jueves, 17 de marzo de 2016

LA PALABRA DE JESÚS NO NOS DEJA INDIFERENTE

(Jn 8,51-59)

Creer en la Palabra de Jesús es auto invitarte a cambiar de dirección en tu vida. Un cambio drástico, radical y contrario al mundo en que vives, que se resigna a terminar en la muerte. Quedas tocado, porque lo que respiras en la atmósfera que aspiras en este mundo no huele, ni es, al oxigeno que te transmite Jesús. El aíre que Jesús te inyecta es un aire limpio, sin contaminación, puro y lleno de vida, Vida Eterna.

Él nos dice: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás». ¿Se puede decir algo más grande? ¿Se puede encontrar mayor aspiración? ¿Hay alguna otra aspiración que el hombre esté buscando, o es simplemente el deseo y anhelo de vivir siempre?

A esto, los judíos le responden acusándolo de estar endemoniado, pues no entra en sus cabezas ni la más remota posibilidad de resurrección. No les queda otra alternativa que la de clasificarlo como endemoniado, o creerle. Y eso supone, como ya hemos dicho, un giro de trescientos sesenta grados en sus vidas. Y, les cuesta, como al joven rico, dejar todos sus proyectos, planes e ideas del Dios que ellos se han formado y quieren esperar.

Por otro lado, no podemos entender a Jesús sino desde la humildad y el abandono en su Palabra. Nuestra mente no tiene capacidad para meter la explicación de Dios en nuestra cabeza. Sería algo así como meter toda el agua de mar en una aljibe o pozo hecho por nosotros. Dios es Inmenso y se nos escapa de nuestra inteligencia y sabiduría. ¿Cómo te atreves entonces a querer comprenderlo? ¿No estarás siendo soberbio y osado? Ese es nuestro principal pecado, querer entender a Dios.

Sólo, abiertos a su Gracia, podemos entenderle por su Amor y Misericordia. Será Él quien decida el momento, porque sólo Él sabe cuando nuestro corazón está listo, maduro, humilde y postrado a recibir la Luz de su Verdad y no quedar deslumbrado. Así sucedió con la samaritana, con Zaqueo, con Tomás...ect. Sólo Él sabe el momento y la hora de nuestra conversión, y espera que nosotros, por la libertad otorgada, colaboremos abriéndole nuestro corazón.

En la actitud arrogante, soberbia y prepotente de los judíos no llegaremos a conocerle ni a saber quién es. Y menos al Padre. Nos atreveremos a levantar la mano con piedras para tirárselas si seguimos en esa actitud. Pidamos aprovechar este tiempo de Cuaresma para dar un giro a nuestra vida y cambiarla, el ritmo y el paso de nuestra dirección.

miércoles, 16 de marzo de 2016

LA DESCENDENCIA Y LA RAZÓN

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(Jn 8,31-42)


Los linajes causan muchos problemas a las personas, pues dependiendo de su procedencia se dan, unos, más importancia que otros. Y de ahí deducen su superioridad y privilegios. Así se han producido muchas disputas a lo largo de los siglos. El Evangelio de hoy nos presenta a aquellos que se creen superiores o con más derechos que otros por proceder del linaje de Abraham.

La consanguinidad de la sangre frente a la filiación por la fe. Los verdaderos hijos no son tanto respeto a la consanguinidad como a la filiación por la fe. Porque, en definitiva, lo verdadero es responder a la Voluntad del Padre y seguir sus indicaciones y camino haciéndolos vida en ti. «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres». 

Queremos pasar por nuestro corazón lo que nuestra razón deduce. Al parecer Jesús no significa mucho. Pesa más nuestro origen de sangre y nuestros criterios. Nos formamos la idea de un Dios de acuerdo con nuestra forma de pensar; un Dios Padre que nos viene dado por Abraham. Y es ahí donde se encuentra nuestro error. Jesús es la plenitud, el Rostro del Padre, la Palabra que nos revela y no descubre al Padre y nos enseña como es y cuanto nos quiere.

No se puede llegar a Dios sin pasar y creer en Jesús. Sin Él no podemos alcanzar la promesa de Abraham. Ese es el gran problema del pueblo judío, el rechazo de Jesús, y la categorías que nos damos creyéndonos mejores los unos de otros según nuestra procedencia, nuestros estudios, nuestras riquezas...etc. ¿Es qué no nos damos cuenta que todos somos hijos de Dios? ¿Y qué los hijos no tienen diferencias para el Padre? ¿Y que todos somos amados con la misma locura de Amor, por la que, el Padre, entregó a su Hijo a una muerte de Cruz?

