miércoles, 28 de junio de 2017

RAÍZ Y PERSEVERANCIA

(Mt 7,15-20)
En el corazón se purifican las malas intenciones y se transforman en buenas. Lo importante es perseverar e insistir en dar buenos frutos. Frutos que, a veces, no son tan buenos como nos gustaría, pero que, con nuestro esfuerzo, tratamos de que sean los mejor posible. Y eso es lo que verdaderamente importa. Porque será la Gracia de nuestro Padre Dios la que los transformará en buenos frutos.

Del manzano no pueden salir peras, y, de la misma forma, de la mentira no puede salir verdad. O dicho de otra forma, el fruto de la mentira no puede contener al fruto de la verdad. Ambos son incompatibles. Y la realidad es que hay mucha mentira, que trata de suplantar a la verdad, falseándola y presentándola, adulterada y engañosa, como verdad. Una mentira que seduce y que se presenta como lo normal y frecuente y como camino hacia la felicidad.

Es la mala intención de, con medias verdades, iniciar el desgaste que nos conduce a la confusión y perdición. ¿Cuántas veces hemos experimentado esa oscuridad que nos desorienta y nos desanima? ¿Cuántas veces hemos querido abandonar y protestar, e incluso, rechazar el proyecto que Dios tiene para nosotros, porque no lo vemos ni estamos de acuerdo.

Todos hemos sufridos esas tentaciones y peligros, desde Abrahán hasta el mismo Jesús. El Maligno está pendiente de nuestras debilidades para vencernos. Nuestro Señor Jesús fue tentado en el desierto, y nos enseño el camino para vencerlas. En Él podemos superarlas. Ese es el camino, estar unido a Él y dejarnos cultivar nuestro corazón para que produzcamos frutos buenos. Porque del Amor que Jesús, el Señor, nos da y nos presenta de parte de su Padre, sólo pueden salir obras de amor y de misericordia.

Por lo tanto, hundamos nuestras raíces en el Corazón del Señor y dejemos que su Gracia la riegue profundamente, para que nuestros frutos sean origen y consecuencia de su Amor.

martes, 27 de junio de 2017

GUSTA EL CAMINO FÁCIL

¿A quién no le gusta el camino fácil y sin complicaciones? Supongo que a todos los hombres y mujeres del planeta. Es algo inherente a nuestra naturaleza humana. Buscamos la felicidad, y eso lleva implícito un deseo de comodidad, de estar a gusto con tus pensamientos e ideas y de no complicarte la vida. Para unos será de una forma, y para otros será de otra. Unos, más sencilla; otros, más compleja. Pero, el denominador común será siempre la búsqueda de la puerta ancha y espaciosa, que proporciona gusto y placer inmediato.

Debemos aislarnos de las cosas impuras y que nos pueden estropear espiritualmente.Las cosas sagradas son para aquellos que así las consideran y están en disposición de recibirlas. Y no deben ser expuestas a los que las rechazan y las desprecian o son indiferentes a ella. Sin embargo, nuestra actitud debe ser siempre correcta y dispuesta a ayudar y a no querer para los otros lo que no queremos para nosotros. Es la regla de oro, la del amor. Y la que un creyente y seguidor del Señor Jesús debe estar dispuesto a vivir y cumplir en su vida. A pesar de su dureza e incomprensión por nosotros. Porque, nuestro Padre Dios así nos perdona a nosotros a cada instante.

Ese es el camino, que se estrecha en la medida que nos exige renuncia, sacrificios, abnegación, esfuerzo, comprensión, escucha, paciencia, confianza, fe, servicio, entrega, disponibilidad y, sobre todo, amor. Amor que supone y predispone todo lo dicho anteriormente. Y eso no es fácil, ni tampoco posible hacerlo sin el concurso y la asistencia del Espíritu Santo. Le necesitamos imperiosamente para emprender ese camino de salvación que nos permita hacer posible entrar por la puerta estrecha.

Porque es esa puerta la que nos conduce y nos lleva a la salvación eterna. Una puerta exigente y difícil de pasar, pero una puerta que, en la medida que nos esforcemos y vayamos en compañía del Espíritu Santo, lograremos atravesar y superar.

lunes, 26 de junio de 2017

LA TENTACIÓN DE JUZGAR

(Mt 7,1-5)
Siempre estamos tentado a juzgar a los demás. Y pocas veces nos lo hacemos nosotros mismos. Reflexionar sobre nuestros actos nos vendría muy bien, y evitaríamos caer en la tentación de juzgar a los demás. Porque esa es la medida con la que seremos también juzgados nosotros.

Pensar que, tal y como yo juzgue, así también seré juzgado yo. Da escalofrío y ayuda a ser más tolerante y misericordioso. Porque, son Palabras de Jesús: Jesús dijo a sus discípulos: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano».

