lunes, 27 de marzo de 2017

JESÚS CURA A DISTANCIA

(Jn 4,43-54)
En esta ocasión, Jesús, le dice al funcionario real: «Si no veis señales y prodigios, no creéis». Le dice el funcionario: «Señor, baja antes que se muera mi hijo». Jesús le dice: «Vete, que tu hijo vive».  El hombre se puso en camino, confió en la Palabra de Jesús, y, cuando bajaba, sus siervos le avisaron que su hijo vivía. Él preguntó a qué hora había sucedido esa mejoría y comprobó que coincidía con la hora que le había dicho Jesús. Entonces creyó él y toda su familia.

Me pregunto si eso no hubiese sucedido, ¿qué habría ocurrido con aquel funcionario real? ¿Habría creído en la Palabra de Jesús? Nuestra condición humana nos exige ver signos para creer. ¿Qué nos ocurre a nosotros? ¿Creemos sin más? ¿O también necesitamos alguna experiencia en la que sintamos la cercanía y la acción del Señor? Simplemente, deberemos aceptar que eso sucede y que también lo necesitamos. Y eso no es sino descubrir nuestra condición pecadora; nuestra condición de oscuridad, ciega y necia. 

Y, también necesitamos descubrir la necesidad de la Gracia de Dios. Porque sin Ella no se nos abren los ojos. Necesitamos esa saliva y barro que el Señor pone en nuestros ojos para abrirnos, no la vista física, sino la vista más profunda de nuestra alma para ver, ver su Gracia y experimentar su Amor.

Titulamos esta humilde reflexión: "Jesús cura a distancia", porque en esta ocasión, Jesús, envía al funcionario con su deseo realizado. Le dice que vaya tranquilo que su hijo ya está curado. Es decir, no va a personarse el mismo en el lugar donde está el enfermo, sino que lo sana a distancia. ¿Qué se nos ocurre a nosotros? Pues, que también, por la Gracia de Dios, nosotros compartimos nuestra fe a distancia y nos ayudamos y animamos a distancia.  Y, quizás, también levantamos la fe, por la acción del Espíritu Santo, a distancia a alguna persona que está necesitada de alguna palabra o empujoncito para continuar el camino. Demos, pues, gracias por este medio que nos pone en contacto.

Bien sabemos que no somos nosotros, válgame Dios, sino que es su Gracia que, valiéndose de nosotros, actúa y levanta el ánimo de los que le buscan y le escuchan. Dejemos actuar la Gracia del Espíritu en nosotros para que, por su acción, seamos levadura e instrumento de su Misericordia y Salvación.

domingo, 26 de marzo de 2017

LUZ DEL MUNDO

(Jn 9,1-41)
Sin Él hay oscuridad. Esa es la experiencia de nuestra vida. Lejos de Jesús experimentamos ceguera y oscuridad. Eso supone confusión, desvío, error, necedad y muerte. Sólo en Él encontramos Luz. Luz para caminar en la verdad, en la justicia, en la paz y el amor.

Nuestras debilidades e imperfecciones sirven para manifestar el poder de Dios, que hace el milagro de, no sólo sanarnos, sino de enderezar nuestros caminos. Tal es el caso que nos presenta hoy el Evangelio. Sin embargo, nos resistimos a aceptar esa nueva Luz que nos deslumbra y lo cambia todo. Nos resistimos porque miramos con nuestros ojos y no con los Ojos de Dios. Nos resistimos porque damos nuestra propia interpretación de los hechos desdes nuestra perspectiva y mentalidad.

Tratan de esconder su oscuridad justificándolo con la prohibición del sábado. Se le da más importancia a la Ley que a la persona. Se le da más importancia a la Ley que a la curación de un ciego. Se prefiere la oscuridad a la Luz. Se confunde la santidad con el cumplimiento de la Ley marginando la curación de los que padecen y sufren. Justifican que quien incumple la Ley no puede venir de Dios, y no se dan cuenta, pues están en la oscuridad, que importa más hacer el bien y curar a los que sufren que el cumplimiento de normas y preceptos huecos y lejos del amor.

