(Jn 8,51-59) |
Creer en la Palabra de Jesús es auto invitarte a cambiar de dirección en tu vida. Un cambio drástico, radical y contrario al mundo en que vives, que se resigna a terminar en la muerte. Quedas tocado, porque lo que respiras en la atmósfera que aspiras en este mundo no huele, ni es, al oxigeno que te transmite Jesús. El aíre que Jesús te inyecta es un aire limpio, sin contaminación, puro y lleno de vida, Vida Eterna.
Él nos dice: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás». ¿Se puede decir algo más grande? ¿Se puede encontrar mayor aspiración? ¿Hay alguna otra aspiración que el hombre esté buscando, o es simplemente el deseo y anhelo de vivir siempre?
A esto, los judíos le responden acusándolo de estar endemoniado, pues no entra en sus cabezas ni la más remota posibilidad de resurrección. No les queda otra alternativa que la de clasificarlo como endemoniado, o creerle. Y eso supone, como ya hemos dicho, un giro de trescientos sesenta grados en sus vidas. Y, les cuesta, como al joven rico, dejar todos sus proyectos, planes e ideas del Dios que ellos se han formado y quieren esperar.
Por otro lado, no podemos entender a Jesús sino desde la humildad y el abandono en su Palabra. Nuestra mente no tiene capacidad para meter la explicación de Dios en nuestra cabeza. Sería algo así como meter toda el agua de mar en una aljibe o pozo hecho por nosotros. Dios es Inmenso y se nos escapa de nuestra inteligencia y sabiduría. ¿Cómo te atreves entonces a querer comprenderlo? ¿No estarás siendo soberbio y osado? Ese es nuestro principal pecado, querer entender a Dios.
Sólo, abiertos a su Gracia, podemos entenderle por su Amor y Misericordia. Será Él quien decida el momento, porque sólo Él sabe cuando nuestro corazón está listo, maduro, humilde y postrado a recibir la Luz de su Verdad y no quedar deslumbrado. Así sucedió con la samaritana, con Zaqueo, con Tomás...ect. Sólo Él sabe el momento y la hora de nuestra conversión, y espera que nosotros, por la libertad otorgada, colaboremos abriéndole nuestro corazón.
En la actitud arrogante, soberbia y prepotente de los judíos no llegaremos a conocerle ni a saber quién es. Y menos al Padre. Nos atreveremos a levantar la mano con piedras para tirárselas si seguimos en esa actitud. Pidamos aprovechar este tiempo de Cuaresma para dar un giro a nuestra vida y cambiarla, el ritmo y el paso de nuestra dirección.
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