No se trata de opiniones subjetivas o pareceres según lo interpretamos. Son Palabras del propio Jesús, que nos descubre nuestra misericordia y nos anima a aplicarla con respecto a los demás. Y es que nuestra misericordia está en estrecha relación con nuestro perdón. Y, ambos están contenidos en el amor. Porque quien no ama no puede ser misericordioso, y menos, perdonar.

Sucede que ves con claridad y prepotencia la brizna del ojo de tu prójimo, pero no adviertes la viga que tienes en el tuyo. Y esa ignorancia te empuja a atreverte a juzgar a los demás y a exigirle corrección sin ofrecerle el perdón y la misericordia. Sin embargo, lo pide y lo exiges para ti. Nos vendría bien recordar la parábola del rey que quiso ajustar cuentas con sus súbditos - Mt 18, 23-35 -, porque, muchas veces esgrimimos que estamos cansados de perdonar, pero no advertimos que Dios nos perdona todos los días.

Hagamos el esfuerzo de mantenernos pacientes y misericordiosos respecto a las situaciones y actitudes del prójimo, porque, antes de atrevernos a juzgar, pensemos que también nosotros seremos juzgados de nuestras faltas y pecados.

domingo, 25 de junio de 2017

LOS PELIGROS Y EL DEMONIO

(Mt 10,26-33)
Hay un enemigo más peligroso que los hombres, el diablo. Y es a ese al que hay realmente que temer, porque puede matar el cuerpo y el alma. Muchos creyentes pasan del diablo, o, al menos, no creen de forma seria. Lo identifican con el mal y las inclinaciones naturales del hombre por el pecado. Y no es así. En el los Evangelios, Jesús, hace referencia al diablo muchas veces.

El mismo Jesús es tentado en el desierto por el diablo, y también, en muchas ocasiones, Jesús, le expulsa de muchos poseídos. El diablo nos acecha y aprovecha los momentos más débiles de nuestra vida. Y, nosotros, tendremos que luchar, al lado del Señor, contra las seducciones y tentaciones del Maligno. Tal y como hizo Jesús.

Se nos garantiza el triunfo, pero no se nos evita la lucha y los sufrimientos. Así fue el camino de salvación que sufrió nuestro Señor. Su Pasión nos sirve de referencia. Los discípulos no son mejores que el Maestro, y tendremos que pasar nuestro propio calvario y cargar con nuestra propia cruz. Pero, injertados en el Señor, se nos garantiza el éxito y el triunfo.

No hay contradicción, pues nuestra vida no está en este mundo. Y, aunque nuestro cuerpo sufra y padezca, nuestra alma experimentará gozo y alegría. Así se entienden las persecuciones y el martirio de muchos cristianos en estos momentos. Así se entiende la firmeza de Asia Bibi, ante el martirio de su cuerpo y vida de este mundo, al no negar su fe.

Nuestra fortaleza y esperanza descansa en la confianza de que Dios está siempre a nuestro lado, y en el Espíritu Santo recibiremos la valentía, la fuerza, la voluntad y fortaleza necesaria para soportar toda adversidad, sufrimiento y martirio.

sábado, 24 de junio de 2017

LLENOS DEL ESPÍRITU SANTO


(Lc 1,57-66.80)
Irresistiblemente pensamos que el Espíritu Santo ha venido para otros. Otros personajes, como Juan el Bautista, por ejemplo, pero no para nosotros. Nosotros no tenemos que ver nada con el Espíritu Santo, pensamos, para ese tipo de misiones, y nos resignamos comodamente instalados en esos pensamientos sin preguntarnos nada más al respecto. Nos va muy bien así.

Pasamo de largo lo que Dios, nuestro Padre, nos dice en el -Ap 3, 20-. Nos llama a que abramos la puerta de nuestro corazón para entrar a cenar con nostros; para descubrirnos lo que quiere de nosotros; para transmitirnos su amor y donde nos quiere llevar; para darnos la alegría, el gozo, la felicidad y la Vida Eterna. Y nos ha dicho que, despues de su Ascensión al Padre, vendría el Espíritu Santo, el Paráclito, el Defensor, para auxiliarnos y darnos sus dones de fortaleza, de ciencia, de sabiduría, de inteligencia de entendimiento, de piedad y santo temor de Dios, con los que podemos superar todos los obstáculos, tentaciones y seducciones que el mundo nos tiende y nos tienta.

Por nuestro Bautismo hemos recibido al Espíritu Santo. Un bautismo de fuego y Espíritu, que nos hace hijos de Dios y nos abre las puertas del Cielo. Y en Él podemos emprender el camino con garantía de éxito. Y ese camino tendrá una meta. Una meta que implica una misión, porque todo camino tendrá un final. Y nuestro final es alcanzar la Vida Eterna prometida junto al Señor. Y ese camino tendrá una misión. Una misión a la que nos acompañará y dirigirá el Espíritu Santo.

