Lc 8, 4-15 |
Siempre me ha llamado la atención el misterio de la
semilla. ¿Cómo es posible —me pregunto— que de una simple semilla,
aparentemente muerta, broten frutos? ¿Dónde está la fuerza que haga germinar a
esa semilla?
En esos pensamientos se debatía Pedro, hasta el
extremo de preguntarse: ¿dónde está ese poder, al que llamamos Dios, que obra ese
milagro?
—¿Te parece acertado este razonamiento, Manuel?
—Estoy de acuerdo. Es verdad que la ciencia puede
explicarte cómo la semilla muere (se pudre) y da origen a una nueva vida: raíz,
tallo y hojas, que forman una planta. Pero, también, yo me pregunto: ¿Quién hace
posible que la semilla reaccione, se rompa y dé una nueva vida vegetal?
—Para mí —replicó Pedro— es un milagro que nos descubre
la presencia de Dios.
—Pero, ¡aparte!, es un ejemplo del camino que recorre
nuestra vida. Jesús nos lo describe de forma admirable en la parábola del
sembrador. Está en —Lc 8, 4-15—. Nos habla de la siembra, y de lo que le puede
suceder a cada semilla sembrada.
—Parece interesante ese relato —comentó Pedro—, muy
interesado.
—Es un buen retrato de lo que nos puede pasar con nuestra vida. Unos escuchan, pero se quedan en la superficie; otros, al principio, se entusiasman, sin embargo, no echan raíces, y a la menor contrariedad abandonan. Hay algunos que oyen, pero les pueden más los afanes, riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro.
—Entonces, ¿quiénes son los que pueden dar buenos frutos? —replicó Pedro con perplejidad
—Aquellos donde la semilla encuentra tierra buena. Son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia.
—Es un buen retrato de lo que nos puede pasar con nuestra vida. Unos escuchan, pero se quedan en la superficie; otros, al principio, se entusiasman, sin embargo, no echan raíces, y a la menor contrariedad abandonan. Hay algunos que oyen, pero les pueden más los afanes, riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro.
—Entonces, ¿quiénes son los que pueden dar buenos frutos? —replicó Pedro con perplejidad
—Aquellos donde la semilla encuentra tierra buena. Son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, la guardan y dan fruto con perseverancia.
—Entonces, Manuel —dijo Pedro en tono afirmativo—,
creo que yo mismo debo ser esa tierra buena.
—Sí, la
semilla está en ti … no la dejes sin cuidado.
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