(Lc 19,41-44) |
Jerusalén no descansa. Desde el Rey David hasta nuestros días continua en guerra y enfrentamientos. Aquella profecía que Jesús dejo escapar de sus labios, que hoy nos dice el Evangelio, vemos que se vive en el día a día en Jerusalén: « ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».
Extrapolando Jerusalén al mundo en que vivimos, sobre todo a la Iglesia, el pueblo escogido, observamos que todo esto acontece. A pesar de los avances tecnológicos del mundo en que vivimos, el egoísmo de los hombres los enfrenta y los conduces a guerras y divisiones. Los últimos acontecimientos acontecidos en París, Líbano, desierto de Sinaí...etc., nos ponen de manifiesto, sin lugar duda, lo profetizado por Jesús.
El mundo, porque ha dado la espalda a Dios, vive sin paz. Este mundo que en aquellos momentos y en aquella época hizo lo mismo con Jesús, el Hijo de Dios. Y es que sin Dios no hay otro camino sino el que estamos viviendo: guerras y muerte. Afortunadamente, por la Gracia de Dios, continúa su misión la Iglesia, y en ella, por la presencia del Espíritu Santo, mantenemos la esperanza y el gozo de alcanzar la paz. Esa Paz que Jesús nos propone estando entre nosotros.
Y en esa alegría y esperanza caminamos entre el lodazal de envidias, odio, venganzas, guerras y muerte que, un mundo de espaldas a Dios cosecha, con la firme esperanza de la segunda venida del Señor, que pondrá fin a las injusticias y establecerá su Reino de justicia, amor y paz.
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