¡Sí,
somos pecadores y, por nosotros mismos, no podemos liberarnos de esa esclavitud
del pecado! Nuestra única esperanza de liberación es el Señor. Por tanto,
sabemos que habrá dificultades y eso nos exigirá lucha, pero una lucha sin
desesperar ni caer en la resignación. Siempre con la esperanza de que con el
Señor saldremos victorioso.
Somos
consciente, no debemos negarlos ni esconderlos, de nuestros pecados. Por eso
nos llamamos pecadores. Pero, también, sabemos y conocemos la Misericordia de
nuestro Padre Dios, y, ¡por eso debemos estar siempre esperanzados y alegres,
serenos y tranquilos! Pase lo que pase no debemos perder la conciencia de que
Dios, nuestro Padre, está presente. Aprendamos a esperar, a fiarnos de nuestro
Padre Dios.
Pero,
levantemos también nuestra alma con alegría, con esperanza de que siempre hay
gente buena que nos anima y camina con nosotros. Siempre podemos hacer algo,
dar esperanza y animar a otros. Tenemos unos talentos que muchas veces no
queremos ver ni desenterrar. Simplemente, saber esperar y soportar los malos momentos
y los desespero impacientes de nuestro inconformismo son virtudes que debemos
practicar y poner de manifiesto con la ayuda del Espíritu Santo.
Sí, la vida en muchos momentos se nos vuelve pesada y no queremos cargar con ella. Pero, nunca olvidemos que la vida es un don. Un don por el que caminamos sea como sea, con dolor o alegría, a la plena felicidad eterna junto a nuestro Padre Dios. Y ese regalo es nuestro gran Tesoro.
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