Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».
No se puede explicar de otra forma sino desde la presencia del Misterio de Dios. Las palabras de Isabel están llenas de la acción del Espíritu Santo. Ella no puede saber lo que María lleva en su vientre, y menos que se trata del Hijo de Dios. Su proclamación descubre también la presencia del Espíritu Santo, y de como nos asiste y nos ilumina.
He oído decir a muchos que se resisten a creer, que no ha venido nadie, después de muerto, a decírnoslo. Y sí que ha venido uno: El Señor Jesús, que ha Muerto y Resucitado. La mejor y evidente prueba de su Divinidad es la Resurrección, y también el fundamento de nuestra fe. Ha venido, pero no le han creído. Las pruebas no pueden ser como tú y yo queramos, sino como Dios lo ha hecho. Por eso necesitamos la fe, que la dejaremos de necesitar cuando estemos en la presencia de Dios.
María, sin embargo, creyó. Y creyó aún siendo complicado para ella. No estaba en una situación fácil para creer lo que el Ángel le anunciaba. No conocía varón, y, ¿qué pasaría con José de quedar embarazada? ¿Sería capaz de creerle? A pesar de todo eso, María creyó en el anuncio del Ángel y se postró ante la Palabra y mandato del Señor. He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra..
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