Pidamos al Señor que el Espíritu Santo nos ilumine y nos dé la sabiduría de entender nuestra condición humilde de siervos todos de nuestro Padre Dios. Que nos quiere y nos salva.

martes, 15 de marzo de 2016

LA MARAVILLA DE LA PALABRA DE DIOS


Jesús nos habla siempre en clave de Amor, porque dice y hace lo que el Padre le ha mandado y lo que al Padre le agrada. No nos juzga, pudiendo hacerlo, porque se limita sólo a cumplir la Voluntad del Padre. ¡Y como es el Padre! Nos lo ha dicho maravillosamente en la parábola del Padre prodigioso o hijo pródigo. ¡Qué hermosura de parábola y de ingente Amor Misericordioso que el Padre derrama sobre el hijo! El hijo menor, descarriado y seducido por el mundo; equivocado al querer ganar su vida con el éxito y las cosas de este mundo. Cegado por las pasiones, apetitos y sentimientos caducos que pululan alrededor de este mundo.

Y también, en el hijo mayor, concentrado en el cumplimiento de las normas y leyes de la casa, pero distraído del Amor y la Misericordia del Padre, que le invita a alegrarse por la recuperación y arrepentimiento de su hermano descarriado al decidir volver a Casa. ¡Qué hermoso retrato que nos descubre el Señor de nosotros mismos, menor y mayor, hijos imperfectos y pecadores, que experimentamos el Amor Misericordioso del Padre.

Pertenecemos a este mundo, sometidos al pecado, pero nuestra liberación está en creer en Jesús, y por su Amor y Misericordia ser liberados de las cadenas y ataduras de este mundo que nos lleva a la muerte. Jesús es el Mesías, el Libertador, el Salvador que nos libera de las cadenas de este mundo. Jesús es el Hijo de Aquel, el Padre, que es veraz. Y el que es veraz no puede engañarse ni engañarnos. 

Porque la Verdad nos hace libre y en la libertad está el gozo y la plenitud eterna. Porque quien es libre no busca la mentira ni la perdición. Eso es ir contra natura. La libertad es la búsqueda del bien. Por eso, la expresión máxima de la Libertad es nuestro Padre Dios. El Bien y la Verdad Absoluta.

«¿Quién eres tú?». Jesús les respondió: «Desde el principio, lo que os estoy diciendo. Mucho podría hablar de vosotros y juzgar, pero el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a Él es lo que hablo al mundo». No comprendieron que les hablaba del Padre. Les dijo, pues, Jesús: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo. Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él». Al hablar así, muchos creyeron en Él.

Nuestra pregunta: ¿Creemos nosotros también en Él? Esa es la cuestión, ¿qué respondemos al Señor? ¿Estamos también nosotros dispuestos a involucrarnos en hacer la Voluntad del Padre, tal y como nos anima y nos enseña Jesús?  No estamos solos, porque el hecho de pensarlo puede desanimarnos, pues la tarea es ingente y superior a nuestras fuerzas. 

Contamos con el Señor y, sobre todo, la asistencia constante de cada día del Espíritu Santo. En Él podemos superar, soportar y perseverar en el esfuerzo de empeñarnos cada día en vivir y realizar la Voluntad, como Jesús, del Padre.

lunes, 14 de marzo de 2016

TODO ENCUENTRA SOLUCIÓN Y RESPUESTA DESDE JESÚS, PORQUE ÉL ES LA LUZ

(Jn 8,12-20)


Encontramos que la justicia del mundo está en conflicto y contradicción. Si se detiene a una persona, existen y puede alegar muchas razones que le defienden y hasta le absuelven. Los mismos agentes del orden se ven impotentes y desconcertados ante los derechos de los ciudaddano ante la ley. Y eso es bueno por un lado, pero confunde y desconcierta por otro, pues les desorienta ante su propia actuación.

