lunes, 7 de diciembre de 2015

EL PODER DE SEÑOR LO IMPULSABA A CURAR

(Lc 5,17-26)

Una cosa es decir que crees y tienes confianza en el Señor, y otra es poner en movimiento ese impulso de fe que dices experimentar y creer. Porque la fe se demuestra poniéndote en camino, como el camino se hace caminando. No vale, pues, decir que creo, si luego mi vida no presenta y descubres signos que lo demuestran. Se hace, pues, necesario poner a prueba esa fe confiando y abandonándote en las Manos y el Poder del Señor.

Es lo que sucedió con aquel paralitico. Tanto los que le transportaron como él mismo tuvieron fe en Jesús. Es posible que dentro de tu corazón lleves siempre la duda, porque la fe nace en la duda, pues sin ella no sería necesaria la fe. En la presencia de Dios, cuando llegue ese día, no nos hará falta fe, porque ya lo vemos cara a cara. Es ahora cuando la necesitamos y, a pesar de la tentación de la duda, confiamos y creemos en Él.

Aquellos hombres respondieron a ese impulso de fe que experimentaron y buscaron a Jesús. Ocurre muchas veces en la vida de los hombres. Los hombres necesitados. Esa fue la respuesta de aquellos dos ciegos que, impulsados por su fe, buscaron también a Jesús. La fe nos mueve a buscar a Jesús. Y ahora sucede en ese paralitico y sus compañeros. Apostando y movidos por su fe se presenta delante de Jesús. 

Viendo Jesús la fe de ellos, dijo: «Hombre, tus pecados te quedan perdonados.  E inmediatamente surge el problema. Los escribas y fariseos empezaron a pensar: « ¿Quién es éste, que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios?». ¿No nos ocurre lo mismo a nosotros? ¿Cuántos pensamos que eso de perdonar los pecados no lo puede hacer la Iglesia? ¿No es eso lo mismo que desconfiar de la Palabra de Jesús que le confiere ese poder?
Conociendo Jesús sus pensamientos, les dijo: « ¿Qué estáis pensando en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir: ‘Tus pecados te quedan perdonados’, o decir: ‘Levántate y anda’? Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados -dijo al paralítico- ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’». Y al instante, levantándose delante de ellos, tomó la camilla en que yacía y se fue a su casa, glorificando a Dios. 

Quizás muchos de nosotros nos parezca que estamos en desventaja porque no estuvimos allí, pero obviamos que aquellos no tenían el testimonio de la Iglesia, que nos lo garantiza y transmite fehaciente ahora, en nuestro tiempo. Y que Jesús continúa perdonándonos, en las personas de los presbíteros, que reciben su poder de perdonar. Hoy, quizás, tenemos más ventaja, porque Jesús ha Resucitado y vive entre nosotros. Y confiando en su poder, también por la fe, podemos hacer obras y milagros en su Nombre.

domingo, 6 de diciembre de 2015

EN EL AÑOS QUINCE DEL IMPERIO DE TIBERIO CESAR

(Lc 3,1-6)

Juan el Bautista es llevado por la Palabra de Dios al desierto. Él va a ser el instrumento del que Dios se sirva para proclamar un Bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Y esto no sucede de forma imprecisa o en aquellos tiempos, sino que se produce en una fecha concreta de la historia de la humanidad: "Año quince del Imperio de Tiberio Cesar".

Era en ese momento Poncio Piltato procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea. Son fechas precisas que fijan el momento de la proclamación de la Palabra de Dios, y la aparición en la vida publica de Jesús. Juan, el precursor, prepara el terreno invitando a la conversión con un Bautismo de agua. 

Un signo que prepara un corazón contrito: «Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Y todos verán la salvación de Dios».

Es lo que hoy llamamos el adviento, la preparación para la venida del Señor. La Palabra del Señor nos llama a prepararnos, a llenar los barrancos de mi vida con su Gracia; a rebajar la soberbia y mi orgullo suficiente y revestirlo de humildad y sencillez; purificar lo tortuoso de mi vida, descubriéndola sin dobleces y en verdad, y allanándola en sintonía con la Palabra de Dios.

La salvación se hace presente en nuestras vidas, pero para que florezca en nuestros corazones necesita nuestra colaboración. La Gracia del Señor está asegurada por su Misericordia y Amor, pero espera nuestra respuesta, tal es, la de abrirnos a su Gracia y dejar que cultive nuestro corazón dando verdaderos frutos de amor.

sábado, 5 de diciembre de 2015

LA TENTACIÓN DEL DESCANSO

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(Mt 9,35—10,1.6-8)

Descansar es necesario, pero también puede convertirse en una gran tentación, sobre todo cuando se trata del trato con Dios y con los hermanos. El amor no tiene descanso, porque si se ausente y se descansa, deja de amar, y en esos momentos corre peligro de no volver a hacerlo. El demonio está al acecho y las ofertas del mundo tientan nuestra carne. Recordemos los peligros del alma: mundo, demonio y carne.

