(Mt 2,13-18) |
La noche nos obliga a caminar a ciegas. No vemos con claridad donde ponemos nuestros pies inseguros y vacilantes. Quizás sentimos miedo, pero un impulso misterioso nos impulsa, valga la redundancia, a seguir hacia adelante. Quizás sea la acción del Espíritu Santo.
Eso fue, precisamente, quien guió a José a huir hacia Egipto. José escuchó el aviso del Ángel, y sin titubeos se puso en camino. Eso no significa que no tuviera miedo, o no pensara si sería lo más acertado. Quizás dudó qué hacer. Pero siguió los impulsos de la llamada de Dios tal y como ya había hecho cuando lo acontecido con María y el Niño. José se fía del Señor y sigue sus mandatos.
Es una respuesta que nos implica directamente a nosotros. ¿Dejamos nosotros que la Voz del Señor se implique en nuestra vida? ¿O, por el contrario la excluimos rechazándola, tomando nuestra propia voz y siguiendo nuestros propios impulsos? La actuación de José nos interpela y nos ejemplariza sirviéndonos como verdadero modelo familiar.
Y también experimentamos como el miedo actúa sobre los hombres y sus respuestas, vomitando venganza y furia que desencadenan muertes y terror. Es el caso de Herodes, que viéndose burlado por los Magos, arremete sobre los niños inocentes arrastrándolos a la muerte. ¿No ocurre hoy lo mismo?
Muchos niños son víctimas de hambre y sed; víctimas de venganza y guerras entre los hombres; víctimas de huidas de muerte y de búsqueda de refugios. Y otros muchos, ni eso, son asesinados en el vientre de sus madres antes incluso de poder, al menos, llorar y gritar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.
Tu comentario se hace importante y necesario.