La pregunta que se presenta es: ¿Para qué detener a una persona, pues no sabemos qué ocurrirá con ella, si es culpable o no? Por otro lado, tampoco es bueno imponer, avasallar y aplicar la dictadura de la ley sin dejar la posibilidad de defenderse. La situación es difícil y se nos escapa de las manos. Entonces, ¿qué hacer? Y aparece la esperanza de apoyarse en la Verdadera Luz que alumbra al mundo. 

En Jesús encontramos respuesta a todas esas preguntas. Pues mirándole y observando su forma de actuar, damos solución a todos estos problemas. Hoy muchos le rechazan porque su testimonio, dicen, no es veraz, pero Él nos replica diciendo que es la Luz del mundo, y que sabe de dónde viene y a dónde va: «Aunque yo dé testimonio de mí mismo, mi testimonio vale, porque sé de dónde he venido y a dónde voy; pero vosotros no sabéis de dónde vengo ni a dónde voy. Vosotros juzgáis según la carne; yo no juzgo a nadie; y si juzgo, mi juicio es verdadero, porque no estoy yo solo, sino yo y el que me ha enviado. Y en vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Yo soy el que doy testimonio de mí mismo y también el que me ha enviado, el Padre, da testimonio de mí». 

Jesús es el Rostro visible del Padre invisible. Conociéndole a Él conocemos al Padre. Él nos enseña como es el Padre y el Amor que nos tiene y la Misericordia con la que nos trata y nos recibe. Quizás perdemos el tiempo tratándonos de dar explicaciones y justificaciones a muchas cosas imposibles de entender y que no caben en nuestra limitada razón. Oímos hablar de los espíritus y vivencias de personas que nos cuentan experiencias trascendentes y diálogos con espíritu. ¿No es eso, me pregunto, más difícil de entender que todo lo que nos dijo y enseñó Jesús de su Padre?

¿Y su Resurrección, no es suficiente prueba para depositar en Él toda nuestra confianza y nuestra fe? Pidámosle esa Gracia al Espíritu Santo.

domingo, 13 de marzo de 2016

LA LEY Y EL AMOR

(Jn 8,1-11)

Puede parecernos que la Ley y el Amor, a primera vista son iguales, sin embargo son muy diferentes aunque puede ser que se complementa. La Ley hay que cumplirla y, de infringirla, se debe pagar el castigo señalado y tipificado en la misma Ley. Pero el Amor, a pesar de haber infringido la Ley, comprende, escucha, se llena de paciencia y perdona. Eso no significa que nos exima de cumplir el castigo marcado, sino que, por encima de lo justo, el Amor nos perdona y nos abre los brazos para enmendarnos y corregir nuestros errores y pecados.

Misericordia quiero y no sacrificio (Mt 9,13), dice el Señor. Porque lo importante no son los cumplimientos, que distraen a muchos de lo sustancial y fundamental. De nada vale cumplir sino no se tiene amor, porque es el amor lo que descubre la autenticidad de la fe al Señor. El amor nos ayuda a ser justos y a escuchar, comprender, perdonar y a tener la oportunidad de recibir la salvación. Esa salvación que ya nos hemos ganado, porque el Señor nos la ha regalado con su Muerte y Resurrección.

Pero, con una condición: "Amar". Amar como Jesucristo, nuestro Señor, nos ha enseñado a amar. Y eso nos lo dice y enseña en la Escritura. Precisamente, en el Evangelio de hoy nos enseña, valga la redundancia, a perdonar. A perdonar por encima de accesiones de personas y de circunstancias que señalan la culpa o delito del sujeto juzgado. Se trata de salvar, y para salvar hay que perdonar, porque de no ser así, ¿quién de nosotros merece perdón? Porque, ¿quién esté libre de pecado que tire la primera piedra? 

Las culpas deben tener su castigo, su sacrificio y restitución, pero nunca deben matar ni impedir que se tenga la oportunidad del perdón y la misericordia, porque todos nosotros somos pecadores y condenados. Y sin embargo, nuestro Padre Dios nos perdona y espera que la vida, nuestra cárcel, nos dé y enseñe el camino de regreso a la Casa del Padre. Para eso, nuestro Padre nos regala el Perdón Misericordioso de su Amor.

