viernes, 25 de diciembre de 2015

REALMENTE, ¿DEJAMOS NACER A JESÚS EN NUESTRO CORAZÓN?

(Lc 2,1-14)
FELIZ NAVIDAD


¿Quién nace hoy dentro de m? Quizás esa sea la pregunta de la noche. Mientras cantamos y, posiblemente, nos emborrachamos de comida y alcohol nos entregamos al pesebre del mundo que nos tienta con sus comodidades, abundancias y fiestas. Queremos que nazca el Niño Dios, pero posiblemente no le dejemos nacer como Él ha venido y quiere, sino como nosotros deseamos que nazca.

Supongo que ese fue el problema de su pueblo. Esperaba otra clase de Mesías y salvador. No un Mesías pobre, indefenso, humilde y sin poder. Un Mesías hijo de unos padres desconocidos, humildes y que no pudieron ni brindarle una humilde casa. Una cabaña abandonada fue su primer reducto que le acogió como cuna de su nacimiento. Contradictoriamente, ¿qué famoso se ha hecho ese pobre y humilde cabaña? Hoy es visitada por ingentes multitudes de todo el mundo.

También es nuestro problema. ¿Qué Mesías esperamos nosotros? ¿Un Mesías cómodo, fuerte y poderoso en riquezas e influencias? ¿Un Mesías que impone su ley, que castiga y exige cumplimientos y justicia que no perdona? ¿Un Mesías a mis intereses y caprichos?

Porque dependiendo del Mesías que esperemos, así encauzaremos nuestro camino por la vida. Y, el mundo, parece buscar al primer Mesías descrito. A un Mesías que se adapte a sus costumbres y hábitos; a sus interese y apetencias. Quizás esa sea la razón del rechazo de muchos y de la forma de celebrar su nacimiento.

No se me ocurre otra cosa que pedir, pedir y pedir que la luz nazca en nuestros corazones, y que nos demos cuenta que Navidad no es sólo fiesta, sino el nacimiento de aquel Niño Dios que ha venido a salvarnos por amor. Por eso ha venido revestido de verdadero Amor. 

Un Amor humilde, sencillo, pobre, entregado, dado y revestido de misericordia. Un Amor que no castiga, sino que perdona y acoge a todos aquellos que, humildemente arrepentidos de sus soberbias y egoísmos, se abren a su perdón misericordioso. Amén.

jueves, 24 de diciembre de 2015

EL CANTO DE ZACARÍAS

(Lc 1,67-79)


Es otra de las profecías que nos descubren la autenticidad de la existencia y divinidad de Jesús. El canto de Zacarías no puede ser nunca obra de su pensamiento. Había incluso llegado a dudar de lo que el Ángel le decía, y no se entiende, por pura lógica, que pueda expresar con tanta clarividencia lo que dice en su canto.

Es evidente que Zacarías está iluminado por el Espíritu Santo, porque lo que dice es lo que está ocurriendo y lo que va a ocurrir. Su videncia se pone de manifiesto por la acción del Espíritu de Dios. Zacarías, el padre de Juan, quedó lleno del Espíritu Santo, y profetizó diciendo: 

«Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo, como había prometido desde tiempos antiguos, por boca de sus santos profetas, que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odiaban haciendo misericordia a nuestros padres y recordando su santa alianza y el juramento que juró a Abraham nuestro padre, de concedernos que, libres de manos enemigas, podamos servirle sin temor en santidad y justicia delante de Él todos nuestros días. Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos y dar a su pueblo conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de la altura, a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz».

Zacarías va proclamando lo que está sucediendo. Dios nos ha visitado en su Hijo Jesús para salvarnos, porque esa era su Palabra desde tiempos antiguos. Todo había sido profetizado, y todo se había cumplido recordando su santa alianza y el juramento que juró a Abraham. Incluso ve la misión de Juan, su hijo, y la proclama con una exactitud asombrosa. Zacarías está hablando por la acción del Espíritu Santo, no deja lugar a duda, y eso también nos revela a nosotros la verdadera existencia y presencia de Dios.

Tú, Señor, proclamado y anunciado por Juan Bautista, eres la Luz que nos puede iluminar, porque vivimos en tinieblas y sombras de muerte, y guiar nuestros pasos por el camino de la verdadera paz.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

ADVIENTO, TIEMPO DE PROMESAS

(Lc 1,57-66)


En el Adviento se cumplen muchas promesas que habían sido profetizadas por los profetas. Es asombroso como la Palabra de Dios tiene su cumplimiento. Es maravilloso ver como la Palabra de Dios no falla, y todo lo profetizado va teniendo cumplimiento. Pruebas y más pruebas que prueban, valga la redundancia, que el Niño que va a nacer es el Hijo de Dios, que se hace hombre para, igualado a los hombres, pueda hablarnos y enseñarnos la locura de Amor del Padre.

