martes, 5 de agosto de 2025

UN MAR EMBRAVECIDO

Mt 14, 22-36

         Levantó la cabeza y, frunciendo el ceño, miró para Manuel —la travesía de este mundo se hace dura. —¿Lo crees así, Manuel?
        —¿Qué mosca te ha picado? ¿A qué viene esa pregunta?
        —Me vino a la cabeza las vicisitudes y peligros que pasa mucha gente a lo largo de sus vidas. Diría que muchas viven en la cuerda floja cada instante de sus vidas. Y cuando me comparo, por una parte, me alegro de mi situación, pero por otra me parece injusto y me disgusta.
        —Solo Dios sabe lo que es justo, y el porqué de cada situación. Indudablemente, es nuestro deber hacer todo lo que podamos para garantizar que cada individuo tenga una vida justa y digna, como hijo de Dios.
        —¿Consideras que estamos intentando alcanzar esa justicia y dignidad?
        —Presumo que numerosos individuos lo intentan, pero no se encuentra en nuestras capacidades resolverlo. Todo dependerá de si todos intentan mejorar el mundo.
        —¿Y piensas que eso puede suceder?
        —¿Sabes? —Me recuerda algo del Evangelio que tiene mucho que ver con lo que dices. Mira, los discípulos de Jesús se asustaron cuando lo vieron caminar sobre las aguas. No creían que fuera Él. Te hablo del Evangelio de —Mt 14, 22-36— y se tranquilizaron al darse cuenta de que era el Señor. Sin embargo, Pedro seguía dudando y, desafiando al Señor, le pidió que, si realmente era Él, le dijera que fuera sobre las aguas hasta donde Él estaba. Al sentir la fuerza del viento, tuvo miedo, dudó y sintió que se hundía, y gritó al Señor. Él, al extender su mano, lo salvó de la muerte.
        —¿Y eso qué significa?, No veo la correspondencia con lo que yo comentaba.
        —La existencia se presenta como un trayecto inseguro, repleto de tempestades y amenazas. Unos, solo Dios lo sabe, con más sufrimientos, adversidades y amenazas que otros, pero, ten por seguro que Dios está siempre ahí, sobre las aguas de esas tormentas, y con la mano tendida para dar calma, paz y serenidad a aquellos que se hunden. Al final, tener la confianza y seguridad de que Él es el Señor de la vida y la muerte. La salvación y la Misericordia Incondicional de Dios se encuentran en todo esto. Las tempestades amainarán.
 
        Manuel sabía exactamente lo que decía. En nuestras vidas se manifiestan tempestades y mares embravecidos; sin embargo, nuestro Padre Dios prevalece sobre ellos. En Él encontramos la paz y tranquilidad de saber que Él es el Señor que manda al viento y al mar. Su mano sigue saliendo al encuentro de los que se hunde. Solo hace falta gritar su Nombre.

lunes, 4 de agosto de 2025

“EL MILAGRO DE COMPARTIR”

Mt 14, 13-21

      —Me siento mal cuando sé que hay mucha gente sufriendo. Me doy cuenta de lo afortunado que soy al comparar mi situación con la de muchos que, cada día, luchan por sobrevivir. Y tú, Manuel, ¿te sucede lo mismo?
      —Es difícil no sentir empatía cuando sabes que alguien está sufriendo. Ahora entiendo lo que experimentó Jesús. 
       —Mt 14, 13-21— al ver a aquellas personas que le habían seguido. Aquel día, Jesús multiplicó el pan; hoy, ese milagro se repite cada vez que alguien comparte con generosidad. Se mostró compasivo, asistió a los pacientes enfermos y experimentó la necesidad de suministrarles alimento. Estoy convencido de que a cada ser humano le ocurre lo mismo al observar a alguien en situación de necesidad.
     —¡Claro!, pero, ¿por qué sucede eso? ¿Por qué hay hambre en el mundo?
     —Debido a la misma problemática habitual: la avaricia y la codicia perpetua por obtener más. El objetivo es acumular propiedades, bienes y dominios con el fin de adquirir riquezas, poder y convertirse en los propietarios de todo. Piensan que cuanto más tiene, son más importantes y felices.
       —¿Es eso verdad, o se equivocan?  
     —¿Qué te transmite lo que verdaderamente percibes? ¿Crees que las personas que tienen más dinero son más felices?
       —No estoy seguro. Me inclino a pensar que no sucede así. 
    —Lo que se guarda para uno mismo y no se comparte, especialmente con quienes lo necesitan, no tiene valor y se pierde. Tener más de lo necesario es un exceso, y solo al compartir se alcanza la verdadera alegría y felicidad. Por consiguiente, aquel que otorga y comparte lo que posee, abre el prodigio de la abundancia.

