martes, 21 de mayo de 2024

NOS CUESTA MIRAR LA CRUZ DE NUESTRA PROPIA VIDA

Y hoy, después de más de dos mil años seguimos pensando de la misma manera. Hay muchos creyentes, incluso comprometidos, que no quieren oír hablar de la muerte ni tampoco del dolor. Es evidente que eso es contrario a nuestro instinto natural y que nuestra naturaleza lo repele, pero, también es más que evidente que sabemos que la puerta para ir a la Casa del Padre tiene billete de muerte. Es decir, la muerte nos abre la puerta de la Resurrección por los méritos de nuestro Señor Jesucristo e Infinita Misericordia de su Padre Dios.

Nos sentimos más inclinados a buscar seguridades, puestos de relevancia y prestigio y nos olvidamos de que nuestro camino es un camino de abnegación, de darnos, de dolor en muchos momentos y de muerte. Porque, la única manera de ir a la Gloria junto al Señor es darnos en amor misericordiosamente como se nos ha dado el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Nuestro Señor se cansó de decírnoslo, de explicarnos su Camino, su Verdad y su Vida, Se les estuvo apareciendo cuarenta días para mostrarle que lo que les había dicho era cierto. Y, ya al final, nos ha enviado el Paráclito, para que termine de decirnos y alumbrarnos todo lo que nos falta por saber y experimentar. Pero, una cosa es muy necesaria, la Paz. Necesitamos estar en paz para que el Espíritu Santo haga morada en nosotros. Porque sin Paz no viene ni puede entrar en nosotros.

La mala noticia es que tardamos mucho, y perdemos muchos tiempo en cosas superfluas y corruptas para darnos cuenta y entender la Palabra que Jesús nos regala cada día. La Eucaristía es un regalo que no tiene precio y en donde podemos encontrarnos con Jesús real y directamente. ¡No lo dudes!, y pídeselo al Espíritu Santo.

La Buena Noticia es que Jesús no se cansa de alumbrarnos, de explicarnos, de enviarnos al Espíritu Santo. Estuvo con los apóstoles, en su paso por este mundo hasta el final. Y, ya Resucitado, sigue estando con nosotros hasta el final de nuestra vida en la Eucaristía y dentro de todo aquel que cree en su Palabra y le abre su corazón. ¡Aprovechemos el tiempo de nuestra vida terrenal!

lunes, 20 de mayo de 2024

MARÍA, MADRE DE LA IGLESIA

María, está desde el principio y también en la hora final. Ella es la Madre que, por Voluntad de Dios, lo concibió por obra del Espíritu Santo en su seno y fue su primera discípula guardando todo lo que vivió a su lado en su corazón. María no se esconde, permanece al lado de Jesús. Está siempre en los momentos decisivos: Profecía de Simeón; huida a Egipto; el Niño perdido en el templo; encuentro en el camino del Calvario y al pie de la Cruz.

Y al comienzo de la Iglesia – Pentecostés – junto a los apóstoles, María es la Madre que los reúne, los acoge, los cobija y los sostiene en la esperanza y la fe. María es la puerta por donde Jesús, el Hijo de Dios, se encarna en Naturaleza humana y se hace presente en este mundo. María, j unto a José son los elegidos por el Padre para que su Hijo, el predilecto, el amado, lleve acabo la misión de anunciar su Amor incondicional y misericordioso. Y, por los méritos de su Pasión rescate para nosotros la dignidad, perdida por el pecado, de hijos de Dios.

En la cruz, dice el Papa Francisco, Jesús se preocupa por la Iglesia y por la humanidad entera, y María está llamada a compartir esa misma preocupación. Los Hechos de los apóstoles, al describir la gran efusión del Espíritu Santo en Pentecostés, nos muestran que María comenzó su misión en la primera comunidad de la Iglesia. Una tarea que no se acaba nunca. (26-11-2017).