«Esto dice el Señor: ‘Yo envío mi mensajero para que prepare el camino delante de Mí’» (Mal 3,1). La profecía de Malaquías se cumple en Juan Bautista. Es uno de los personajes principales de la liturgia de Adviento, que nos invita a prepararnos con oración y penitencia para la venida del Señor. 

Todo está listo, y Juan Bautista prepara la venida y el camino del Señor. Oír la voz de Juan Bautista, es experimentar la esperanza de salvación. Él nos previene de la necesidad de prepararnos, porque para escuchar la Palabra de Dios hay que estar preparado. Ese es, quizás, el problema con el que se encuentran muchos al oír la Palabra, la oyen, pero no la escuchan porque están sometidos y cogidos por las cosas del mundo.

Somos esclavos de muchas cosas: pasiones, sentimientos, egoísmos, vanagloria, comodidades...etc. Cada uno sabe lo que le atrae, y a lo que le cuesta renunciar. Descubrir tus esclavitudes y liberarte exige estar disponible para la renuncia. En eso consiste la preparación, en descubrir y experimentar nuestra esclavitud, y la necesidad de ser libre. Y eso sólo lo conseguimos en el Señor. Porque Él es la Verdad, y la Verdad nos hará libre.

Reconozcamonos pecadores y esclavos del pecado. Y demos gracias al Señor que ha venido para darnos la libertad y liberarnos del pecado..

martes, 22 de diciembre de 2015

ERES LLAMADA BIENAVENTURADA

(Lc 1,46-56)
Una prueba más de las miles y miles que podemos encontrar en la realidad y presencia de un Dios Amor y Misericordioso que nos ama y nos salva. María, una mujer humilde y sencilla, es elegida para ser la Madre de Dios. No hay, ni habrá dignidad mayor. María, profetiza que será llamada bienaventurada por todas las generaciones por haber recibido el favor de Dios y hecho maravillas en ella.

Y así ha ocurrido hasta hoy, y seguirá ocurriendo. No hay ningún pueblo que no tenga devoción a María, y miles de santuarios por todo el mundo donde se venera y se rinde cantos de bienaventurada. Y no por sus apariciones en la vida pública de la familia de Nazaret, ni tampoco en la vida de infancia, juventud y publica de Jesús. María pocas veces aparece y apenas abre su boca.

Su veneración y fama es por ser la Madre de Dios. Una Madre ejemplar, llena de fe y de humildad. Y que ella misma descubre al profetizarlo en el Magníficat: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había anunciado a nuestros padres— en favor de Abraham y de su linaje por los siglos».

En todos los lugares se rinde veneración a la Virgen, la Madre de Dios. Todo el mundo necesita tener una madre, porque la madre es fuente de vida y de protección. Porque Dios así lo quiso, y así lo planeó para su Hijo, que naciera en el seno de una familia, cuya Madre sería María y Padre adoptivo José. 

María es el espejo donde encontramos actitudes de humildad, de sencillez, de misericordia, de entrega, de docilidad, de disponibilidad, y, sobre todo, de fe. María, la mujer creyente que se entregó sin condiciones a ser la esclava de Dios, abriéndose a su Voluntad.

lunes, 21 de diciembre de 2015

LA FE DE MARÍA EJEMPLO A SEGUIR

(Lc 1,39-45)

Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

No se puede explicar de otra forma sino desde la presencia del Misterio de Dios. Las palabras de Isabel están llenas de la acción del Espíritu Santo. Ella no puede saber lo que María lleva en su vientre, y menos que se trata del Hijo de Dios. Su proclamación descubre también la presencia del Espíritu Santo, y de como nos asiste y nos ilumina.

He oído decir a muchos que se resisten a creer, que no ha venido nadie, después de muerto, a decírnoslo. Y sí que ha venido uno: El Señor Jesús, que ha Muerto y Resucitado. La mejor y evidente prueba de su Divinidad es la Resurrección, y también el fundamento de nuestra fe. Ha venido, pero no le han creído. Las pruebas no pueden ser como tú y yo queramos, sino como Dios lo ha hecho. Por eso necesitamos la fe, que la dejaremos de necesitar cuando estemos en la presencia de Dios.