        Eso es exactamente lo que celebramos en el Banquete Eucarístico. Jesús, nuestro Señor, nos da su Cuerpo y su Sangre, en forma de pan y vino, que satisface el hambre y llena el alma. Y eso es lo que, cada cual en la medida de sus posibilidades, al integrarnos en el mundo, estamos comprometidos a compartir, nuestro pan, nuestras cualidades, nuestros talentos … para que el mundo, con el esfuerzo de cada uno, y unidos en verdadera fraternidad, crezca en amor, justicia y paz.

domingo, 3 de agosto de 2025

EL RICO INSENSATO

Lc 12, 13-21

    —Mira esta noticia —dijo Pedro, señalando el periódico—. Habla del creciente número de familias enfrentadas por cuestiones de herencias. Es sorprendente.
    —No me extraña —respondió Manuel—. Es bien sabido que las herencias, lejos de unir, muchas veces dividen. Por eso, algunos prefieren dejar todo bien atado antes de partir, para evitar conflictos.        —Pero, ¿por qué sucede esto? ¿Cómo es posible que los vínculos familiares se rompan por una cuestión de bienes?
    —La codicia, Pedro. La codicia del ser humano. Ya lo dice esa canción popular: “Todos queremos más y más”. Y si además tengo más que el otro, mejor. Nos mueve el deseo de poseer, de asegurar nuestra vida con bienes materiales. Buscamos seguridad, poder, prestigio… y creemos que todo eso se compra.
     —¿Y acaso no se compra?
    —No. Es un espejismo. Pero la codicia ciega. Aunque muchos en el fondo sepan que los bienes no garantizan una vida plena, actúan como si lo hicieran. Jesús lo dejó muy claro en aquella parábola del Evangelio de Lucas (12, 13-21):
    «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y reflexionaba entre sí, diciendo: “¿Qué haré, pues no tengo dónde reunir mi cosecha?”. Y dijo: “Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes, y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: ‘Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea’”. Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?” Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.»
 
    Una historia que no necesita explicación. Jesús desenmascara la lógica del egoísmo, del acumular sin compartir, del vivir centrado en uno mismo. ¿De qué sirve tener graneros llenos si el alma está vacía? ¿De qué vale dejar una gran herencia si se ha sembrado el rencor en lugar del amor?
    Lo vemos cada día. Fortunas que terminan sin herederos claros. Patrimonios que se disuelven en disputas interminables. Herencias que se dilapidan en manos inexpertas o insensibles. Todo eso muestra que la riqueza, por sí sola, no asegura nada.
    La verdadera riqueza está en compartir. En vivir con generosidad, como nos enseñó Jesús con su vida y sus obras. Quien se enriquece en Dios no necesita acumular, porque sabe que su tesoro está en el cielo... y en el corazón de quienes aman.

sábado, 2 de agosto de 2025

HERODES Y HERODÍAS

Mt 14, 1-12

Nuestra opinión sobre alguien muchas veces depende de cuánto lo conocemos. Y lo que más contagia e inspira a seguir no son tanto sus palabras, como la coherencia de su vida. El testimonio es lo que arrastra.

Sentado en su mesa favorita de la terraza, Manuel saboreaba su aromático café. Eran momentos, para él, casi mágicos: instantes de reflexión, donde su pensamiento transitaba caminos de búsqueda y trataba de dar respuesta a los acontecimientos que afectan, de una u otra manera, a la vida.

Pedro, estaba pensando en las decisiones que toman muchos poderosos. Aun sabiendo que perjudican a mucha gente de su entorno, pueblo o familia, las mantienen solo para que prevalezcan sus propios intereses. —¿Te parece justo actuar así?
—¡Por supuesto que no! Eso es una injusticia. Y todos, incluso los más sencillos e ignorantes, se dan cuenta. ¿No has oído decir alguna vez: “Esa persona es mala”? Es la opinión que se forma la gente cuando ve a alguien actuar de manera injusta.
—Según lo que dices, ¿qué opinión te merece el tetrarca Herodes? Me refiero a aquel que mandó decapitar a Juan el Bautista.
—Sí, claro, lo conozco por la historia. Está recogido en el Evangelio de Mateo, capítulo 14, versículos del 1 al 12. Es un ejemplo claro de lo que estamos hablando. Herodes, un poderoso, decide ejecutar a Juan, no por justicia, sino arrastrado por sus deseos, por un juramento imprudente, por quedar bien ante sus invitados… y, sobre todo, por la presión de Herodías, que no soportaba que Juan le denunciara su pecado. La vida de un justo, desechada por la envidia y el miedo.
—Coincido contigo. Es lo que suele pasar cuando el poder se vuelve egoísta y ciego. Cuando se quiere sobresalir a cualquier precio, se pisa al otro, se callan las voces que incomodan, se eliminan las verdades que duelen… Incluso aunque esas voces sean como la de Juan el Bautista.