¿Estamos también nosotros ciegos? Porque esa es la pregunta que subyace debajo de la sustancia de este Evangelio y humilde reflexión. ¿Justificamos también nosotros que ese Jesús que cura y hace el bien está incumpliendo la Ley? No damos crédito a las palabras de los que experimentan su bondad y misericordia y los expulsamos de nuestra vista?

Jesús se enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo, ése es». Él entonces dijo: «Creo, Señor». ¿Qué decimos nosotros? ¿Creemos en la Palabra del Señor? Testimonios no nos faltan, pero podemos dejarnos embaucar por la oscuridad y la ceguera y responder como aquellos fariseos.

sábado, 25 de marzo de 2017

LLENA DE GRACIA, EL SEÑOR ESTÁ CONTIGO

(Lc 1,26-38)
La máxima aspiración de un creyente en Jesús de Nazaret es ser revestido de la Vida de Gracia. Esa Vida de Gracia que nos hace santos e hijos de Dios Padre y herederos de su Gloria. No hay dicha mayor. Y, María, su Madre, es visitada por el Ángel Gabriel con esa noticia: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». 

¡¡Cuán grande es María!! ¡La criatura elegida por Dios para ser la Madre de su Hijo! ¡¡No hay mayor Gracia ni mayor privilegio!! 

Supongo, espero y creo que Dios nos ha revestido a todos nosotros, sus hijos, de la Gracia necesaria para poder llegar a Él. No sería lógico ni de sentido común que no fuese así, porque, de no serlo, estaríamos perdidos y sin ninguna esperanza. Entonces nuestra vida quedaría a la deriva, sin rumbo y sin sentido. Tenemos, pues, lo necesario para, injertados en Él, llegar a Él.

María y Jesús, las mayores criaturas sagradas elegidas por Dios, inician, podemos decir, el camino de nuestra salvación. Por y con la encarnación, anuncio del Ángel Gabriel a María, da comienzo la obra plena de salvación del hombre. En el Vientre de María, Fuente de Gracia, Dios da el pistoletazo, en términos más coloquiales y humanos, su obra salvadora. El Hijo de Dios Vivo toma naturaleza humana para, abajándose y despojándose de todo privilegio, encarnarse en un hombre como nosotros menos en el pecado.

Es un acontecimiento milagroso observar como ya, en Isaías - 7, 10-14.8,10 - se proclama la señal de que la Virgen está en cinta. ¿No es esa una verdadera señal de la Divinidad de Jesús? ¿No es señal del poder de Dios el nacimiento de Juan el Bautista siendo su madre una mujer ya mayos? ¿Cómo es posible que muchos se resistan a reconocer en Jesús al Mesías e Hijo de Dios?

No fue, aunque en la lejanía nos parezca fácil, para María y José, creer en la Palabra de Dios. Los acontecimientos apuraron la situación y el camino se puso duro y costoso. Incluso, mucho más que para nosotros hoy, pues, por entonces, no había sido revelado el rostro visible en Jesús del Padre Dios. Precisamente, María, era la escogida a prestar su vientre para que el Hijo se encarnarse.

Y, a pesar de todo, María y José creyeron y confiaron en la Palabra de Dios. ¿Qué ocurre con nosotros? ¿También nosotros nos fiamos de la Palabra de Dios? Gastemos un poco de nuestro tiempo en reflexionar sobre eso.

viernes, 24 de marzo de 2017

SOMOS DE DIOS Y A ÉL VOLVEREMOS

 (Mc 12,28b-34)
De nada nos vale hablar mucho, trabajar mucho y hacer muchas cosas. De nada nos vale invocar y orar hasta saciarnos sin realmente no reconocemos que sólo nos salva Dios. No nos salvan nuestras fuerzas y empeños. Será Él quien disponga y elija. A nosotros sólo nos queda implorarle y postrarnos a sus pies.

