lunes, 23 de noviembre de 2015

BUSCANDO RECONOCIMIENTO

(Lc 21,1-4)


En la vida todo lo que hacemos persigue un fin. Normalmente, ese fin busca darnos gloria y, para ello, tratamos de que se vea y luzca y, de esa forma, nos dé gloria. Convergeremos en que lo que se haga sin pretender alcanzar ese fin tendrá más valor que lo otro.

Normalmente las cosas pequeñas e insignificantes tienen poco valor, o le damos nosotros poco valor. Son más destacadas las grandes, y en esa proporción las valoramos más. De tal forma que, aquellos fariseos que echaban sus monedas en el arca del Tesoro, lo hacían con la intención de ser vistos y de alcanzar fama de buenas personas, bienhechores y gloria en el pueblo.

Sin embargo, los que poco echaban, quizás porque no tenían, pasaban desapercibido y no se les daba importancia. Jesús nos descubre todo lo contrario. La importancia de lo que se da no está en proporción a la cantidad o abundancia, sino a la intención de la generosidad y a la cantidad compartida respecto a lo que se tiene. Así, aquella pobre viuda fue exaltada por Jesús, a pesar de sus dos reales, porque dio todo lo que tenía, mientras que los otros, los fariseos, daban de lo que les sobraba.

No se trata, pues, de dar, sino de compartir. Porque dar consiste en desprenderte de algo que quizás tienes mucho y te sobra, mientras que compartir es distribuir lo que tienes en partes. Se trata de partir con, es decir, con aquellos que necesitan y tienen poco. Repartir, también significado de compartir, con los que necesitan para vivir. Por lo tanto, el valor de ese dar se esconde en si das o compartes.

Tratemos de imitar a la viuda compartiendo nuestra vida. No sólo con dinero, sino también con tiempo y disponibilidad. Experimentamos que eso nos cuesta y se nos hace difícil, pero también experimentamos que necesitamos la fuerza y Gracia del Espíritu Santo para poder ser generosos y compartir. Por eso necesitamos orar y pedir.

domingo, 22 de noviembre de 2015

EL SEÑOR, CENTRO Y REY DE NUESTRA VIDA

(Jn 18,33-37)


Para los que seguimos a Jesús, Él es nuestro Rey. No hay ninguna duda. Jesús es el centro y Rey de nuestras vidas. Pero, para aquellos que esperan de Jesús, poder, mando, riquezas y fuerzas, no está claro que un, aparenten, pobre y humilde hombre sea el Señor y salvador del mundo.

Esa es la disyuntiva. Si esperamos un Dios poderoso que impone su poder y su fuerza, Jesús no responde a esas expectativas. Jesús es más bien un estorbo. Eso fue lo que pensaron muchos judíos de aquel tiempo, y también los romanos que ocupaban el poder de la época. Precisamente Pilato, irónicamente, le preguntó sobre su reinado.

Jesús, firme y seguro de su misión e identidad, respondió: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí». Entonces Pilato le dijo: « ¿Luego tú eres Rey?». Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».

El amor es el arma que Jesús pone en acción. Porque de no ser el amor, ni un instante le hubiese bastado para imponerse. Sólo con pensarlo estaría realizado. Jesús, cumpliendo la misión encomendada por su Padre, ha venido a redimirnos por amor y con amor. Su Reino, como nos ha dicho, es un Reino de amor, de justicia y de paz. Y Él es el ejemplo y la Víctima propiciatoria que nos redime y nos rescata dando su Vida por amor.

El Señor es nuestro único y verdadero Rey, y en Él ponemos todas nuestras esperanzas. Un Rey que nos habla desde el corazón, y que ha escrito dentro de cada uno de sus hijos la ley del Amor. Porque todos los hombres sentimos, deseamos y queremos amar.

sábado, 21 de noviembre de 2015

CUANDO ES EL AMOR LO QUE RIGE NUESTRAS VIDAS

(Lc 20,27-40)


La vida se nos escapa casi sin darnos cuenta. Se nos presenta larga en el tiempo, y, aparentemente, duradera, pero se nos esfuma en una abrir y cerrar de ojos. De cualquier forma, y, sobre todo, en los momentos difíciles, pensamos en la posibilidad de que aquí no termine la vida, sino que hay otra que se prolonga más allá de esta y que da sentido a esta poniendo las cosas en su sitio.

Hoy, el Evangelio, nos plantea ese interrogante al que es difícil, por no decir imposible, encontrar respuesta. No podemos entender, ni siquiera imaginar, cómo será la vida eterna. Menos aun, dónde y cómo estaremos. Lo verdaderamente importante es creer que el Señor volverá, pues nos ha dado su Palabra, para llevarnos a ese lugar que nos ha prometido.