Nuestra gran esperanza es sabernos perdonados, a pesar de no merecerlo, porque nuestro Padre es infinitamente Misericordioso. Nos lo ha dicho el Hijo, el enviado, el Mesías, al contarnos la parábola del hijo pródigo. Nos ha descrito a nuestro Padre con un Amor prodigioso y perdonándonos todas nuestras miserias y pecados. Realmente, es una dicha y un gozo conocer la Bondad y la Misericordia de nuestro Padre Dios que nos espera con los brazos abiertos. Gracias Padre.

sábado, 12 de marzo de 2016

JESÚS, CENTRO Y DISCORDIA

(Jn 7,40-53)


Jesús es centro y discordia. Mientras unos le acogen como el Profeta y el Mesías que había de venir, otros lo ponen en duda al interpretar las Escrituras según les convenía. En resumen, mientras no tengamos un corazón humilde y contrito pondremos siempre en tela de juicio la Divinidad de Jesús.

De cualquier forma, Jesús impresionaba con sus Palabras. Su autoridad ponía de manifiesto que no era un hombre cualquiera. El contenido de su Mensaje sintonizaba directamente con el corazón de quienes le escuchaban. Jesús llega a cada persona, y hasta los guardias se asombraban de sus Palabras, hasta el punto que manifiestan no haber oído jamás a nadie hablar de esa forma.

Sin embargo, los sumos sacerdotes y fariseos reprenden a los guardias por no haberlo traído a su presencia y por dejarse embaucar por las Palabras de Jesús. Ellos, sumos sacerdotes y fariseos, son los únicos valedores para interpretar la Ley. Los ignorantes, de lo que tachan a todos los que se dejan impactar y asombrar por Jesús, no entienden la Ley y son unos malditos.

No es cosa de ayer, sino que también ocurre hoy, y ahora, y en este momento. Muchos que no conocen la verdad, como aquellos sumos sacerdotes y fariseos, se atreven a juzgarla. Y es que sin no conoces la verdad no puedes juzgar lo que crees mentiras de otros. Interpretamos la Escritura desde nuestra propia incapacidad y limitación, y, sin conocerla, la juzgamos y sentenciamos. Quizás convenga, como Nicodemo, escuchar a Jesús y, abriéndonos a su Palabra, discernir a la Luz de su Espíritu, la Verdad de su origen Divino.

Pidamos esa Gracia en el Espíritu Santo, para, llenos de su Sabiduría, dar verdadera respuesta al Mensaje de Jesús.

viernes, 11 de marzo de 2016

JESÚS SABE DEL RIESGO DE LA VIDA



(Jn 7,1-2.10.14.25-30)

Jesús ha sufrido el riesgo de ser perseguido. Su claridad de palabra ha puesto en más de una ocasión en peligro su vida. Comprende, pues, a quienes lo hacen hoy también. La vida de un creyente está en peligro cuando proclama la Palabra de Dios. Es lógico que experimente lo mismo que su Maestro.

A veces nadie se atreve a hacerte daño físico, pero siempre, en cualquier lugar, corres el riesgo de caer mal y ganarte la antipatía de muchos. Muchos que, como los fariseos, sacerdotes y judíos del tiempo de Jesús, les molestaba esa Palabra de Dios que les descubría sus dobles intenciones y ocultas mentiras, que escondían bajo las apariencias hipocresías de sus vidas.

Muchos se jactan de conocer a Jesús, sus humildes orígenes históricos de Nazaret, pero ignoran quien lo ha enviado. Y Jesús proclama: «Me conocéis a mí y sabéis de dónde soy. Pero yo no he venido por mi cuenta; sino que me envió el que es veraz; pero vosotros no le conocéis. Yo le conozco, porque vengo de Él y Él es el que me ha enviado». 

Jesús se hace hombre, y como cualquier hombre tiene sus padres. Pero su historia, anunciadas por los ángeles enviados por Dios, ha sido concebida por el Espíritu Santo, y, a María, su Madre, notificado su alumbramiento nacido del Espíritu. Jesús no es un hombre cualquiera, es el Hijo de Dios, enviado por el Padre, para anunciar a todos los hombres la locura de Amor del Padre y el rescate de la Salvación Eterna que paga con su Vida.

Y al Padre nadie le conoce. Sólo Jesús sabe quién es, porque viene enviado por Él. Y lo que sabemos del Padre lo sabemos por Jesús, el Hijo, que nos lo ha revelado y configura su Rostro. Por lo tanto, pidamos al Espíritu de Dios que nos dé la sabiduría de creer en la Palabra de Jesús, porque su Palabra es Palabra de Vida Eterna.