María, sin embargo, creyó. Y creyó aún siendo complicado para ella. No estaba en una situación fácil para creer lo que el Ángel le anunciaba. No conocía varón, y, ¿qué pasaría con José de quedar embarazada? ¿Sería capaz de creerle? A pesar de todo eso, María creyó en el anuncio del Ángel y se postró ante la Palabra y mandato del Señor. He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra..

domingo, 20 de diciembre de 2015

ERES BENDITA PORQUE HAS CREÍDO, MARÍA

(Lc 1,39-45)


Aquellos que buscan pruebas, aquí pueden encontrar una más entre las mil y una que hay. Isabel, llena del Espíritu Santo proclama: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

No se puede decir eso, sino a través de la acción del Espíritu Santo. ¿Cómo Isabel iba a saber el anuncio y la concepción del Hijo de Dios en María? Son detalles que, quizás, pasan desapercibido para muchos que no reparan en esa grandiosidad. 

María es bendita porque es cree en el Señor. Y bendito es el fruto que concibe, por la acción del Espíritu Santo, en su vientre. María es bendita porque, llena de humildad, acude apresurada a atender a su prima Isabel sin vanagloriarse que momentos antes había sido elegida para ser la Madre de Dios. María entiende su elección como servicio y entrega a los demás, siendo corredentora en la Redención que su Hijo, Jesús, concebido en su vientres, es enviado por el Padre para rescate y salvación de todos los hombres.

María tiene en el centro de su vida la fe en Dios, y anunciada por el Ángel Gabriel como Madre del Hijo de Dios, se somete voluntariamente a su Voluntad para ser la esclava del Señor y hacer su Voluntad. En María, todos los creyentes tenemos un ejemplo de fe y confianza en el Padre Dios, y de hacer su Voluntad. Con razón, Jesús años más tarde, la pone como la primera en cumplir la Voluntad de su Padre (Mt 12, 46-50).

Pidamos al Padre que nuestra fe aumente y sea firme. Firme hasta el punto que seamos bendecido, por la Gracia de Dios, por depositar toda nuestra confianza y vida en Dios, nuestro Padre.

sábado, 19 de diciembre de 2015

¿QUÉ FUERZA TIENE TU FE?

(Lc 1,5-25)

En muchas ocasiones decimos que tenemos fe, pero lo decimos de forma ligera y superficial sin medir bien las palabras. Porque la fe supone un compromiso, y el compromiso unas exigencias que se experimentan y concretan en tu propia vida. De tal forma que, si la vida no altera y modifica tu obrar y caminar según la Palabra de Dios, en la que dices creer, tu fe está apoyada en arenas movedizas.

¿Y cómo la modifica? Una fe sin obras es una fe muerta. La fe produce obras, obras de misericordia, que nos viene muy bien recordar este año que celebramos el jubileo de la Misericordia, proclamado por el Papa Francisco. Obras de misericordia corporales que inciden en nuestra vida, como: 1ª dar de comer al hambriento; 2ª da de beber al sediento; 3ª alojar al que no tiene casa y al peregrino; 4ª vestir al desnudo; 5ª visitar a los enfermos; 6ªvisitar a las personas y redimir al cautivo y 7ª enterrar a los muertos. La fe está viva cuando se esfuerza en llevar estas actitudes y servicios para con los que lo necesitan.

Pero también hay otras siete espirituales, que inciden en nuestra propia vida espiritual, tales como: 1ª enseñar al que no sabe; 2ªdar buen consejo al que lo necesita; 3ª corregir al que se equivoca; 4ª perdonar las injurias; 5ª consolar al triste; 6ª sufrir con paciencia los defectos de los demás, y 7ª rezar por los vivos y muertos. Una fe verdadera desemboca en esta realidad misericordiosa.

En el Evangelio de hoy, Zacarías, nos descubre su débil fe. Pide pruebas de lo que el Ángel Gabriel, enviado por Dios, le anuncia. Y eso supone dudas y desconfianza. ¿No nos ocurre a nosotros lo mismo? Ahora mismo en estas elecciones generales, quizás, modifiquemos nuestro voto católico por el mal llamado voto útil justificándolo para evitar males mayores. ¿Es qué la vida se puede negociar? No sé si ha sido una casualidad que este Evangelio coincida con el día de reflexión previo a las elecciones, porque nos viene muy bien que, serenos y tranquilos, pensemos cuál es nuestra actitud ante la elección de dar nuestro voto.

Dios nos ve, y el Espíritu Santo nos asiste y acompaña. Nuestra coherencia de fe exige fidelidad y confianza en el Señor. Lo que ocurra será responsabilidad de los hombres, y eso no nos exime de la nuestra. Dios que nos ve responderá a nuestra fe dándonos su protección, y eso será siempre lo mejor para cada uno de nosotros. La acción de Zacarías nos debe ayudar y valer para corregirnos y, guiados por la acción del Espíritu Santo, actuar según la Palabra de Dios.