domingo, 23 de febrero de 2020

SÓLO LA VÍCTIMA PUEDE PERDONAR

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Mt 5, 38-48
Sólo puede perdonar aquel que es ofendido. Eso no quiere significar que hay que ser víctima para tener ocasión de dar el perdón, pero sí que sólo tienes esa oportunidad cuando has sido víctima de alguna ofensa. Y, por eso, Jesús se hace víctima y se pone en lugar de los ofendidos para darnos y ofrecernos el perdón. De modo que, seguir a Jesús significa y exige estar dispuesto a perdonar.

El Padre es nuestro modelo. Si queremos llegar a perdonar a quienes nos ofenden tendremos que mirarnos en el Padre, porque por su Bondad y Amor Infinito somos perdonados y gozamos de la posibilidad de liberarnos de la muerte eterna. Muerte que significa vivir eternamente sin la presencia de Dios. O dicho de otra forma, alejados y fuera de su Gloria y sumidos en la desesperación, agonía, tristeza, sufrimiento y llanto eterno. Y eterno es que no se acaba nunca ni hay posibilidad de salir de ese llanto y crujir de dientes.

Por lo tanto, debemos, por nosotros mismos, tomárnoslo muy en serio y suplicar al Espíritu Santo que nos dé ese don del temor de Dios. Porque, es un don del Espíritu Santo que nos alerta y nos ilumina para darnos cuenta y tomar conciencia de lo que verdaderamente nos estamos jugando. Eso sí, reitero que debemos tenerlo muy presente y tomárnoslo muy en serio, porque la vida es corta y es la única oportunidad que tenemos para, por la Misericordia de Dios, alcanzar la Vida Eterna.

Vivir mirando a nuestro Padre Dios es vivir en el esfuerzo y disponibilidad de imitarle. Y para eso necesitamos estar en constante relación con Él a través de la oración y los sacramentos.

sábado, 22 de febrero de 2020

UNIDAD EN LA DIVERSIDAD

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Mt 16,13-19
Conocemos y sabemos por experiencia que todos somos diferentes y que, pese a ello, todos perseguimos y buscamos lo mismo: "La felicidad Eterna". Y, por experiencia, también sabemos que esa felicidad no se consigue plenamente en este mundo, pero, a pesar de ello, la buscamos y la deseamos. Menos aún conseguir la eternidad.

Y con el tiempo y por nuestra propia experiencia aprendemos que tras el amor gratuito se esconde esa felicidad buscada que, sin llegar a ser plena en este mundo, si nos revela la esperanza de conseguirla plenamente en el otro. Y lo más sorprendente, a pesar de nuestras diferencias, es que todos convergemos en el amor y nos unimos en y por el amor para amar. Entonces, descubrimos que formamos un sólo cuerpo cuya cabeza es Xto. Jesús, y que todos unidos quedamos unidos a Él en el Amor.

Y ese Amor lo preside, en la tierra en su representación y en la Iglesia Pedro, por designio de nuestro Señor, recogido y manifestado en esa triple confesión de amor paralela a su triple negación. Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos». Vuelve a... -Jn 21, 15-19. -

viernes, 21 de febrero de 2020

EN DESEOS DE HACER EL BIEN

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Cuando tratas de ser tu mismo experimentas que te gustaría actuar en verdad y justicia. Nadie quiere ser malo y menos hacer el mal, y se da cuenta cuando actúa de forma injusta o egoísta. Y cuando experimenta amar, su primera intención es buscar el bien de esa persona amada. Sin embargo, sucede que ese amar se confunde a veces, y con mucha frecuencia, con la propia satisfacción o egoísmo y, llevado por nuestras propias apetencias nos dejamos arrastras egoístamente.

Nuestra primera intención es siempre amar, porque, precisamente, para eso hemos sido creados, para amar. Y cuando nos damos cuenta que no amamos y que vivimos encerrados y esclavizados por nuestros egoísmos, experimentamos infelicidad y vacío. Nuestro verdadero camino es el amar y eso nos exigirá sacrificio, mortificación y cruz. ¿Acaso como padre o madre no has experimentados la cruz? Seguir a Jesús es darnos en amor, no sólo a nuestros hijos y familiares, sino a todos, incluso a nuestros enemigos.