A todo esto, Jesús nos adelanta en el Evangelio de hoy que la vida, allí donde Él nos llevará, no es como la de aquí. Los que seamos dignos de alcanzarla, contando siempre con la Gracia y Misericordia de Dios, no nos casaremos como aquí, porque allí no seremos igual, ya que somos como ángeles, eternos e hijos de Dios.

Difícilmente nos cabe eso en la cabeza, y menos podremos imaginar algo parecido. Todo lo que pensemos seguro que estará muy lejos de la realidad. Es una sorpresa agradable y maravillosa que Dios nos tiene reservada. Y, ante nuestras limitaciones, mejor es imaginar y esperar con la misma ilusión que los niños esperan los regalos de reyes.

Porque todo lo que viene de Dios es bueno y verdadero. Su Palabra se cumple siempre, y la esperamos confiados y esperanzados. Y eso es lo verdaderamente importante, la promesa de salvación eterna que esperamos, por la Gracia y Misericordia de nuestro Padre Dios, alcanzar en el momento final.

viernes, 20 de noviembre de 2015

SE INAUGURA UN TIEMPO NUEVO

(Lc 19,45-48)


El templo no es un mercado para hacer negocio. El templo no es un espacio donde muchos acuden a montar su tienda y obtener beneficios, aprovechándose del ritual y ofrecimientos de animales como sacrificio. Eso ya ha terminado. Se inaugura, con Jesús, un tiempo nuevo.

Se acabó el ofrecimiento de animales como sacrificio. Jesús, el Mesías enviado por el Padre, es la Víctima propiciatoria que paga, dando su Vida, por todos los pecados del Universo. Y con un sólo sacrificio la humanidad es redimida y rescatada del pecado para siempre. ¡Estamos salvados! Y ahora depende de cada uno de nosotros de dar la respuesta adecuada.

Y la respuesta adecuada es adecuar, valga la redundancia, nuestra sencilla vida a la de Jesús, y según Jesús. No se trata de inventarnos una vida según nosotros, y tomar algunas cosas que nos interesen de la de Jesús. ¡No!, se trata de vivir según su Palabra. Y eso supone ir adaptando y transformando nuestra vida según los impulsos del Espíritu Santo, que nos ayuda y nos dirige iluminándonos y dándonos sabiduría y fortaleza para superar todos los obstáculos y murallas que se levantan en nuestro camino para impedirnos avanzar.

Y el templo, el nuevo Templo, es la casa de oración, donde los que tratamos de seguir a Jesús buscamos un espacio, en silencio y en paz, poniéndonos en comunicación, en hilo directo, de corazón a Corazón, con el Señor Jesús. 

Es el nuevo tiempo que inaugura Jesús. Es la vieja y antigua ley, transformada y renovada para el hombre nuevo, nacido en el Bautismo, que proclama e inaugura Jesús. Pidamos entrar en el nuevo Templo que Jesús nos prepara y nos anuncia. Mi Casa es Casa de oración.

jueves, 19 de noviembre de 2015

LA PROFECÍA SE HA CE REALIDAD EN EL TIEMPO

(Lc 19,41-44)

Jerusalén no descansa. Desde el Rey David hasta nuestros días continua en guerra y enfrentamientos. Aquella profecía que Jesús dejo escapar de sus labios, que hoy nos dice el Evangelio, vemos que se vive en el día a día en Jerusalén: « ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».

Extrapolando Jerusalén al mundo en que vivimos, sobre todo a la Iglesia, el pueblo escogido, observamos que todo esto acontece. A pesar de los avances tecnológicos del mundo en que vivimos, el egoísmo de los hombres los enfrenta y los conduces a guerras y divisiones. Los últimos acontecimientos acontecidos en París, Líbano, desierto de Sinaí...etc., nos ponen de manifiesto, sin lugar duda, lo profetizado por Jesús.

El mundo, porque ha dado la espalda a Dios, vive sin paz. Este mundo que en aquellos momentos y en aquella época hizo lo mismo con Jesús, el Hijo de Dios. Y es que sin Dios no hay otro camino sino el que estamos viviendo: guerras y muerte. Afortunadamente, por la Gracia de Dios, continúa su misión la Iglesia, y en ella, por la presencia del Espíritu Santo, mantenemos la esperanza y el gozo de alcanzar la paz. Esa Paz que Jesús nos propone estando entre nosotros.