El misterio del amor está por encima de nosotros. Si bien, es verdad, que experimentamos ese amor en nosotros hasta el punto de no poder vivir sin amor. Todos nuestros actos están movidos por amor. Conscientes e inconscientes. Nos invade y nos mueve esos sentimientos amorosos de hacer el bien y de establecer verdad y justicia. Cuando las cosas no son así nos entristecemos y nos decepcionamos.

Nos busquemos tanto el hacer como el amar. Amar buscando siempre el bien de los demás y procurando que la vida que gira en torno a mí sea vida alegre y en paz. Porque todo pertenece a Dios y será Él quien haga y deshaga; quien mueva y paralice; quien dé vida o la quite. Dios es el Padre bueno que nos salva por amor, y a quien nosotros tenemos que estar agradecidos y unidos a su Amor.

Jesús responde hoy a la pregunta de uno de los maestro de la Ley: «¿ Cuál es el primero de todos los mandamientos?».  Jesús le contestó: «El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos». 

Aquí empieza todo y se acaba todo. Todos nuestros actos deben mirar a ese primer mandamiento y estar regulado y referenciado en él. Todo lo demás tiene sentido y valor en cuanto está relacionado y derivado de ese primer mandamiento. No nos revistamos y empeñemos en tantas cosas que sólo son adornos y, a veces, apariencias. Lo único importante y verdadero es el Amor.

jueves, 23 de marzo de 2017

HABLAMOS DE UNIDAD

(Lc 11,14-23)
Toda confrontación tiende a alejarnos y, por tanto, a desunirnos. Y en esas confrontaciones está el diablo, él las alimentas y las provocas. Es el caso del Evangelio de hoy. Muchos, al ver la obra de Jesús y la liberación del aquel mudo del espíritu maligno que le poseía, se admiran, pero otros no reaccionan positivamente, sino que murmuran y exclaman que Jesús actúa por obra de Beezebul, príncipe de los demonios.

Y otros muchos hasta se atreven a pedirle una señal en el Cielo. Que sucedan estas cosas no debe asombrarnos, porque están ocurriendo también hoy. Y, quizás, muchos de nosotros exigimos pruebas y señales en el Cielo. Cuando no queremos ver cerramos los ojos. Y eso nos llena de oscuridad y, hasta no abrirlos, no vemos nada. Estamos ciegos. Eso es lo que sucede, estamos ciegos y no vemos las maravillas que hace el Señor en nuestra presencia. ¿Más señales queremos?

Nuestra ceguera nos lleva a reprocharle que hace esas liberaciones en nombre de Beezebul. Nuestra necedad es tal que perdemos la razón y disparatamos. ¿Pero es posible que el mismo Beezebul se expulse a sí mismo? Perdemos el juicio y deliramos. Todo reino dividido está condenado a destruirse. Donde reina la confrontación no hay paz ni unidad, y como tal, desaparece.

Sólo hay una razón y una explicación, y es que si el Maligno es expulsado es porque ha llegado el Reino de Dios. El Mesías, el Hijo de Dios Vivo, que nos salva y nos libera. Y nos llama a la unidad, a permanecer unidos para hacernos fuertes y no desfallecer ni ser arrastrados por Satanás. Pero, para eso, también el Señor necesita nuestra colaboración. Necesita nuestra libertad y voluntad, regalos gratuitos de su Gracia, que ha puesto en nosotros para colaborar en nuestra propia salvación.

Y ese debe ser nuestro esfuerzo: Mantenernos unidos junto al Espíritu Santo y dejarnos dirigir por Él en medio de su Iglesia, nuestra Madre, que nos auxilia nos acompaña por la Gracia del Señor.

miércoles, 22 de marzo de 2017

LA GRAN DIFERENCIA

(Mt 5,17-19)

En todas las religiones es el hombre quien busca respuestas a sus interrogantes trascendentes. Todos se preguntan por el más allá y por la eternidad. Pero no dan respuesta ni pasos adelantes. Todo se queda ahí. Sin embargo, en el cristianismo ocurre todo lo contrario. Es Dios quien se hace presente, te busca y te llama. Así ocurrió con Abraham y también con Moisés.

