domingo, 13 de marzo de 2016

LA LEY Y EL AMOR

(Jn 8,1-11)

Puede parecernos que la Ley y el Amor, a primera vista son iguales, sin embargo son muy diferentes aunque puede ser que se complementa. La Ley hay que cumplirla y, de infringirla, se debe pagar el castigo señalado y tipificado en la misma Ley. Pero el Amor, a pesar de haber infringido la Ley, comprende, escucha, se llena de paciencia y perdona. Eso no significa que nos exima de cumplir el castigo marcado, sino que, por encima de lo justo, el Amor nos perdona y nos abre los brazos para enmendarnos y corregir nuestros errores y pecados.

Misericordia quiero y no sacrificio (Mt 9,13), dice el Señor. Porque lo importante no son los cumplimientos, que distraen a muchos de lo sustancial y fundamental. De nada vale cumplir sino no se tiene amor, porque es el amor lo que descubre la autenticidad de la fe al Señor. El amor nos ayuda a ser justos y a escuchar, comprender, perdonar y a tener la oportunidad de recibir la salvación. Esa salvación que ya nos hemos ganado, porque el Señor nos la ha regalado con su Muerte y Resurrección.

Pero, con una condición: "Amar". Amar como Jesucristo, nuestro Señor, nos ha enseñado a amar. Y eso nos lo dice y enseña en la Escritura. Precisamente, en el Evangelio de hoy nos enseña, valga la redundancia, a perdonar. A perdonar por encima de accesiones de personas y de circunstancias que señalan la culpa o delito del sujeto juzgado. Se trata de salvar, y para salvar hay que perdonar, porque de no ser así, ¿quién de nosotros merece perdón? Porque, ¿quién esté libre de pecado que tire la primera piedra? 

Las culpas deben tener su castigo, su sacrificio y restitución, pero nunca deben matar ni impedir que se tenga la oportunidad del perdón y la misericordia, porque todos nosotros somos pecadores y condenados. Y sin embargo, nuestro Padre Dios nos perdona y espera que la vida, nuestra cárcel, nos dé y enseñe el camino de regreso a la Casa del Padre. Para eso, nuestro Padre nos regala el Perdón Misericordioso de su Amor.

Nuestra gran esperanza es sabernos perdonados, a pesar de no merecerlo, porque nuestro Padre es infinitamente Misericordioso. Nos lo ha dicho el Hijo, el enviado, el Mesías, al contarnos la parábola del hijo pródigo. Nos ha descrito a nuestro Padre con un Amor prodigioso y perdonándonos todas nuestras miserias y pecados. Realmente, es una dicha y un gozo conocer la Bondad y la Misericordia de nuestro Padre Dios que nos espera con los brazos abiertos. Gracias Padre.

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