miércoles, 17 de mayo de 2017

VID Y SARMIENTO

(Jn 15,1-8)
Sabemos que el sarmiento da fruto en cuanto esté unido a la vid. Si deja de estarlo, se secará y no dará fruto. De igual forma, nosotros tendremos que estar unidos al Señor para dar frutos. Y estar unidos al Señor es dejarnos intimar por el Señor e injertarnos en Él. Tenemos que tener claro que sin el Señor nada somos ni nada podemos hacer.

Ese es el secreto, permanecer en el Señor. Sin embargo, también es lo difícil y la lucha de cada día. La pregunta es: ¿Cómo lograrlo y cómo hacerlo? ¿Qué hacer para permanecer en el Señor? Permanecer en alguien significa no perderlo de vista y estar unido a él, y eso consiste en tenerlo presente en cada instante de nuestra vida. Permanecer en el Señor significará estar unido a Él a través de los Sacramentos. De manera especial en la Eucaristía y la Penitencia, y con la oración, tanto personal como comunitaria.

Permanecer en el Señor significa perseverar en la unidad con los hermanos en la fe y, apoyados en el Espíritu Santo, participar en las tareas tanto apostólicas como asistenciales en la medida de nuestras posibilidades. Permanecer en el Señor significa escuchar su Palabra para tratar de vivirla y llevarla a la vida de cada día. Permanecer en el Señor significa que esa unidad con Él dé frutos, que por su Gracia, serán para su Gloria.

Permanecer en el Señor es tomar conciencia que sin Él no podremos hacer nada, y que necesitamos la constante oración para que, llenos de su Gracia, podamos crecer en el amor y la caridad. Y eso sólo se logra estando ahí, presente y en su presencia. Pidiéndoselo, pues nos lo ha dicho Él: Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis. 

martes, 16 de mayo de 2017

SÓLO EN LA PAZ ENCONTRAREMOS EL CAMINO

Hoy, Jesús nos habla de la paz, y nos la ofrece. Sin embargo, nos advierte que su Paz no nos la da como la da el mundo. Un mundo que la impone y la exige con condiciones, y, de igual forma la quita. Una paz establecida en la conveniencia y el interés. Una paz apoyada en la fuerza, la ambición y el egoísmo. Una paz frágil que vive expectante en la frontera con la guerra.

La Paz de la que Jesús nos habla es la Paz del amor. Una Paz que vive en el servicio, en la generosidad, en la justicia y que se desvive porque todos vivan en ella. Una paz capaz de soportar las vicisitudes del camino en la enfermedad, en los peligros, en las guerras del pecado y en la propia muerte de este mundo, pero que, unido a la Muerte de Jesús en la Cruz, triunfará y Resucitará a la vida. Porque la vida sólo se puede sostener en la Paz.

Una Paz que nace del dolor, del sacrificio, de la humillación y de su amor misericordioso al ser humano. Una Paz que brota del sufrimiento que el pecado origina en este mundo y que nos afecta a todos, y que termina con la muerte, para resucitar a la vida por el Amor de Dios. Una Paz que, tras el dolor y sufrimiento de la Cruz, Jesús, el Señor, nos deja, para que también nosotros pasemos inevitablemente por él y podamos sostenernos en ella.

Una Paz que, el Señor, nos la recuerda en cada una de sus apariciones a los apóstoles saludándolos con la Paz. Una Paz que será nuestro escudo de cada día para sostenernos en el amor ante los sufrimientos y adversidades de este mundo. Una paz que nos viene del Señor y en el que queremos seguir a cada instante de nuestra vida.

lunes, 15 de mayo de 2017

GUARDAR ES AMAR

(Jn 14,21-26)
Conviene tener los ojos bien abiertos y suponer que los peligros de nuestra vida están también ahí, delante de nosotros. Conviene no distraernos y no dejarnos seducir por los halagos y las cosas de este mundo, porque eso nos puede desviar y hasta olvidar de la meta y destino de nuestra vida. Injertado en Xto. Jesús nos ayuda a estar siempre expectante y en estado de alerta contra los peligros que tratan de seducirnos.

Eso significa que debemos orar y frecuentar los Sacramentos, especialmente la Penitencia y la Eucaristía. Eso significa que debemos estar apoyados y injertados lo mejor y más posible en la comunidad eclesial y frecuentar la parroquia y apoyarnos en ella. Eso significa que debemos integrarnos en la santa madre Iglesia para recorrer el camino de nuestra vida junto a ella. De esa forma nos sostendremos en el camino preservándonos de los peligros y seducciones.