Otra cosa es el descanso de la actividad que puede enquistarse y hacerse rutina en nuestra vida. Conviene salir de nuestra tierra y tratar de amar en otras tierras. Significa esto que el cambio de actividad o tomar nuevos riesgos y compromisos favorecen la renovación y el descanso de la mente y el cuerpo.

La labor no tiene descanso. Cada día es una nueva piedra que aportamos en el camino y nuevos retos a los que responder desde el compromiso Bautismal (sacerdote, profeta y rey) y de nuestra fe. El amor no tiene reposo, como la vigilancia de una madre no descansa respecto a su hijo pequeño. 

Amar es el reto de nuestra vida, y un reto que exige continuidad sin desfallecer, porque el amor nunca para, ni tampoco muere. Se ama siempre, porque amar te compromete siempre. No amas por pasión, ni tampoco por afectos o sentimientos. Amas por compromiso, porque tu corazón goza y es feliz cuando amas.

El Evangelio nos descubre hoy una estampa diaria de la Vida de Jesús. Una secuencia que, diríamos, se repite con frecuencia en la Vida de cada día de Jesús: Recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia.  

Jesús, enseña - anuncia - cura. Nos marca el camino al que estamos llamados por nuestro compromiso de Bautismo, y para el que contamos con la asistencia del Espíritu Santo. Por la Gracia de Dios, estamos revestidos de los mismos atributos de los apóstoles (Bautismo), y nuestra misión es también enseñar, anunciar y curar. Y lo podemos hacer por la Gracia de Dios y la asistencia del Espíritu Santo.

La Iglesia continúa haciéndolo, desde ese momento, a través de sus miembros, desde los apóstoles hasta nuestros días. Y dándolo gratuitamente como nos enseña y manda Jesús. Tengamos la fe y la confianza que el mismo Señor nos da, y, abandonados a su santo Espíritu dejémonos llevar por su acción y poder.

viernes, 4 de diciembre de 2015

NO NOS HACEN FALTA LOS OJOS PARA VER

(Mt 9,27-31)


Aquellos dos ciegos ya veían la Divinidad de Jesús. Ellos afirmaron que Jesús era el enviado, el Hijo de David, y con ese presagio de esperanza se ponen en camino y lo buscan. Saben de su ternura y de su Misericordia, y confían en su perdón y sanación por el amor.

Y quien busca encuentra. En la presencia del Señor le suplican que vean, y responden a la pregunta de Jesús. Están convencidos y confiados en que Jesús les puede dar la vista, y así sucede. Ven la luz del mundo, pero ya, hacía rato, veían la verdadera y única luz, la Luz del Hijo de David, el Mesías enviado para salvarnos.

Hace unos momento he imprimido una frase de (Is 7, 14b-15)
Mirad: la Virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa “Dios-con-nosotros”). Comerá requesón con miel, hasta que aprenda a rechazar el mal y a escoger el bien. Con la intención de llevársela a los hermanos cautivos en la cárcel y compartir con ellos esa esperanza del Mesías que está anunciado que va a nacer muchos siglos antes de que se produzca. Isaías nace hacia el 765 a.C. 

¿No es esto un milagro? Una profecía hecha más de siete siglos y que tiene su cumplimiento en el nacimiento de Jesús. Verdaderamente no hay que ir muy lejos para encontrar verdaderas razones que testimonian y dan razón del nacimiento del Señor y de sus orígenes divinos.

Aquellos dos ciegos veían más claro que muchos de su tiempo y también del nuestro. Veían con los ojos de la luz del corazón, y veían lo que realmente es necesario e interesa ver: que Jesús es el verdadero Hijo de Dios, el Mesías esperado donde apoyamos todas nuestras esperanzas de salvación. Verdaderamente aquellos dos ciegos, con sus ojos físicos opacos a la luz, supieron ver la Luz Verdadera.

Pidamos al Señor que también nosotros veamos la verdadera luz que se nos esconde, deslumbrados por la luz, caduca y opaca, que nuestros ojos físicos alcanzan a ver.

jueves, 3 de diciembre de 2015

MI FORTALEZA ES EL SEÑOR

(Mt 7,21.24-27)


Seguir al Señor no es cuestión de cierta disciplina y cumplimiento. Es verdad que ambas son necesarias, pero sólo por el mero hecho de cumplirlas no basta. Seguir a Jesús es comprometerse al esfuerzo diario de imitar el estilo de su Vida, y, por tanto, vivir en su Palabra cumpliendo su Voluntad. 