Y ese seguimiento conlleva renuncias, sacrificios y muerte a uno mismo. Significa que aparentemente parecerá que pierdes tu vida, pero, realmente, te lo dice Jesús, la estás ganando. Y experimentarás que en la medida que tu seguimiento a Jesús se hace vida en tu propia vida, tu gozo y tu felicidad se hace presente en tu vida llenándola de alegría y plenitud.

jueves, 20 de febrero de 2020

EL PADRENUESTRO

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Mc 8,27-33
Muchas veces hemos oído rezar, o la hemos rezado, la oración del Padrenuestro y en ella pedimos que se haga la Voluntad de Dios, no la nuestra. Pero, ¿realmente pensamos y hacemos eso? ¿O, por el contrario, tratamos que esa Voluntad de Dios coincida con la nuestra? ¿No fue eso lo que Pedro intentó decir a Jesús? ¿Y no lo intentamos y hacemos hoy también nosotros?

Nos es muy difícil aceptar un camino que nos propone en el horizonte sufrimientos, conflictos y cruces. Evidentemente y de forma espontánea y natural nos oponemos a ello y nos resistimos admitir una vida con problemas, sufrimientos y llena de cruces. No entendemos que tras esa propuesta de amor y de pasión sufrida se esconda la felicidad. Sin embargo y sin lugar a duda, Jesús vivió ese estilo de vida que terminó, aquí, en este mundo, con su muerte de cruz.

Me pregunto, ¿es ese nuestro camino? Es decir, un camino que termina en la cruz. Evidentemente, sé que tengo que morir y, ya el hecho de morir, es un momento de sufrimiento, de temores y de cruz. Y no sólo para ti sino también para los que en ese momento están contigo. Tendré que aceptar y admitir que ese camino fue el aceptado voluntariamente, a encargo de su Padre, por Jesús. Y aceptado desde la libertad y la obediencia plena. Y es que ese estilo y forma de de vivir es la máxima expresión del amor.

No hay amor sin muerte a muchas cosas que, apeteciéndonos, nos esclavizan y nos someten y nos hacen sufrir. No hay amor sin sufrimientos y renuncias por amor, valga la redundancia. Amar exige morir a tus pasiones, proyectos y egoísmos. Amar es descubrir que sin merecerlo. Dios te da la Vida Eterna, precisamente, por amor. Y experimentar y descubrir que al reflejar ese amor tú también sientes esa felicidad que buscas te enseña a que sólo en el Amor de Dios encuentra la felicidad deseada y anhelada.

miércoles, 19 de febrero de 2020

INMEDIATEZ Y TIEMPO

La inmediatez es uno de los grandes peligros que hoy nos acechan. Vivimos en un mundo donde el deseo se plasma rápido, o, al menos, esa es la intención que todos buscamos. Queremos las cosas con efecto inmediato y hasta curarnos rápidamente. Da la sensación que se lucha contra el tiempo y todo lo que no sea inmediato pierde su valor y no interesa. Hemos pedido la paciencia y no admitimos la espera y el tiempo que se necesita para madurar.

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Mc 8,22-26
Y, hasta los árboles frutales y de todo tipo relacionados con la alimentación son violentados, exigidos a madurar antes de tiempo. Y también los animales recluidos en granjas para ser utilizados como productores de alimentos. Y todo está medido con y para el tiempo y su valoración está en proporción con el tiempo empleado para llegar a ser comercializado y consumido. Y, por último, también se quiere la inmediatez espiritual.

No hay tiempo para esperar, para la reflexión serena y paciente donde el corazón se vaya suavizando y ablandado a la acción del Espíritu. Hasta la conversión la metemos en esa carrera del consumo, de los efectos inmediatos, de las prisas y de la productividad, hasta el punto de medir en términos de rentabilidad la evangelización. ¡Dios mío, una locura!