Pero, sobre todo, caminaremos en, con y por el Espíritu Santo, que nos asistirá y nos enseñará y recordará todo lo que el Señor Jesús nos ha dicho. Por eso, más claro el agua, necesitamos ir y estar unidos, y caminar en la presencia del Señor juntos a los hermanos, y abiertos a la acción del Espíritu Santo, que nos ayudará a guardarnos, a cumplir y vivir en los mandatos del Señor. Y de esa manera le amaremos.

domingo, 14 de mayo de 2017

EN UN MUNDO ALBOROTADO Y DESESPERADO

(Jn 14,1-12)
Cada día este mundo nuestro está más descentrado y perdido. Se vive con mucha rapidez y alboroto. Las calles parecen ríos que llevan a las personas a desembocar en el consumo, en el disparate, en la materialidad, en la inconsciencia, en la despersonalización y en la desesperación a la muerte. Es un mundo donde la verdad queda atrapada en la oscuridad del sin sentido y la resignación.

Ante esta caótica situación, las Palabras de Jesús son un bálsamo de paz y esperanza: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino». 

Sin ninguna duda, ¡qué maravilla y sensación de gozo y alegría! No se turbe vuestros corazones, porque no pasa nada. Yo estoy aquí, con ustedes y en la Casa de mi Padre caben todos. ¿Hay algún otro Mensaje más hermoso, más esperanzador y pleno de gozo y felicidad que ese? ¿Se puede decir algo mejor?  No hay ningún problema, salvo el de tener confianza y confiar en Él. La fe nos da ese billete para esa Mansión que Jesús nos prepara.

Y de sus Palabras deducimos y entendemos que Jesús es Dios y Dios es Jesús. Y el único y verdadero Camino es Él. Además nos confiesa que también es la Verdad y la Vida. No podemos perdernos en este mundo lleno de tipejos, no con desprecio ni mala intención, sino, simplemente, con marcado énfasis en la diferencia existente entre aquellos, que se erigen en sabios y conocedores de la verdad, sin ser capaces de entender de dónde han salido ni de aumentar un pelo de sus cabellos. Y sin autoridad ninguna.

Sólo Jesús nos señala el verdadero Camino, porque Él lo es, y nos da la autoridad y el poder de hacer lo mismo que Él para, en su Nombre, alumbrarnos y alumbrar el Camino, la Verdad y la Vida.

sábado, 13 de mayo de 2017

DELANTE DE NOSOTROS

(Jn 14,7-14):
Es verdad que ahora no le vemos, pero está espiritualmente delante de nosotros y se hace alimento para fortalecernos tanto físicamente como espiritualmente. Jesús es el Rostro de Dios. No por suposición de nosotros, sino porque nos lo ha dicho el mismo: «Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre; desde ahora lo conocéis y lo habéis visto». Le dice Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Le dice Jesús: « ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras». 

Quizás nos ocurra que no veamos, ni a Dios ni tampoco a Jesús. Quizás cualquier persona no acreditada de la autoridad necesaria nos deslumbra con sus palabras carente de toda credibilidad y sin ningún fundamento. La Palabra de Dios avala y fundamente a Jesús. Y Jesús avala y fundamenta a esa Palabra que lo envía. Él y el Padre están íntimamente ligados, de tal forma que quien lo ve a Él, ve al Padre. Así se lo dice en el Evangelio de hoy a Tomás.

Pero, por su hubiese dudas, Jesús, nos remite a sus obras. Sus Palabras van juntas y coherentemente  con sus obras. Lo que dice, lo hace. De ahí nace su autoridad, que otros no tienen. Y esa autoridad nos la regala y transmite también a nosotros: «El que crea en mí, hará él también las obras que yo hago» (Jn 14,12). «Si pedís algo en mi nombre, yo lo haré».

Es impresionante saber que podemos hacer las mismas obras que Jesús. Posiblemente, ni lo hayamos pensado, ni tampoco estemos del todo convencidos, pero es así, porque todo lo que dice el Señor tiene cumplimiento. Quizás no falte fe, o no sepamos qué cosas debemos pedir y hacer. Lo que realmente prueba la necesidad que tenemos del Espíritu Santo, para que nos alumbre nuestro camino y nos indique su Voluntad.