Por todo eso, y mucho más, María es Madre Dios, Madre de la Iglesia que fundó su Hijo, y Madre nuestra que nos acoge, nos recibe y nos lleva con su amor al encuentro con su Hijo. Amén.

domingo, 19 de mayo de 2024

LA HORA DEL ESPÍRITU

Es el momento de sentirnos llamados y fortalecidos para dejar salir todo lo que sentimos y descubrimos dentro de nosotros. La fuerza del Espíritu que nos invade nos lanza, nos vigoriza y nos ilumina. Es la hora del Espíritu, ese mismo Espíritu que ha entrado en nosotros a la hora den nuestro bautizo. Un Espíritu que nos abre nuestro entendimiento, que nos descubre a nosotros mismos, que nos identifica con el sentimiento de filiación con nuestro Padre Dios por su Infinita Misericordia, que pone en nuestras bocas las palabras del anuncio, que nos abre el corazón y nos mueve a dar testimonio de lo que sentimos y creemos.

Jesús es el Hijo de Dios, de modo que su Palabra, su Vida y su propuesta no es una suposición, ni una fantasía y menos una ideología o una historia edificante. Su Palabra es Palabra de Vida Eterna que nos transforma ahora en el presente y cambia el rumbo de nuestra vida. Nos lanza a la misión de darle a conocer, de decirle al mundo que Jesús Vive porque, muerto en la cruz, ha Resucitado.

Experimentamos que el sentido de nuestra vida cambia. Descubrimos que solo el amor nos hace felices y que la necesidad de darnos, de entregarnos al servicio gratuito por amor es lo que realmente da sentido a nuestra vida. Todo es diferente porque Jesús, el Señor, el Hijo de Dios Vivo es el gozo y la felicidad eterna que todos buscamos. Y en eso y a eso dedicamos nuestra vida.

sábado, 18 de mayo de 2024

TÚ, NO MIRES PARA ATRÁS, MÍRAME A MÍ Y SIGUEME

Hoy quiero transcribir, tal como vienen escritas, las palabras del Papa Francisco. Me parecen acertadas y mucho mejor de lo que yo pueda transmitir:

El Señor repite hoy, a mí, a ustedes y a todos los Pastores: “Sígueme”. No pierdas tiempo en preguntas o chismes inútiles; no te entretengas en lo secundario, sino mira a lo esencial y sígueme. Sígueme a pesar de las dificultades. Sígueme en la predicación del Evangelio. Sígueme en el testimonio de una vida que corresponda al don de la gracia del Bautismo. Sígueme en el hablar de mí a aquellos con los que vives, día tras día, en el esfuerzo del trabajo, del diálogo y de la amistad. Sígueme en el anuncio del Evangelio a todos, especialmente a los últimos, para que a nadie le falte la Palabra de vida, que libera de todo miedo y da confianza en la fidelidad de Dios. Tú, sígueme. (29062014)

(Papa Francisco)

Yo, Señor, quiero seguirte, Tú lo sabes, y sabes mejor que yo mis fracasos, mis debilidades, mis rebeldías, mis egoísmos, mis comodidades, mi soberbia y pecados. Límpiame de todas esas impurezas y dame la fortaleza, la sabiduría, la capacidad de discernimiento para elegir siempre hacer el bien, buscar la verdad y tenerte siempre presente y en el centro de mi corazón. Amén.

viernes, 17 de mayo de 2024

FIELES POR LA MISERICORDIA DE DIOS

Podemos asegurar ser fieles y no fallar, y asegurarlo una y mil veces. Y hasta dar pruebas de ello. Pero, queramos o no, tendremos que reconocer nuestra fragilidad, nuestra debilidad y nuestra condición humana y pecadora. Posiblemente, en este diálogo de Jesús con Pedro se esconde el descubrirle esa condición pecadora y la garantía, a pesar de sus pecados, de la siempre fidelidad del Señor. Pedro lo experimentará en esa noche irrepetible de sus tres negaciones a reconocerse amigo y fiel al Señor.

