sábado, 2 de enero de 2016

¿SABEMOS LO QUE DIJO JUAN?

(Jn 1,19-28)

Leemos en el Evangelio de hoy lo que dijo Juan Bautista: «Yo soy voz del que clama en el desierto: Rectificad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías». 

No dijo que él era la Palabra, sino la voz de la Palabra. Juan se pone en su lugar, el que le corresponde como mensajero y precursor del que ha de venir: La Palabra. Pero, la pregunta que se clava en nuestro corazón pide respuesta: ¿Y tú, que anuncias? O dicho de otra forma: ¿ qué propones con tu vida y palabra?

Porque podemos estar convencidos, pero proponer no la Palabra, sino nuestra palabra. Hay mucha gente que piensa así. Ayer mismo me encontré con un amigo a la puerta de una iglesia, se había acercado acompañando a su mujer. Nos saludamos y hablamos unos minutos. Al final, sin decirle nada y como queriendo justificarse, comentó: "Yo creo en Dios, pero esto de las misas y los curas, no".

Ni era momento, ni había clima para decir algo. Simplemente dibujé una leve sonrisa y, mi mujer y yo, entramos en la iglesia. Lo mejor rezar por él. También lo hago ahora. Y por todos los que fabricamos, quizás esté yo también incluido, nuestros propio dios.

Juan Bautista supo distinguir bien su papel y lo que debía anunciar. No era él la Palabra, sino la voz que clama en el desierto anunciando la Palabra del que ha de venir, el verdadero y único Hijo de Dios. Él es la Palabra encarnada que viene a salvarnos. Vivamos anunciando esa Palabra, la que nos salva y nos redime de nuestros pecados.

Y para eso debemos, como nos dice Juan, arrepentirnos y convertirnos a la Palabra de Dios dejándonos transformar nuestros corazones endurecidos y egoístas, por un corazón fraterno, solidario y lleno de amor como el de Xto. Jesús.

viernes, 1 de enero de 2016

HAY QUE ANUNCIARLO

(Lc 2,16-21)


Las cosas si no se dicen, no se saben, y menos se conocen. Y lo que no se conoce, no se puede amar. Por lo tanto, el nacimiento de Jesús hay que anunciarlo. Y se le anuncia a los pastores. Es indudable que si se le dice a los ricos y poderosos, las consecuencias no serían las mismas que a los pastores.

Los ricos y poderosos quieren el mundo para ellos. No están dispuesto a compartirlo, y eso no da lugar ni a discusión o dudas. Lo observamos en el mundo en el que vivimos. En el mundo político, económico, social, artístico, deportivo...etc. Todos queremos más como dice la canción. Posiblemente, los ricos y poderosos no hubiesen hecho caso o irían a hacer desaparecer a Jesús del mapa. Herodes lo intentó.

Son los pobres, los marginados, los indigentes, los que buscan cura y salvación, los que están dispuestos y abren sus corazones al anuncio del Salvador. Nos les queda otra opción, y su esperanza se abre a la acción del Espíritu que, por medio del Ángel, le anuncia el nacimiento del Niño Dios.

Pero no creen porque no encuentra otra salida, sino que porque buscan una salida, esa anunciada por el Ángel les colma de esperanza, y responde a todos los signos que se le presentan. Corren y van a comprobar donde está ese Niño salvador que ha nacido, y comprueban que todo lo que les han dicho tiene verdadero cumplimiento en Él. 

Jesús es la Palabra de Dios, y en Él se cumple todo lo profetizado. Las esperanzas puesta en Él tienen respuesta verdadera, y la fe se fortalece y crece. El encuentro con Jesús no decepciona, sino que alegra y da esperanza. No es un encuentro ciego, sino todo lo contrario. Es un encuentro que ilumina, que da luz y alumbra el verdadero camino.

Que este nuevo año 2016, para el que deseamos alegría y verdadera felicidad para todos, sea un año donde, con nuestra vida y palabra, anunciemos y proclamemos que Jesús ha nacido en Belén para salvarnos del pecado.

jueves, 31 de diciembre de 2015

LA PALABRA ERA Y ES DIOS

(Jn 1,1-18)

Quien cierra los ojos y no quiere ver la Luz que ilumina la vida, está en su derecho. Porque ha sido creado en libertad, y tiene, regalado, ese don para discernir y elegir el camino que quiere tomar: Vida o muerte. El peligro es que no tenemos los ojos bien abiertos, y las ofertas del mundo nos pueden confundir.

