austero y exaltado al defender la verdad. Algo así como un extremista. De Jesús decimos que se da buena vida porque come y bebe. Nos parece mal que se siente a comer y beber con aquellos que le invitan y reclaman su presencia. 

No aceptamos lo que la Iglesia nos propone y queremos cambiar muchas cosas. A todo le ponemos falta. Hoy mismo, asistí a la celebración de la nueve hora de la mañana en Mancha Blanca, ermita de Ntra. Señora de los Dolores. Correspondía esa celebración a la parroquia de San Ginés, mi parroquia. Y rápidamente mi mente se prepara para criticar y poner defectos a los actos que acompañan a la liturgia. Esto fue muy largo, lo otro innecesario...etc.

No es preocupante que eso surja, sino que no se salga de ahí. No era preocupante que los fariseos no entendieran a Jesús, sino que no le aceptasen y creyeran en Él. El pecado no está en nuestros propios fallos, porque estamos heridos, sino en no dejarnos curar por el Médico que lo puede y quiere hacerlo. El pecado se esconde en la soberbia que no se deja humillar y, abajándose, hacerse humilde y pobre. Esa es la roca dura que no deja suavizar y humanizar el corazón.

Descubramos nuestro interior en lo más profundo de nuestro corazón. Sepamos lo que somos y sabiéndolo no perdamos la esperanza del perdón. Porque nuestro Padre Dios es Misericordioso y nos perdona. Sólo necesita nuestro corazón hecho carne, humillado y despojado de toda soberbia para que, en la humildad, aceptar el Amor y Perdón de Dios.

martes, 15 de septiembre de 2015

DOLOR Y ALEGRÍA

(Lc 2,33-35)


Todos hemos experimentado el amor de una madre. Lo lógico, porque a veces falla el sentido común y, creo que siempre, por enfermedad psíquica u otros factores psicológicos, es que una madre da todo por su hijo. Desde esta perspectiva, María, la Madre de Jesús, experimentó un dolor inimaginable, a pesar de intuir que su Hijo era el Mesías enviado por Dios y que la muerte no tendría la última palabra.

Igual nos ocurre a nosotros, ante el dolor nos desesperamos y hasta perdemos la confianza en el Señor. No vemos sino lo inmediato y, a pesar de que esperamos la Resurrección, nos revelamos y rechazamos al Señor. Muchos confiesan esa experiencia. 

Y ese es el ejemplo de María, a pesar del dolor a los pies de la Cruz, con su Hijo levantado y crucificado en ella, María soporta y acepta el dolor participando con su dolor en la Redención de su Hijo por los pecados de todos los hombres. Madre corredentora en su Hijo por la Gracia de Dios.

María representa para nosotros un ejemplo de camino de cruz. Una cruz que ella soportó y aceptó desde la anunciación del ángel y que supo guardar con paciencia en su corazón hasta el momento de la Resurrección. Resurrección que también nosotros esperamos con paciencia y alegría contenida por el camino de cruz que compartimos con Jesús.

Hoy, día en el que conmemoramos la exaltación de la Cruz, pedimos al Espíritu Santo que nos fortalezca y nos llene de su Espíritu para soportar con paciencia, a ejemplo de María, el camino de cruz que nos presenta nuestra vida.