Ante toda esta barbarie, Jesús nos enseñas a saber esperar, a medir el tiempo con paciencia y serenidad. A dar pausas y espacio a cada momento de nuestra vida; a dejar tiempo y oportunidades de maniobrar al Espíritu Santo que actúa dentro de nosotros. A aceptar nuestra condición pecadora y a acoger la Gracia de Dios según su Voluntad con obediencia sumisa y humilde postrados a sus pies. A aceptar su Voluntad tal y como Él quiera regalárnosla. Tú, Señor, eres el Señor del tiempo y del espacio, de la V ida y de la muerte

martes, 18 de febrero de 2020

VIVIR EN TU PRESENCIA, SEÑOR

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Mc 8,14-21
Con mucha facilidad nos olvidamos de ti, Señor. El ajetreo diario, nuestras propias apetencias y los afanes de la vida nos apartan de tu presencia. Inciden en nuestro corazón para que, despegado de Ti, se apegue al mundo desplazándote a un segundo plano. Cada día, Señor, se convierte en un suplicio y en una batalla, y tus Prodigios, Milagros y Palabra permanecen en el olvido.

Necesito, Señor, recuperarlos y traerlos a la presencia primera de mi corazón. Experimento, también, que aquella frescura de mis primeras reflexiones, inocentes y confiadas como niños, se han convertido en tierra dura que exige más abono, cultivo y blandura, como si de tierra dura se tratara que exige más racionalidad y presenta dureza difícil de penetrar en el entendimiento.

Y percibo una cierta dureza de corazón que me hace difícil percibiste y descubrirte en mi corazón, Señor. Mientras, el mundo, me invade, me seduce y me inclina a alejarme de Ti. Yo quiero, Señor, renovar mis recuerdos y sentimientos primeros, mis deseos de estar contigo, de aprender de Ti y de descubrir que sólo en Ti encuentro y experimento gozo y felicidad.  Y todo sosegado y rodeado por una paz que me tranquiliza y me serena sosegadamente.

Señor, quiero traer a mi presencia tu Presencia y actualizar la vivencia de que Tú Vives y caminas a mi lado y junto a Ti encontraré respuesta para asumir y aceptar las cruces que se hagan presentes en mi vida, porque contigo a mi lado, Señor, todo lo puedo superar.

lunes, 17 de febrero de 2020

QUEREMOS PRUEBAS, SEÑALES Y SEGURIDAD

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Eso de la fe nos resulta algo extraño. Nos surgen dudas a la hora de que se nos pida fe y, en respuesta, pedimos señales que nos satisfagan y nos den motivos para creer. Por decirlo de otra manera, no estamos dispuesto a dar nuestra fe gratis y porque sí. Queremos y exigimos señales y pruebas. Eso fue lo que aquellos fariseos discutían con Jesús y las exigencias que le presentaban.

Pero, hoy continúa ocurriendo lo mismo. Nos cuesta creer. No la damos gratis y exigimos datos, pruebas, señales que nos enciendan nuestra fe. Y, posiblemente, seguiremos buscando sin encontrar, porque las señales ya han sido dadas. Nuestro Señor Jesús nos ha dejado su Palabra, su Vida y sus Obras, sobre todo la Resurrección. No hay más ni otras maneras. Jesús ha Resucitado y vive entre nosotros. Nos lo ha transmitido a lo largo de los siglos la Iglesia, fundada e instituida por Él alrededor de su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino en la noche de su Santa Cena.

Jesús está presente en cada día y en cada instante de nuestra vida. Su huella de amor está impresa en nuestros corazones y palpitamos de gozo y alegría cuando experimentamos el amor. Es verdad que habrá momentos de sufrimiento y dolor, pero el amor se descubre precisamente en esos momentos y son, precisamente, esos momentos los que nos descubren la verdadera felicidad que saborearemos eternamente junto a la Gloria del Padre.

Abramos, sin miedo, nuestros corazones al Amor de Dios y confiemos en su Palabra que busca nuestra verdadera y única felicidad, que no está en este mundo ni en las cosas que nos ofrece, porque todo lo que él contiene es perecedero. Busquemos la Vida Eterna que sólo nos la promete Dios, porque, Él es Señor de la Vida y la muerte.