Sería disparatado tratar de hacer ese esfuerzo sólo desde mis propias fuerzas y capacidades, porque el mundo nos puede y nos somete a sus caprichos y pasiones, tentándonos frecuentemente y venciéndonos si optamos por enfrentarnos sin la asistencia del Espíritu Santo.

Jesús nos lo advierte hoy claramente en el Evangelio: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca.

Él es la Roca que nos fortalece y nos potencia para la lucha de cada día contra las adversidades y los obstáculos, tantos los que nos vienen del mundo, como los nuestros propios, aquellos que anidan dentro de nuestros corazones. Sin la Gracia del Señor quedamos a merced del príncipe de este mundo, y sometidos a su poder diábolico. Necesitamos la Gracia del Espíritu Santo para salir victorioso.

En y con el Señor encontraremos las fuerzas y la luz que nos alumbra el camino que nos conduce a la victoria, que nos alimenta y previene fortaleciéndonos contra las adversidades y obstáculos que nos impiden seguir y encontrarnos con el Señor.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

SACIARNOS PARA FORTALECERNOS

(Mt 15,29-37)


No cabe ninguna duda que comer ahora y saciarnos, significa que, más tarde, tendremos de nuevo necesidad de comer. La vida es un camino que exige fortaleza y eso trae como consecuencia alimentarnos. Pensar que con esa comida del monte, que organizó Jesús todo está hecho, es pensar mal. 

Necesitamos sacar consecuencias de esa enseñanza que Jesús nos muestra. La compasión que sentimos por aquellos que sufren y padecen no debe nacer y morir dentro de nosotros. Se hace necesario alimentarle de lo de cada día, pero más, del verdadero alimento, que perdura y da la Vida Eterna.

Seguros que algunos habrán abandonados antes de la invitación a comer; otros se descuidan de proveerse de lo que necesitan de forma negligente, y otros acuden sólo buscando la oportunidad del alimento material. No se podrá atender a todos, porque se necesitan colaboradores que ayuden a acercar a los impedidos por muchas cosas, no sólo físicas, a Jesús. El Evangelio nos dice que acudían enfermos, lisiados, tullidos, ciegos, cojos...etc., pues bien, esa gente tendrían que ser ayudados por otros. Y así debe ser, muchos unos dependen de otros.

La Iglesia continúa esforzándose en dar el alimento, tanto material como espiritual a todos aquellos que lo solicitan. Es verdad que el material hay que darlos a los que lo necesitan, pero el espiritual, el Cuerpo y la Sangre del Señor, lo necesitamos todos. Y ese es el verdadero alimento, porque en Él encontraremos las fuerzas para buscar el otro alimento con nuestro trabajo y esfuerzo. 

Busquemos al Señor, no sólo para pedirle el alimento material, sino precisamente para pedirle el alimento espiritual. El Alimento que nos da Vida Eterna y nos hace herederos de su Gloria. Pero, también, pongamos nuestro esfuerzo y nuestra colaboración en ofrecer eso cinco panes y dos peces de nuestra vida, para que la Gracia del Señor nos transforme y nos multiplique en ser comida y alimento, por su Gracia, para otros.

martes, 1 de diciembre de 2015

ESTAR AGRADECIDOS NECESITA LLENARSE DE HUMILDAD

(Lc 10,21-24)


No puede estar agradecido aquel que se siente fuerte y capaz de sostenerse por sí mismo. No pueden sentir agradecimiento quienes piensan que se bastan por sí mismo, porque en esa actitud no necesitan dar gracias a nadie. Dar gracias exige humildad y necesidad de ayuda. Es decir, experimentarte pobre y humilde.

Sólo el pobre acepta recibir, porque carece de mucho, y necesita ayuda. Y eso te hace humilde y evita que puedas ensoberbecerte. Así, de esa manera, tu corazón se abre a la Gracia de Dios, y se predispone en una actitud humilde a recibir.

Hoy, Jesús, al ver la alegría de los discípulos que regresan llenos de gozo y exultantes por la experiencia y resultados al proclamar la Palabra de Dios, se llena de alegría y gozo del Espíritu Santo y dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra’» (Lc 10,21). 

No se puede proclamar desde la arrogancia ni desde la actitud de quien manda o sabe, sino desde la actitud de quien se considera un simple y humilde servidor y que, por la Gracia de Dios, su corazón agradecido es, en la asistencia y sabiduría del Espíritu Santo, instrumento de su Palabra para transmitirla a los demás. Sólo así se puede experimentar ese gozo del que hoy hablamos en los discípulos, y que movió a Jesús con alegría exultante dar gracias a su Padre del Cielo.

Nada mejor que unas palabras humildes de agradecimiento a todos los que nos acompañan y leen con inquietud, atención y entusiasmo estas sencillas reflexiones abiertas a la acción del Espíritu Santo, y dócil a su Palabra consciente de ser su humilde instrumento. Y rogarle que nos ayude a hacerlas vida en nuestras vidas.