Dicho esto, no se puede vivir sin preguntarse quién soy y a dónde voy. Se hace ineludible reflexionar sobre ello, porque, precisamente, en ello nos va la vida. Y es evidente y obvio que queremos vivir. Por lo tanto, quien no tenga la vida como prioritaria debe presentar síntomas de locura. Y en esta andadura, podemos deducir que la Vida tiene un principio. Un Principio que debe haber existido Siempre, Eternamente.

En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. 

Todo está muy claro, al menos para mí. La Palabra era Dios. Mi vida necesita una explicación, y obviarla es de tonto, porque tarde o temprano me voy a topar con su verdad y misterio. Puedes justificar que todo es un misterio, y que tu condición humana pide razones que lo expliquen, pero un Dios que puede llegar a explicarse, deja de ser Dios inmediatamente. Dios es inalcanzable, como inalcanzable para nosotros es llegar a entenderle.

Pero hay razones, pruebas, testimonios...etc. Pero, sobre todo, está la Encarnación. Dios se hace Hombre precisamente para eso, para acercarse al hombre y hablarle directamente sufriendo y padeciendo como él. Jesús aclara todo y da testimonio de su Padre Dios. Y lo hace con la Palabra y con la Vida. Jesús es irrechazable desde su testimonio y su Palabra, porque nos da prueba constante de su Amor. Incluso entregando su Vida. E ilumina todo lo que se hace oscuridad en nosotros.

Sin embargo, la huella de la duda siempre nos acompañará. Es la consecuencia de nuestro pecado. Por eso necesitamos la fe. La fe de los hijos en su Padre. Confiados y abandonados al Amor y Misericordia de su Padre Dios, que ha dado pruebas de su Amor. Y que nos fortalecerá y afirmará esa fe en la medida que confiemos en Él.


FELIZ AÑO 2016


miércoles, 30 de diciembre de 2015

DE SORPRESA EN SORPRESA

(Lc 2,36-40)


La vida de Jesús, desde el instante de su nacimiento, es un libro abierto que proclama su Divinidad y su Grandeza. Y también la Misión para la que ha nacido. Los pastores, los magos de Oriente, ángeles... No solamente acontecimientos extraordinarios exteriores, sino también interiores, en el corazón de las personas que tienen algún contacto con este Niño. 

Todo se produce de forma que proclama las maravillas del nacimiento del Niño Dios. Hoy, el Evangelio, nos narra la presencia de la profetisa Ana. Una mujer mayor que, en un momento de su vida, decide dedicar el resto de su vida a Dios con ayuno y oración. Está en constante vigilancia a la espera de su venida. Y tiene su premio, pues experimenta la dicha de, como Simeón, de descubrir la presencia de Dios en Aquel Niño que tiene delante de sus ojos.

Y esa debe ser nuestra constante, estar pendiente del Señor. En la parábola de las vírgenes prudentes y necias, el Señor nos descubres cual debe ser nuestra actitud. Quizás, Ana, es una de esas vírgenes prudentes que está vigilante y pendiente de la venida del Señor. Y, llegado el Novio, escucha su voz y encuentra la puerta abierta.

No perdamos el tiempo de nuestra vida con cosas superfluas y caducas. Estemos atentos y vigilantes porque el Novio llegará cuando menos lo esperamos. Ana nos da hoy ejemplo con su vida y nos demuestra que la recompensa llegará. El Señor se hará presente.

Jesús, al calor de sus padres, José y María, van cumpliendo todo lo prescrito según la ley del Señor, y creciendo en sabiduría y fortaleza, pues la Gracia de Dios estaba sobre Él.

martes, 29 de diciembre de 2015

OTRA PRUEBA MÁS DE LA DIVINIDAD DEL NIÑO DIOS

Lc 2, 22-35


No se puede explicar ni entender con razón humana la profecía que Simeón da cumplimiento con la exaltación de sus palabras ante la presencia de aquel niño, que él descubre y revela como el Mesías esperado. No hay otra explicación sino por la intervención del Espíritu Santo. Toda estaba previsto y cuidadosamente preparado para que la profesía hecha a Simeón se cumpliera.

No podemos negar la divinidad del Niño Dios sino llevados por nuestra soberbia y ceguera, ante las pruebas tan claras y evidentes que la vida de Jesús nos presenta. No se puede explicar como aquel viejo Simeón puede saber que el Niño que tiene en sus manos es el Mesías esperado. Y que aquella Mujer, su Madre, sufrirá un gran dolor. Cerrar los ojos a esta evidencia, y a muchas otras más acaecidas y que seguirán sucediéndose en el tiempo de la vida de Jesús en la tierra, es pura indiferencia sometida al orgullo, soberbia y suficiencia del hombre.

