lunes, 3 de octubre de 2022

¡LLENA TU VIDA DE BUENAS OBRAS!

La fe necesita estar viva, pues de nada vale una fe muerta. Una fe sin obras es una fe muerta – Santiago 2,26 – pues ¿qué sacamos con decir que tenemos fe si no hay obras? La prueba de la fe son precisamente las obras y, si nuestra vida carece de obras, ¿cómo podemos decir que tenemos fe?

Este evangelio nos interpela en y por nuestras obras. Es ahora, que peregrinamos en este mundo, cuando tenemos que preguntarnos por nuestras obras. Porque, en la presencia de ella así será nuestra fe. Una fe viva o una fe muerta. Por tanto, será de vital importancia preguntarnos por sí hay obras en nuestra vida o, por el contrario, está vacía.

Es bueno preguntarnos y reflexionar al respecto, porque de eso dependerá nuestra felicidad en la eternidad. La parábola del buen samaritano nos orienta y nos ilumina el camino a seguir. Nos invita a mirar nuestro corazón y verlo endurecido para, desde esa situación pedirle al Señor que transforme nuestro corazón endurecido en un corazón compasivo y misericordioso como el de ese samaritano.

Un corazón que nos incline a preocuparnos y compadecernos por aquellos que sufren y que padecen violencia o injusticias. Un corazón que se llene de buenas obras en favor de los pobres y necesitados. Porque, ese será el surtidor que llenará nuestro compasivo corazón de buenas obras. Es decir, de verdadero amor misericordioso que manifiesta y descubre nuestro verdadero amor a Padre Dios y afirmando nuestra fe.

domingo, 2 de octubre de 2022

A PESAR DE MIS CAIDAS MI FE ME SOSTIENE

Nuestra propia experiencia me dice que mi fe es débil. Débil porque no es segura ni se mantiene firme en todo momento. Tiene instantes en los que zozobra y otros en los que es firme y fuerte. Y, a pesar de eso, no se experimenta orgullosa ni segura de sí misma. Es un fe que peca, que falla y que, posiblemente, haga el ridículo en algunos momentos.

Pero, es fe. Y fe significa que creo en Jesús de Nazaret y confío en Él. A pesar de mis debilidades, de mis fallos y caídas y de mi pobreza e inseguridad espero en su Palabra y confío, lleno de esperanza, en su Infinita Misericordia. Y me siento esperanzado, gozoso en mis débiles esfuerzos temblorosos y dudosos, pero confiado en que mis caídas no tendrán nunca la última palabra.

Me siento perdonado y salvado por el Amor Misericordioso de nuestro Señor Jesús. Y eso, a pesar de mis pecados y ridículo, me sostiene firme y esperanzado en la fe. Fe en mi Señor que tiene Palabra de Vida Eterna. Y en ese camino de dificultades y tropiezos; de caídas y levantadas; de dudas e inseguridades, mi fe se mantiene porque sé que quien me salva no son mis méritos, sino mi fe y la Misericordia Infinita de Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo.

 

—Hubiese desistido hace tiempo —dijo Manuel— si pensara que por mis méritos me viene mi salvación. Mi fe no tendría consistencia ni fortaleza para sostenerse en pie.

—¿Y qué te sostiene —preguntó Pedro.

—El Amor Misericordioso de nuestro Padre Dios y los méritos de su Hijo, nuestro Señor. Él ha sido quien ha pagado por nuestro rescate.

—¿De modo, amigo Manuel, que nos salvamos por los méritos de nuestro Señor Jesús, el Hijo de Dios?

—Así es —respondió Manuel. Pero, eso no te eximirá de tu esfuerzo, de tu lucha y del combate de cada día contra la tentación y el pecado. Porque, ese esfuerzo y actitud es, precisamente, la prueba de tu fe.

 

Nuestros méritos son pobres y no alcanzan el valor infinito necesario para saldar, por decirlo de alguna manera, nuestra redención. Si somos perdonados es por la Pasión y Muerte de nuestro Señor, que, cumpliendo la Voluntad de su Padre, y entregando voluntariamente su Vida, pagó por todos nuestros pecados.

sábado, 1 de octubre de 2022

LA ALEGRÍA Y FELICIDAD DE SABERNOS SALVADOS

Lc 10,17-24

¿Están nuestros nombres escritos en el Cielo? Esa es la cuestión y lo único importante y de valor en este mundo. Porque, de no estar escritos, todo lo demás no cuenta. Es cosa de cuatro días. Por eso, me pregunto: ¿Merece la pena estar inscrito en la lista para ir al Reino de los Cielos? Y me respondo: De no estar inscrito mi vida pierde todo valor y sentido. Porque, ¿de qué me vale ganar todo lo que se pueda ganar en este mundo si pierdo la Vida Eterna en plenitud de gozo y felicidad? ¿Tiene eso sentido?, me pregunto.