La lección estaba dada. Son muchos los poderosos —también hoy— que, movidos por sus propios temores, buscan quitar de en medio todo lo que estorba sus intereses. Sin embargo, no logran acabar con ellos del todo. Porque esas voces, por frágiles que parezcan, son fuerzas del Reino. Y, como semillas silenciosas, siguen acercando el futuro de Dios en la historia.

Por muchos violentos Herodes y envidiosas Herodías que haya, la voz de la verdad nunca será silenciada del todo. El Reino avanza. Siempre.

viernes, 1 de agosto de 2025

ESPERANZADOS EN EL PODER Y LA FUERZA

Mt 13, 54-58
      —Me escuchas, Manuel, tengo una gran confusión con mi idea del Reino de Dios. Pienso que será muy difícil, por no decir imposible, construir un Reino desde la pobreza, ¿cómo lo ves tú?
      —Si en lo que estás pensando es en un Reino al estilo de los de este mundo, te equivocas. Jesús habla de otro Reino donde sus verdaderas armas son el amor y la misericordia. No necesita de fuerza ni de riqueza. Su poder es el Amor.
    —¿Y crees que con amor y misericordia se puede conquistar el mundo?
    —El mundo está en transformación y la llama del Amor está encendida. El Reino del que nos habla Jesús de Nazaret no es de este mundo. Habla de otra clase de Reino.
        —¿Es que existe otra clase de Reino? ¿Puedes explicármelo?
    —Claro, y con mucho gusto. Jesús habla de un Reino de Amor, donde las diferencias, las desigualdades, las injusticias y todo lo que provoca el desamor y los enfrentamientos dejen de existir. Donde prevalezca siempre la Paz, la Justicia y la Verdad en el Amor.
        —Sí, lo entiendo, pero, ¿es eso posible?
       —Para eso ha venido Jesús, enviado por su Padre. Esa es su Buena Noticia: Un Reino de Amor, Paz y Justicia.
         — Es un ideal hermoso… pero, ¿no suena imposible?
        —Imposible, Pedro, para nosotros, los hombres y mujeres de este mundo, pero no para Dios. Por eso envía a su Hijo Unigénito, para que, entregando su Vida por Amor, nos enseñe el Camino, la Verdad y la Vida.
        —¿Y piensas que eso es suficiente?
       —¡Parece que sí! La gente quedaba admirada de su sabiduría y milagros, y no entendía de dónde los sacaba. Lo que ocurre, hoy también nos sucede, que conocen a Jesús y saben de sus orígenes. Se escandalizan de sus palabras y obras. Nadie es profeta en su tierra.
        —Él lo ha dado todo, y ahora nos toca a nosotros aportar lo nuestro, lo que cada uno pueda y haya recibido. Él sabe lo que podemos y hasta dónde podemos. Nos ha prometido su ayuda y con Él podremos hacerlo. Además, recuerda que desde la hora de nuestro bautismo, el Espíritu Santo, nos acompaña y nos asiste. Confiemos, entonces, en el poder del Amor, que ha vencido ya al mundo. El Reino está en marcha, y tú y yo podemos ser parte de él

       Pedro había entendido que las apariencias nos juegan a veces malas pasadas. Sus paisanos lo habían conocido desde sus años infantiles y de juventud, trabajando con su padre. Les escandalizaban sus palabras ahora, ¿de dónde le viene todo eso?, se decían. Y nuestra experiencia nos descubre lo mismo. Nadie es profeta en su tierra.

jueves, 31 de julio de 2025

NECESIDAD DE SILENCIO PARA DISCERNIR

    Hay momentos en los que siento la necesidad de guardar silencio. Silencio suficiente como para poder escuchar, dentro de mí, lo verdaderamente importante. La vida está llena de cosas buenas, pero no todas son necesarias. Algunas lo son; otras, imprescindibles; muchas, simplemente útiles… y otras, directamente, van a la basura.
 
   En medio de estos pensamientos, escuché la voz de un amigo inconfundible.