Jesús se somete en todo a la ley, porque ha decidido ser como el hombre, menos en el pecado. Los padres de Jesús cumplen con el precepto de acudir al templo para presentar a su hijo y ofrecer lo establecido: dos tórtolas o pichones, para consagrarlo al Señor. Pero todo lo profetizado se cumple en Él.

Hay muchas pruebas que nos revelan la evidencia de la identidad de Jesús. Es el Mesías esperado, el Hijo de Dios Vivo, y viene para revelarnos la locura de amor de su Padre. Jesús es nuestra esperanza y nuestra salvación. Jesús es, nos dirá el mismo, el Camino, la Verdad y la Vida.

Abramos los ojos de nuestros corazones y dispongámonos con docilidad a seguir los pasos de Jesús que nos enseña el Camino, la Verdad y la Vida Eterna.

lunes, 28 de diciembre de 2015

EN LA OSCURIDAD DE LA NOCHE

(Mt 2,13-18)


La noche nos obliga a caminar a ciegas. No vemos con claridad donde ponemos nuestros pies inseguros y vacilantes. Quizás sentimos miedo, pero un impulso misterioso nos impulsa, valga la redundancia, a seguir hacia adelante. Quizás sea la acción del Espíritu Santo. 

Eso fue, precisamente, quien guió a José a huir hacia Egipto. José escuchó el aviso del Ángel, y sin titubeos se puso en camino. Eso no significa que no tuviera miedo, o no pensara si sería lo más acertado. Quizás dudó qué hacer. Pero siguió los impulsos de la llamada de Dios tal y como ya había hecho cuando lo acontecido con María y el Niño. José se fía del Señor y sigue sus mandatos.

Es una respuesta que nos implica directamente a nosotros. ¿Dejamos nosotros que la Voz del Señor se implique en nuestra vida? ¿O, por el contrario la excluimos rechazándola, tomando nuestra propia voz y siguiendo nuestros propios impulsos? La actuación de José nos interpela y nos ejemplariza sirviéndonos como verdadero modelo familiar.

Y también experimentamos como el miedo actúa sobre los hombres y sus respuestas, vomitando venganza y furia que desencadenan muertes y terror. Es el caso de Herodes, que viéndose burlado por los Magos, arremete sobre los niños inocentes arrastrándolos a la muerte. ¿No ocurre hoy lo mismo?

Muchos niños son víctimas de hambre y sed; víctimas de venganza y guerras entre los hombres; víctimas de huidas de muerte y de búsqueda de refugios. Y otros muchos, ni eso, son asesinados en el vientre de sus madres antes incluso de poder, al menos, llorar y gritar.

domingo, 27 de diciembre de 2015

LA GRANDEZA DE LA FAMILIA

(Lc 2,41-52)


La vida no tiene sentido sin la familia. Todos hemos nacidos en una familia, y quienes no hayan tenido esa suerte, experimentan esa necesidad y sus consecuencias. La familia da sentido a la vida. La familia despierta y motiva nuestros esfuerzos por crecer, aprender y perfeccionarnos. La familia nos compromete y nos exige superarnos cada día.

La familia es fuente y escuela de amor. En ella somos acogidos, servidos y protegidos. El mundo sin la familia va a la deriva, y es el peligro que corremos cuando se está destruyendo a las familias. Porque la familia está formada por el hombre y la mujer, de los que nacen los hijos. Esa es la única y verdadera familia, que los hombres y mujeres quieren destruir con sus egoísmos y pasiones desviadas y desnaturalizadas.

Jesús viene al mundo en una familia. Dios ha escogido a una mujer, María, y a un Padre adoptivo José, para formar la Sagrada Familia que educará, en el Espíritu Santo, a su Hijo Jesús. Y Jesús queda sometido a sus padres progresando en sabiduría, en estatura y en Gracia ante de Dios y ante los hombres.

¿Qué sería de cada uno de nosotros sin familia, sin la ternura de una madre y la protección de un padre? La familia es el lugar donde aprendemos a amar, y también a darnos y recibir amor misericordioso. La familia es la escuela de la vida, y sin familia todo sentido queda vacío y perdido.

Los padres de Jesús no comprendieron lo que les dijo al ser encontrado. Jesús tiene una misión que cumplir, y empieza a dar las primeras señales de lo que ha venido a realizar. María, sin entender nada, guardaba cuidadosamente todas estas cosas en su corazón.

¿Qué nos ocurre a nosotros? No entendemos tampoco, pero buscamos respuestas que no están a nuestro alcancen. Cómo María, debemos ser más confiados y guardar nuestras dudas con esperanza hasta que el Señor decida revelárnosla. Porque esa es la fe que se nos exige.