Nuestra fe es una fe que nos viene de arriba, de la manifestación de Dios. El viernes pasado (Mt 21,33-43.45-46) -  vemos cual ha sido nuestra respuesta a la búsqueda de Dios enviando a su propio Hijo. Es Dios quien nos busca y nos provee de lo necesario para que le podamos responder. Sabe de nuestras debilidades y tentaciones. Conoce nuestros fallos y pecados, y viene a salvarnos.

Elige a su pueblo y en él se hace presente. Es un Dios cercano que, buscándonos, se hace presente entre nosotros por medio de su Hijo. Viene a rescatarnos del pecado. Y no viene a abolir nada, sino a perfeccionarlo. Viene a sacarnos de nuestros errores y de nuestros cumplimientos hipócritas y falsos. Viene a despertarnos y a revestirnos de verdadero amor. Porque, es el amor el fruto que contiene el perdón. Un fruto nacido de la fe, regalo de Dios.

Dios que nos busca para iluminarnos con su Palabra y alumbrarnos el camino con un amor misericordioso de donde nacen los frutos del perdón, envía a su Hijo para que nos revele y enseñe su verdadera intención de salvarnos por verdadero amor. No se quita nada, sino donde ya estaba la Ley y todos sus cumplimientos se pone ahora el amor. Y todo reluce y transpira esa capa misericordiosa que le da un baño nuevo de verdadero tesoro en Espíritu y Verdad.

Dios enviá a su Hijo para que nos revele su verdadero Rostro. Ese Rostro Divino que nos ama con un amor misericordioso que nos perdona y nos salva.

martes, 21 de marzo de 2017

LA CUESTIÓN DEL PERDÓN

(Mt 18,21-35)
Al final, la convivencia y la fraternidad, todo se reduce al perdón. Si no hay perdón difícilmente se sostendrá la convivencia y la paz. Si no hay perdón se encenderá la hoguera de la discordia, del enfrentamiento, de la venganza, del odio y de las guerras y muertes. Todo, vemos, se reduce al perdón. Por lo tanto, eso de saber perdonar es de vital importancia, porque sin él no da lugar a que nazca el amor.

Por eso, su tiempo es ilimitado. No hay tope ni meta para el perdón. Siempre se está corriendo y en actitud constante de perdonar. Nunca se extingue la posibilidad de perdonar. Pedro, que así no lo entendía, tal y como nos pasa a nosotros, le hizo esta pregunta a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?». Y la respuesta de Jesús no se hizo esperar. Cayó contundentemente y firme: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Claro está, pues, que "setenta veces siete" tiene un significado ilimitado. Es decir, siempre. Siempre tenemos que estar en actitud de perdonar. Porque siempre, fácil entenderlo, nuestro Padre Dios nos está perdonando. Es simple, pues, si la Compasión y Misericordia de Dios tuviese un límite, nuestras posibilidades de salvación desaparecerían. Somos pecadores e imposibilitados de subsistir sin la Gracia de Dios. Todo, entonces, estaría perdido.

Luego, comprendemos por qué ha venido el Espíritu Santo. Sin Él no llegaríamos a conseguir perdonar. Necesitamos su Luz, su Fuerza, su Auxilio para emerger en este valle de lágrimas y superar todas las adversidades que nos suceden y nos amenazan. Indudablemente que es una lucha constante y dura, pero con el auxilio del Espíritu Santo podemos vencer. Para eso, no lo olvidemos, ayer teníamos el ejemplo de san José. La fe y la esperanza en un Dios que nos asiste y nos fortalece nos harán invencibles.