Y eso nos sostiene a cada uno de nosotros y, en su conjunto, a la Iglesia. No nos salvamos por nuestras obras, por nuestros méritos ni por todo el bien que hagamos. Si, verdaderamente eso vale, pero nunca será suficiente para una salvación plena junto al Señor. Nunca lo mereceremos. Si lo logramos será por la Infinita Misericordia de nuestro Padre Dios, puro regalo gratuito por Amor. Un amor que solo entenderemos cuando estemos en su presencia.

Y sabernos amado misericordiosamente nos fortalece, nos renueva, nos da ánimo para empezar de nuevo, para seguir en la lucha a pesar de la cruz que siempre estará tentándonos y probándonos. Ese es el camino y esa es la esencia de sentirnos Iglesia, camino sinodal que nos sostiene unidos, fortalecidos y, sobre todo, amados por el único que nos ama de verdad, nos perdona misericordiosamente y nos salva.

jueves, 16 de mayo de 2024

TODO NOS VIENE DE LA UNIDAD Y AMOR DEL PADRE Y DEL HIJO.

Lo verdaderamente importante es dejar pasar la luz que nos viene de arriba; lo más importante y grandioso es mostrar el Amor que nos une y nos hace uno con el Padre; lo más grande es dar a conocer que el Hijo, enviado por el Padre, nos anuncia el Amor Misericordioso del Padre y la unidad que tienen Padre e Hijo. Y eso es lo que, al anunciarnos y transmitirnos, quiere el Hijo dar a conocer. Por eso repite una y otra vez: (Jn 17,20-26): En aquel tiempo, Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: «Padre santo, no ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que…

La misión de Jesús, el Hijo, es hacer la Voluntad del Padre. Viene libre y voluntariamente, pero enviado por el Padre. Entrega su Vida libre y voluntariamente, pero por amor misericordioso como es la Voluntad del Padre. Y nos anuncia y transmite que esa es la Voluntad del Padre: que permanezcamos unidos como lo están Él y el Padre. Y en esa misma medida, es decir, en nuestra unidad desde el amor, que nos tienen el Hijo y el Padre, podamos ser luz para los que crean y vean de donde nace y permanece nuestro amor.

Porque, realmente nos salva, no nuestras obras ni nuestros actos, sino la Misericordia Infinita de nuestro Padre Dios que está también en el Hijo y que por sus méritos recibidos en su Pasión, muerte y Resurrección nos rescata para la Vida Eterna.

miércoles, 15 de mayo de 2024

¡PADRE, GUARDALOS DEL MALIGNO PARA QUE SEAN UNO COMO TÚ Y YO LO SOMOS!

La realidad es que estamos de paso por este mundo. Es evidente que no pertenecemos a él porque a él hemos venido y de él no vamos en nuestra hora final. Digamos que somos aves de paso y que en él podemos merecernos – entre comillas – alcanzar la Casa del Padre si cumplimos los mandamientos que nos propone el Señor.

Por tanto, si aceptamos esa renuncia del mundo y bautizados en el Espíritu Santo nos proponemos cumplir los mandatos del Señor y seguirle siendo fiel a su Palabra, experimentaremos el rechazo del mundo: seremos perseguidos, odiados, excluidos, señalados, apartados… incluso hasta amenazados de muerte. Seremos tentados por los tres grandes peligros del alma: mundo, demonio y carne. Sufriremos el asedio de nuestras propias pasiones y egoísmos. Experimentaremos desesperación, serenidad y debilidad para luchar contra el desánimo, el desamor humano y nuestra propia creatividad.

Lo mundano es corrosivo porque provoca la pérdida del sentido de la gratuidad. No desestabiliza y nos roba la buena intención de buscar la paz y la concordia. De alguna manera buscan anularnos y someternos para debilitar nuestra fe, nuestra esperanza y deseos de amar y amarnos misericordiosamente injertados en el Espíritu Santo. Y eso, si permanecemos en el Señor, no podrán hacerlo. Injertados en el Espíritu Santo, recibido en la hora de nuestro bautismo, seremos invencibles, a pesar de que nuestra vida sea un camino de cruz. Nuestra hora final será el gozo y la alegría de la Resurrección en el Señor Jesús.