Jesús nos habla siempre en clave de Amor, porque dice y hace lo que el Padre le ha mandado y lo que al Padre le agrada. No nos juzga, pudiendo hacerlo, porque se limita sólo a cumplir la Voluntad del Padre. ¡Y como es el Padre! Nos lo ha dicho maravillosamente en la parábola del Padre prodigioso o hijo pródigo. ¡Qué hermosura de parábola y de ingente Amor Misericordioso que el Padre derrama sobre el hijo! El hijo menor, descarriado y seducido por el mundo; equivocado al querer ganar su vida con el éxito y las cosas de este mundo. Cegado por las pasiones, apetitos y sentimientos caducos que pululan alrededor de este mundo.
Y también, en el hijo mayor, concentrado en el cumplimiento de las normas y leyes de la casa, pero distraído del Amor y la Misericordia del Padre, que le invita a alegrarse por la recuperación y arrepentimiento de su hermano descarriado al decidir volver a Casa. ¡Qué hermoso retrato que nos descubre el Señor de nosotros mismos, menor y mayor, hijos imperfectos y pecadores, que experimentamos el Amor Misericordioso del Padre.
Pertenecemos a este mundo, sometidos al pecado, pero nuestra liberación está en creer en Jesús, y por su Amor y Misericordia ser liberados de las cadenas y ataduras de este mundo que nos lleva a la muerte. Jesús es el Mesías, el Libertador, el Salvador que nos libera de las cadenas de este mundo. Jesús es el Hijo de Aquel, el Padre, que es veraz. Y el que es veraz no puede engañarse ni engañarnos.
Porque la Verdad nos hace libre y en la libertad está el gozo y la plenitud eterna. Porque quien es libre no busca la mentira ni la perdición. Eso es ir contra natura. La libertad es la búsqueda del bien. Por eso, la expresión máxima de la Libertad es nuestro Padre Dios. El Bien y la Verdad Absoluta.
«¿Quién eres tú?». Jesús les respondió: «Desde el principio, lo que os estoy diciendo. Mucho podría hablar de vosotros y juzgar, pero el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a Él es lo que hablo al mundo». No comprendieron que les hablaba del Padre. Les dijo, pues, Jesús: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo. Y el que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a Él». Al hablar así, muchos creyeron en Él.
Nuestra pregunta: ¿Creemos nosotros también en Él? Esa es la cuestión, ¿qué respondemos al Señor? ¿Estamos también nosotros dispuestos a involucrarnos en hacer la Voluntad del Padre, tal y como nos anima y nos enseña Jesús? No estamos solos, porque el hecho de pensarlo puede desanimarnos, pues la tarea es ingente y superior a nuestras fuerzas.
Contamos con el Señor y, sobre todo, la asistencia constante de cada día del Espíritu Santo. En Él podemos superar, soportar y perseverar en el esfuerzo de empeñarnos cada día en vivir y realizar la Voluntad, como Jesús, del Padre.
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