jueves, 17 de septiembre de 2015

NECESITADOS DE PERDÓN

(Lc 7,36-50)


Cuando nuestra soberbia está viva exigimos pruebas que nos den respuestas a nuestra incredulidad. Queremos que nos demuestren por qué tenemos que creer. Es decir, exigimos que nos convenzan. Quizás, eso como tantos otros, es lo que buscaba aquel fariseo llamado Simón, empeñado en invitar a Jesús a comer. Quería ver el poder de Jesús y que le convenciera de su incredulidad.

Jesús no tiene que convencernos de nada. Nos ha dada la libertad de elegir y de convencernos nosotros mismos. Jesús viene a revelarnos el Amor de su Padre, y a decirnos que, enviado por su Padre, se ha ofrecido voluntariamente y por Amor para pagar y saldar la deuda por nuestros pecados.

También nos señala un camino, pero nunca nos exige convertirnos, simplemente nos lo propone. Porque es el único camino de salvación y la única solución a los interrogantes que la vida nos plantea. Por supuesto, necesitamos perdón, pero ese perdón tenemos que pedirlo como resultado de nuestra voluntaria conversión. Nada ni nadie nos exigirá convertirnos, pero responder a nuestros deseos de salvación y felicidad sólo lo lograremos por el camino que Jesús nos señala.

Así, Simón el fariseo, viendo como Jesús se dejaba acariciar, limpiar y perfumar sus pies por aquella mujer, señalada como adultera, pensó que Jesús no era el que pensaba, y fue sorprendido por la respuesta de Jesús. Sólo el que se da, abre su corazón y arrepentido pide perdón, es perdonado, y aquella mujer no paraba de dar y suplicar perdón por sus pecados. Mientras el fariseo sostiene su soberbia y la alimenta creyéndose mejor que la mujer pecadora.

¿No nos ocurre algo parecido a nosotros actualmente? Pidamos la Gracia para que nos ayude a vencer nuestra soberbia y abriendo nuestros corazones seamos lo suficientemente humildes de pedir perdón.

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