viernes, 24 de marzo de 2017

SOMOS DE DIOS Y A ÉL VOLVEREMOS

 (Mc 12,28b-34)
De nada nos vale hablar mucho, trabajar mucho y hacer muchas cosas. De nada nos vale invocar y orar hasta saciarnos sin realmente no reconocemos que sólo nos salva Dios. No nos salvan nuestras fuerzas y empeños. Será Él quien disponga y elija. A nosotros sólo nos queda implorarle y postrarnos a sus pies.

El misterio del amor está por encima de nosotros. Si bien, es verdad, que experimentamos ese amor en nosotros hasta el punto de no poder vivir sin amor. Todos nuestros actos están movidos por amor. Conscientes e inconscientes. Nos invade y nos mueve esos sentimientos amorosos de hacer el bien y de establecer verdad y justicia. Cuando las cosas no son así nos entristecemos y nos decepcionamos.

Nos busquemos tanto el hacer como el amar. Amar buscando siempre el bien de los demás y procurando que la vida que gira en torno a mí sea vida alegre y en paz. Porque todo pertenece a Dios y será Él quien haga y deshaga; quien mueva y paralice; quien dé vida o la quite. Dios es el Padre bueno que nos salva por amor, y a quien nosotros tenemos que estar agradecidos y unidos a su Amor.

Jesús responde hoy a la pregunta de uno de los maestro de la Ley: «¿ Cuál es el primero de todos los mandamientos?».  Jesús le contestó: «El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos». 

Aquí empieza todo y se acaba todo. Todos nuestros actos deben mirar a ese primer mandamiento y estar regulado y referenciado en él. Todo lo demás tiene sentido y valor en cuanto está relacionado y derivado de ese primer mandamiento. No nos revistamos y empeñemos en tantas cosas que sólo son adornos y, a veces, apariencias. Lo único importante y verdadero es el Amor.

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