La verdadera alegría es la de sabernos salvados – inscrito en el Reino de los Cielos – por la Misericordia Infinita de nuestro Padre Dios. Porque, eso significa que la muerte está vencida y ese momento, que sabemos que llegará, será simplemente el paso – viaje – hacia la Vida Eterna en la Gloria de Dios Padre.

Pero, para que eso sea así, nuestro primer paso es creer y abrir nuestro corazón a la Palabra del Señor. Dejar que su Luz, su Verdad y su Vida inunde todo nuestro ser y nos llene de esa paz y alegría que, a pesar de las dificultades y sufrimientos, sepamos con gozo y llenos de paz sabernos salvados para la gloria eterna.

Abramos nuestros oídos y escuchemos lo que Jesús nos dice en el Evangelio de hoy sábado: «¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron».

¿No nos damos cuenta que somos unos privilegiados? ¡Jesús, el Señor, nos llama dichosos! Y en realidad lo somos porque hemos recibido el don de la fe. Una fe que buscamos y pedimos cada día y que, injertados en Cristo Jesús, tratamos de sostener y aumentar en nuestro corazón, ¡Alabado sea Dios!

viernes, 30 de septiembre de 2022

NO PUEDES FABRICARTE, POR TU CUENTA, TU DIOS Y TU PLAN DE SALVACIÓN.

No es cuestión de lo que tú como yo pensemos. Se trata del Plan de Dios y de lo que Él ha pensado para sus criaturas. Dios, por su Voluntad, ha pensado en un Plan de salvación para sus criaturas y ha querido que sea en comunidad, en Iglesia, en parroquias, en familias. Por eso, ya desde el instante primero de nuestra vida en el seno de nuestras madres nacemos en el seno de una familia. Por eso, la mujer y el hombre se necesitan el uno al otro para engendrar un nuevo ser, y, por eso, están comprometidos y responsabilizados en protegerlo, acompañarlo y educarlo hasta que se pueda valer por sí mismo. Es el mundo que conocemos y el que Dios, nuestro Padre ha creado.

Y, ahora, muchas criaturas se han erigidos como dioses y, rechazando el Plan de Dios, quieren imponer el suyo propio. Un plan contrario a la Voluntad de Dios y un plan sin sentido, antinatural y contrario a la propia naturaleza del ser creado por Dios. Y, como ocurrió en Corozaín y Betsaida no escuchamos la Palabra de Dios. Ni siquiera a pesar de los milagros que hemos oído y, quizás contemplados sin apenas darnos cuenta. Cerramos nuestros oídos a todo lo que venga de Dios cuando damos la espalda a la voz de la Iglesia, en la que Jesús, nuestro Señor, ha dejado la responsabilidad de anunciar la Buena Noticia. Y si rechazamos a la Iglesia rechazamos a Dios.

Porque, no se trata de escuchar como a ti te plazca y a quien tú quieras. Se trata de hacer y vivir según la Voluntad de Dios. Porque, es Él quien nos salva y quien ha ideado el camino para alcanzar esa salvación. Jesús nos lo ha enseñado con su Vida y Obras. ¿O es que no queremos enterarnos?  Así nos responde Él en el Evangelio de hoy: -Lc 10,13-16- Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado».

 

Está claro —comentó Manuel— que no podemos salvarnos, y menos cumplir la Voluntad de Dios por nuestra cuenta. Hay un Plan de Dios que tenemos que cumplir y fuera de él no hay salvación.

—Supongo que debe ser así —respondió Pedro. Por y para algo formó un pequeño grupo de apóstoles y les dio una misión. Si pensase otra cosa no era menester hacer lo que hizo.

—Evidentemente, Pedro. El Padre, en quien Jesús puso todo su corazón y cumplimiento, le envió a eso, a anunciar a los hombres su Amor y Misericordia Infinita. Y quiso que fuese en comunidad, en relación de unos con otros. De ahí la necesidad imprescindible del amor impregnado en nuestros corazones.

—Y de la familia —agregó Pedro. Porque, nacemos en una familia y en ella empezamos a aprender esa vida en comunidad.

jueves, 29 de septiembre de 2022

EN LA PRESENCIA DE LOS ÁNGELES

A veces cuando me vienen a mi mente recuerdos de mi vida, me doy cuenta de que en muchos momentos la presencia de los ángeles ha sido decisiva para que mi vida siga su camino en la tierra. Doy por sentado que, por la Gracia de Dios, no había llegado mi hora y que por su Voluntad sigue todavía su camino.

Por unos metros o por unos minutos mi vida sigue en pie. Y, meditando el Evangelio de hoy descubro la vital y fundamental presencia de los ángeles. ¿Quién, si no, me ha salvado de ser atropellado por aquel camión? ¿Quién, si no, me salvó de salir ileso de aquel accidente? Muchos momentos, ya en el olvido, que por los pelos, como coloquialmente decimos, he escapado de graves accidentes. ¿Quizás casuales? No lo sé, pero si creo profundamente en la presencia de los ángeles.