Por lo tanto, debemos estar atento, como lo estuvo María, nuestra Madre y Madre de Dios. Atentos y disponibles a la acción del Espíritu Santo, para, preparados responder a su llamada . Tal fue la respuesta de María, como también la de su prima Isabel y su esposo Zacarías. Ellos fueron perseverantes y constantes en la oración y fidelidad al Señor. Ellos dejaron su esperanza abandonada en Dios. También, a nosotros no toca perseverar y creer en el Señor, llenándonos de paciencia y de esperanza.

Es posible que no comprendamos muchas cosas, ni que tampoco nos lo creamos, pero tangamos confianza en Dios. Lo ocurrido a Zacarías nos puede servir de ejemplo y ayuda para saber, también nosotros esperar.

viernes, 23 de junio de 2017

CUANTO TODO PARECE APLASTARNOS

(Mt 11,25-30)
Siempre he reaccionado, cuando todo amenaza aplastarme, abandonarme en el Señor. Porque, Él es el Señor, creador de todo lo visible e invisible, y dueño de todo. Él es el Principio y el Fin, el Alfa y Omega y en donde todo empieza y acaba. Así que, entregado a ese pensamiento y confiado en su Infinita Bondad y Misericordia, me entrego en sus Manos.

Sé que es fácil decirlo, y otra cosa muy diferente hacerlo. Sí, lo sé, pero hasta hoy he tratado de hacerlo así y en todos los contratiempos que he tenido, por la Gracia de Dios, he actuado así. Claro, siento miedo de no encontrar las fuerzas necesarias para confiar y entregarme en Él. Temo desesperarme y, por eso, necesito la oración para pedirle insistentemente que me fortalezca para, dejando todo lo demás, crea en Él.

Sí, Señor, quiero abrirte la puerta de mi corazón y dejarte entrar. Principalmente, porque creo en Ti, y porque sólo Tú respondes a mis interrogantes y a mis deseos de felicidad eterna. Sí, Señor, quiero sentarme a tu mesa y cenar contigo como me prometes -Ap 4, 20-. Sí, Señor, quiero descansar y, apartándome de tanto activismo, abandonarme en Ti abrazando tu yugo y aprendiendo a ser manso y humilde de corazón como eres Tú.

Porque la felicidad no está en la actividad y en el trabajo. Claro, son necesarios y a cada cual corresponderá su tarea y labor. Pero no todo consiste en eso, porque la frenética actividad nos puede engullir y amenazar destruyéndonos como personas en el más puro objeto humano. Busquemos el descanso y la vida dentro de la naturalidad y el amor. Porque sólo lo que se hace por amor tiene respuesta de eterna felicidad.

jueves, 22 de junio de 2017

NO ES CUESTIÓN DE PALABRERIO

(Mt 6,7-15)
No se trata de hablar mucho, sino de saber hablar. No es cuestión de muchas y rebuscadas palabras, sino de encontrar las precisas y necesarias para pedir lo que realmente se necesita para nuestro bien. Que no es otro sino el de alcanza la Misericordia de nuestro Padre Dios.

Pero, lo primero es reconocer y darnos cuenta que necesitamos relacionarnos con Dios. Y pedirle todo aquello que realmente necesitamos para llegar a vivir en y para Él. Es verdad, se cae de maduro, que Dios sabe lo que necesitamos. Él nos ha creado y no sería Dios si no conociese cada centímetro de nuestro cuerpo y alma. Lo sabe todo de todos nosotros. Pero, nos ha dado libertad y ha dejado que seamos nosotros  los que descubramos y reconozcamos lo que realmente necesitamos para alcanzar la Gloria de estar con Él en su Casa. Y, por supuesto, sabiéndolo, pedírselo.

Pero no debemos regodearnos en demasiadas y rebuscadas palabras. Simplemente relacionarnos con Él, tal y como lo hacemos con nuestros padres de la tierra. Con confianza, respeto y humildad, sabiendo que nos escucha y nos dará lo que necesitamos para cumplir y hacer lo que nos manda. Que es, precisamente, para nuestro bien y felicidad. Pero, sobre todo, perdonar como Él nos perdona.

Si nuestro Padre nos abre sus brazos y nos llama, esperando nuestra respuesta, a pesar de que no le respondemos. Ni siquiera le hacemos caso, o ponemos todo en cuestión y duda. Y Él aguarda con paciencia e infinita Misericordia, ¿cómo nosotros no vamos a hacer lo mismo? Y, no porque podamos, porque claro está que no podemos, sino porque contamos con Él y la asistencia del Espíritu Santo.

El Padre nuestro es la oración por excelencia que el Señor Jesús nos ha enseñado. Nos marca nuestra manera de relacionarnos con Dios, nuestro Padre, y, también, lo que debemos priorizar en nuestra vida y pedirle. Porque, verdad es que necesitamos de todo, tanto lo material como espiritual, pero, sobre todo eso, prima el amor y el perdón. Tal y como Él nos ha enseñado.