    —Buenas, amigo. Me alegra encontrarte por este lugar tan nuestro y tan frecuentado. ¿Te invito a un café?
  —Buenos días, Manuel. No, gracias, acabo de tomármelo. —¿Cómo estás? Justamente estaba reflexionando sobre la importancia del silencio en nuestra vida. Sobre todo para discernir cuáles son los valores realmente imprescindibles. ¿No te parece?
   —Sí, estoy de acuerdo contigo. Y añado que, en la vida, hay valores que son esenciales, otros no tanto, y muchos más que solo son de uso cotidiano… y terminan en la basura. Saber discernir, como bien dices, es fundamental para el rumbo de nuestra vida.
    —Estamos de acuerdo, Manuel. Pero dime: ¿cuáles son, para ti, esos valores? 
   —Lo tengo claro: todos aquellos que cuentan en el Reino de los Cielos, al que estamos llamados. Para mí, esos son los imprescindibles. Y también los medios que nos ayudan a alcanzarlos. ¿Me entiendes?
   —Sí, creo que sí. Me estás diciendo que todos los valores que llevan la sustancia del amor y del servicio gratuito son los importantes. Y que todo lo que carece de ese espíritu, no cuenta. ¿Es así?
   —Exactamente. Quienes aman gratuitamente y sin condiciones son los verdaderamente elegidos. Quienes se aman solo a sí mismos y miran únicamente por ellos, serán descartados.
    —Creo, amigo Manuel, que has dado en el clavo.

    Todos nuestros logros y esfuerzos adquieren verdadero valor cuando buscan la verdad y la justicia de los más necesitados. Y cuando lo hacemos desinteresadamente, movidos por el amor y la compasión.
Pedro y Manuel, después de un diálogo sincero, habían coincidido: discernir es reconocer el valor de lo verdaderamente imprescindible.

miércoles, 30 de julio de 2025

QUEMADOS POR UNA ACTITUD DE BÚSQUEDA

Mt 13, 44-46

        Aquel día, Pedro se sentía pletórico. Era uno de esos días hermosos que invitan a vivir intensamente y a gritar:
            —¡Viva la vida!

           Además, el clima acompañaba: el cielo parecía pintado, como en uno de esos paisajes de Vincent van Gogh. Pedro tenía un deseo profundo de buscar, de indagar, de preguntar… Una inquietud que incluso a él le resultaba extraña. Siempre había sentido cierto impulso interior, pero aquella mañana era diferente. ¡Se sentía tan bien!

           —Qué bien te veo, Pedro —exclamó Manuel al encontrarse con él en la terraza—. Tu cara refleja alegría, paz… Pero también una especie de inquietud. ¿Qué te pasa? 
        —No sé cómo explicarlo, pero sí, es verdad: me siento justo como dices. Siento algo dentro que me quema. Es como si estuviera buscando algo importante, como si se tratara del mayor tesoro de la vida. ¿Tú qué opinas?
        —Se me ocurre que podría ser una llamada a dar un paso más. Te lo digo desde la fe, porque no lo sé interpretar de otra manera. Hay momentos en los que uno siente un impulso interior, una llamada a ir más allá, a descubrir algo nuevo. Como si despertara una vocación escondida. 
        —Pues no lo sé con certeza, pero creo que no estás lejos de lo que siento. Tengo deseos de buscar y de pedir luz para esa búsqueda. Es como si estuviera yendo tras el tesoro más grande que uno pueda encontrar. Y mira, ahora que lo pienso, quizás todo esto tenga que ver con el Evangelio que leí hace unos días: la parábola del tesoro escondido (Mt 13, 44-46). Me tocó el corazón. 
        —Eso lo explica todo. Yo te entiendo, Pedro. Pero sabes que si lo contaras a alguien que no vive su fe, te tomaría por loco. 
        —Ni de broma se me ocurre compartir esto con alguien que no cree… o cuya fe esté, digamos, dormida. 
        —Eso es: dormida, no muerta. Muchos hoy solo obedecen a su razón, y creen que el verdadero tesoro está en el poder, el dinero, el éxito o en todo aquello que los haga importantes en este mundo. No se dan cuenta de que todo eso se queda aquí. 
        —Exacto. Al final, solo nos llevamos las obras de amor que hayamos hecho. 
        —Claro, hay cosas importantes en esta vida, pero la más esencial es la vida eterna, para la que hemos sido creados. Ese es el Tesoro que todos llevamos inscrito en el corazón: la impronta de Dios. Y es ese el tesoro que debemos descubrir.

Pedro y Manuel continuaron su conversación en esa misma dirección, sintiéndose ambos llamados a una búsqueda más profunda. Sus vidas, sus pasos, sus preguntas, eran parte del camino hacia ese Tesoro escondido del que habla el Evangelio. La vida, al final, es eso: una oportunidad y un examen que todos debemos afrontar con valentía para alcanzar lo único que no pasa: el Reino de Dios.