Y en esa alegría y esperanza caminamos entre el lodazal de envidias, odio, venganzas, guerras y muerte que, un mundo de espaldas a Dios cosecha, con la firme esperanza de la segunda venida del Señor, que pondrá fin a las injusticias y establecerá su Reino de justicia, amor y paz.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

NO SÓLO SE TRATA DE RENDIR, SINO DE PONERLOS AL SERVICIO DE LOS DEMÁS

(Lc 19,11-28)


La cuestión no es producir, sino que esa producción vaya en beneficio y provechos de todos. Se trata de poner nuestros talentos a rendir, pero no sólo para provecho propio, sino para el bien de la comunidad, es decir, para el bien de todos los hombres.

Este es el sentido que Jesús nos quiere transmitir con esta nueva parábola. No podemos esperar con los brazos cruzados y dedicarnos a emplear todos los dones recibidos para nuestro uso y dicha personal, sino que los debemos poner al servicio de todos los hombres, sobre todo, de los más necesitados.

La reflexión es clara. Jesús se dirige a Jerusalén, y sabe que tiene que pagar un precio: su Pasión y Muerte, y a eso se ofrece voluntario, enviado por el Padre, para rescatarnos del pecado y conseguir, con su sacrificio, la Misericordia y el perdón de nuestros pecados por el Padre.

El Reino de Dios está aquí, dentro de cada uno de nosotros, pero no llegará hasta que el Señor vuelva por segunda vez. Y esa hora y ese momento no lo sabemos, ni debemos estar inquieto y expectante por eso, sino por cumplir con el mandato que Él mismo nos ha dejado: dar rendimiento a todos los talentos que Él nos ha entregado.

Y eso significa poner en cultivo todas nuestras capacidades, para que la tierra de nuestro corazón, abonada con el estiércol y las miserias de nuestra vida, sea capaz de dar buenos frutos cuando el Señor nos reclame la renta de las onzas que nos ha entregado. 

Nuestro camino debe de oler a frutos de misericordia, de justicia, de verdad, de humildad, de comprensión, de disponibilidad, de servicio, de entrega y, sobre todo, de amor. Porque amar es buscar el bien que también busca para ti y compartirlo con los demás.

martes, 17 de noviembre de 2015

¿QUÉ SUCEDIÓ PARA QUE ZAQUEO CAMBIARA?



Supongo que nunca sabremos que ocurrió en aquella comida en casa de Zaqueo. Supongo que tuvo que ser algo extraordinario y maravilloso, y difícil de rechazar para que Zaqueo manifestara lo que manifestó. Supongo que viviré, en este mundo, con el deseo y las ansias de conocer ese diálogo, como tantos otros, que tuvo Jesús. En este caso con Zaqueo.

Pero, también, creo que Jesús lo tiene con cada uno de nosotros, y conmigo también. El problema es que, quizás, yo no le escuche o reaccione como lo hizo Zaqueo. Descartamos todo tipo de magia o de gracia que no tengamos nosotros también. Zaqueo tuvo que hace un gran esfuerzo, y sufrir una gran transformación desde dentro para cambiar los impulsos egoístas de su corazón. Y eso nos ocurre también a nosotros.

No es nada fácil. Ni para Zaqueo lo fue, ni tampoco lo será para cada uno de nosotros. Pero hay un detalle que quizás nos puede pasar por alto. Zaqueo esta ya de antemano inquieto. Algo le inquietaba dentro de su atormentado corazón. Lo que sabía de Jesús le atraía, y quería conocerlo. No se sube uno a sicómoro así porque sí, a la luz de todos, y dispuesto a hacer el ridículo. Eso descubre un inquietud seria y dispuesta a ver quien era ese Jesús que zozobraba su corazón. 

No cabe ninguna duda que, una tierra abonada de esa forma, con la semilla de la inquietud y el estiércol de la curiosidad, está preparada para ser fertilizada con la Palabra del Sembrador. Y así sucedió. ¡Qué maravilla ver esa siembra y presenciar los frutos del amor!

La pregunta introspectiva despertará en nosotros la reflexión de responder como Zaqueo. No estamos en desventaja. Quizás tenemos ventaja, porque Jesús sigue Vivo y muy cerca de cada uno de nosotros. Nos podemos alimentar con su Espíritu, cosa que Zaqueo no pudo, y dejarnos transformar con la acción del Espíritu Santo.

Pero no creamos en milagros sorprendentes o asombrosos, incluso fuera de nuestro mundo. Todo sucede de forma muy natural y sencilla. Como muere un semilla, para dar lugar al árbol que después dará frutos. Despacio y en el tiempo, y por la Gracia de Dios. Es lo normal y como Dios actúa, sin eso dejar de suponer que Dios puede hacerlo como quiera.