Jn 19, 25-27 |
Una enfermedad, un accidente o cualquier obstáculo
puede desencadenar una situación de dolor. Todos, de alguna manera, hemos
vivido esa experiencia.
A esa conclusión llegaba Pedro tras conocer la
muerte de un querido amigo. Pensaba en el dolor de sus familiares, y sentía
cierta nostalgia al saber que ya no volvería a encontrarse con él.
—¿Qué piensas del dolor, Manuel?
—Un tiempo de tristeza y amargura. Una experiencia
—fuerte— que todos tendremos que vivir en algún momento de nuestra vida.
—Y muchos —dijo Pedro, acongojado— no podrán
superarla.
—Sí, suele ocurrir. Sin embargo, las personas que
tienen fe cuentan con otra manera de enfrentarse al dolor. Les sostiene la
esperanza de la resurrección.
—¿Lo crees así?
—Es la experiencia que tengo al ver a muchas
personas que conozco. Además, en Jn 19, 25-27, María, la Madre de Dios,
permanece al lado de Jesús y nos enseña a acompañar a quienes sufren. La
fortaleza se muestra hacia fuera para sostener, pero el dolor hiere por dentro.
María expresa el amor incondicional de madre y la fidelidad plena de discípula.
—Pero … el dolor —dijo Pedro con titubeo— sigue ahí,
y por dentro te desgarra.
—Es una situación difícil. Pero, detrás de ese dolor
de cruz, se esconde la esperanza de la resurrección. Y eso fortalece.
Bajo la cruz, María se convierte en madre de todos
los creyentes; ella sigue acogiendo nuestras noches oscuras, nuestras heridas y
sufrimientos. En ella encontramos esperanza los abatidos, los despreciados y
los olvidados.
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