(Jn 7,40-53) |
Jesús es centro y discordia. Mientras unos le acogen como el Profeta y el Mesías que había de venir, otros lo ponen en duda al interpretar las Escrituras según les convenía. En resumen, mientras no tengamos un corazón humilde y contrito pondremos siempre en tela de juicio la Divinidad de Jesús.
De cualquier forma, Jesús impresionaba con sus Palabras. Su autoridad ponía de manifiesto que no era un hombre cualquiera. El contenido de su Mensaje sintonizaba directamente con el corazón de quienes le escuchaban. Jesús llega a cada persona, y hasta los guardias se asombraban de sus Palabras, hasta el punto que manifiestan no haber oído jamás a nadie hablar de esa forma.
Sin embargo, los sumos sacerdotes y fariseos reprenden a los guardias por no haberlo traído a su presencia y por dejarse embaucar por las Palabras de Jesús. Ellos, sumos sacerdotes y fariseos, son los únicos valedores para interpretar la Ley. Los ignorantes, de lo que tachan a todos los que se dejan impactar y asombrar por Jesús, no entienden la Ley y son unos malditos.
No es cosa de ayer, sino que también ocurre hoy, y ahora, y en este momento. Muchos que no conocen la verdad, como aquellos sumos sacerdotes y fariseos, se atreven a juzgarla. Y es que sin no conoces la verdad no puedes juzgar lo que crees mentiras de otros. Interpretamos la Escritura desde nuestra propia incapacidad y limitación, y, sin conocerla, la juzgamos y sentenciamos. Quizás convenga, como Nicodemo, escuchar a Jesús y, abriéndonos a su Palabra, discernir a la Luz de su Espíritu, la Verdad de su origen Divino.
Pidamos esa Gracia en el Espíritu Santo, para, llenos de su Sabiduría, dar verdadera respuesta al Mensaje de Jesús.
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