Hay muchas circunstancias que mi vida, sin saber cómo, ha evitado graves infortunios y accidentes. Supongo que a muchos le ha sucedido, porque cada persona tiene su ángel de la guarda. Viene a mi memoria esa oración que mi madre me enseñó: “Cuatro esquinitas tiene mi cama…” La dejo para que tú la recuerdes y la acabes.

 

«Iba de paseo, pensaba Manuel, un domingo de buen tiempo y me sentía estupendamente bien. De repente, abrí los brazos con la intención de llenar de aire mis pulmones y perdí el conocimiento. No supe nada más durante unos quince minutos. Desperté sentado en un banco. Nunca entenderé como mi mujer, primero, se dio cuenta y anduvo rápida de mi caída. Y luego, como pudo arrastrarme hasta un banco. Había sufrido un infartó que, por la Gracia de Dios, no terminó con mi vida.  Ahora, al menos lo pienso, no era mi hora y el Señor me guardaba para, quizás, esta misión de mis humildes reflexiones de escribir. Precisamente, en ella y por su Gracia, posiblemente ayudado por mi ángel, sigo todavía en pie

miércoles, 28 de septiembre de 2022

VIVIR PARA SERVIR, NO SERVIRME

Lc 9,57-62

Diríamos que la cuestión de seguir a Jesús no consiste en ir detrás de Él sino en el esfuerzo de vivir como Él. Es cierto que nuestra fortaleza no es la de Él, pero asistidos en su Espíritu podemos llegar a actuar como Él. Es esa la misión del Espíritu Santo que lo recibimos en el instante de nuestro bautizo.

La tentación está detrás de nosotros y esperando su oportunidad. Sabe y conoce nuestra debilidad y deseo de ser importante, de alcanzar puestos relevantes y de servirnos de ese seguimiento al Señor. Lo hemos conocido en los mismos apóstoles cuando los hijos de Zebedeo solicitaban Jesús los primeros puestos. Y cada uno de nosotros estamos avocados a esa tentación inherente a nuestra naturaleza por el pecado. El sacramento del bautismo nos limpia, pero no para siempre. Estamos, pues, en peligro de mancharnos en cada paso que demos, sobre todo si lo hacemos solos y por nuestra cuenta.

La conversión es el objetivo. Una conversión apoyada en la actitud del desprendimiento, del desapego y del olvido de uno mismo para, amasado todo en el servicio que dé como resultado el fruto del amor. Un fruto que necesitará el auxilio del Espíritu Santo y la perseverancia de nuestra fe.

 

—Corremos el peligro de convertir nuestro seguimiento al Señor en un camino cómodo, de rosas sin espinas y que nos dé seguridad, prestigio y buena imagen —dijo Manuel.

—No entiendo —dijo Pedro— por qué el camino debe tener espinas, dolor y ser incómodo. ¿Acaso hay que buscar el sufrimiento?

—¡No, no se trata de eso! ¡Se trata de amar! —respondió Manuel. Y, por experiencia, sabemos que amar incluye momentos e instantes de dolor, renuncias y sacrificio. El amor tiene también sus cruces y cuando amas tendrás también que amar esas cruces. Por tanto, seguir a Jesús supondrá abrazar también esa cruz del dolor, de la incomprensión y de la lucha de cada día contra el pecado. Y ya sabemos y conocemos la dureza de esa lucha. Lucha no solo contra el mal exterior sino también interior (nosotros mismos).

martes, 27 de septiembre de 2022

NUESTROS PECADOS ESTÁN PRESENTES CADA DÍA

¡Sí, somos pecadores y, por nosotros mismos, no podemos liberarnos de esa esclavitud del pecado! Nuestra única esperanza de liberación es el Señor. Por tanto, sabemos que habrá dificultades y eso nos exigirá lucha, pero una lucha sin desesperar ni caer en la resignación. Siempre con la esperanza de que con el Señor saldremos victorioso.

Somos consciente, no debemos negarlos ni esconderlos, de nuestros pecados. Por eso nos llamamos pecadores. Pero, también, sabemos y conocemos la Misericordia de nuestro Padre Dios, y, ¡por eso debemos estar siempre esperanzados y alegres, serenos y tranquilos! Pase lo que pase no debemos perder la conciencia de que Dios, nuestro Padre, está presente. Aprendamos a esperar, a fiarnos de nuestro Padre Dios.

Pero, levantemos también nuestra alma con alegría, con esperanza de que siempre hay gente buena que nos anima y camina con nosotros. Siempre podemos hacer algo, dar esperanza y animar a otros. Tenemos unos talentos que muchas veces no queremos ver ni desenterrar. Simplemente, saber esperar y soportar los malos momentos y los desespero impacientes de nuestro inconformismo son virtudes que debemos practicar y poner de manifiesto con la ayuda del Espíritu Santo.

Sí, la vida en muchos momentos se nos vuelve pesada y no queremos cargar con ella. Pero, nunca olvidemos que la vida es un don. Un don por el que caminamos sea como sea, con dolor o alegría, a la plena felicidad eterna junto a nuestro Padre Dios. Y ese regalo es nuestro gran Tesoro.