A pesar de nuestras limitaciones y oscuridades tengamos, mirando a María, nuestra Madre, la perseverancia, la paciencia, la obediencia y la fe de creer en el Señor.

viernes, 12 de mayo de 2017

EN LA CASA DE MI PADRE HAY MUCHAS MANSIONES

(Jn 14,1-6)
Las Palabras de Jesús no pueden ser más halagüeñas y esperanzadoras: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy sabéis el camino».

El Señor tiene Palabra de Vida Eterna, y todo lo que ha dicho y dice se cumple. En Jesús todas las profecías se han ido cumpliendo, hasta la Resurrección. También se cumplirá lo que nos ha dicho. Tenemos una mansión en la Casa del Padre preparada para nosotros por el Señor Jesús, que vendrá a llevarnos con Él. Nuestra vida es un camino lleno de esperanza que empieza su verdadera vida cuando termina la de este mundo.

Y conocemos el camino, que, precisamente, nos lo señala e indica Jesús. Él es el Camino, la Verdad y la Vida y nos dice cómo y por dónde debemos ir para estar preparados y expectante a su regreso. La primera medida que tenemos que tomar es estar a su lado. Y eso quiere decir que tenemos que estar en la Iglesia y en la comunidad, para fortalecernos y luchar contra las hostilidades y obstáculos de este mundo.  No es un camino fácil y necesitamos la fortaleza del Espíritu para superarlo.

El hombre está sometido e inficionado por el Maligno, rey de la mentira, que nos distrae, nos somete y nos infecta la inteligencia, para dominarnos y confundirnos, llamando al mal verdad y bien, y al bien y verdad, mal. Y llenando la luz de oscuridad y la oscuridad de luz, para llenarnos de dudas y escepticismo que destruyen nuestras esperanzas y matan nuestras aspiraciones trascendentes.

Nosotros gozamos de una gran ventaja respecto a Tomás. Sabemos por nuestra santa Madre Iglesia cual es el Camino, la Verdad y la Vida, y, de Él, no debemos desviarnos. Tengamos cuidado con las seducciones de este mundo y injertémonos en Xto. Jesús.

jueves, 11 de mayo de 2017

HACER Y SERVIR

(Jn 13,16-20)
No es el discípulo más que el maestro, lo que significa que la grandeza no está en ser más sino en servir. Y el servicio empieza por la humildad y hacerse pequeño, hasta el punto de ser el último para darse entero y hasta el final. Pero esto no consiste sólo en actividad de servicio, sino en aceptar las diferencias, la formas de pensar y también de vivir. Diríamos que servir es amar sin pedir nada a cambio ni tampoco esperar.

Y digo, ni tampoco esperar, porque la conversión es obra del Espíritu Santo que transforma nuestros corazones si se lo abrimos. Nosotros no podemos y sólo nos limitamos a tratar de amar, por y con la Gracia de Dios, y esperar los frutos que siempre los recogerá el Señor. Nuestra tarea es la de perseverar en el servicio mutuo poniendo siempre actitudes de concordia, de fraternidad, de justicia y de paz.

Y, ¿cómo perseverar? Acercándonos los unos a los otros y perseverar en la unidad, en la oración y, sobre todo, en la comunión, alimento que nos sustenta y nos mantiene fuertes y dispuestos a darnos por amor. Porque, cada Eucaristía nos debe servir para fortalecernos en el servicio y en la renuncia del amor. Cada Eucaristía nos debe ayudar y capacitar, injertados en Xto. Jesús, a amar como Él nos ama y a esforzarnos en morir a nuestros egoísmos y pecados para renacer al verdadero amor.

Igual no nos lo creemos; igual no nos sentimos con fuerza y voluntad para ir muriendo a nuestras vanidades, apegos, egoísmos, y tendemos a desmoralizarnos y a dejarnos llevar por la corriente. Igual las dificultades de la vida nos abruman y desistimos. Pensemos, ¿no le ocurrió a la Virgen eso? ¿No le ocurrió también a los apóstoles y a todos los que han tratado de seguir al Señor? Pues, también a nosotros, pues los discípulos no somos más que el Maestro.

Eso sí, sostengámonos fieles y perseverantes en el Señor para que nuestra vida sea capaz de, muriendo a sí misma, pueda dar frutos que alimenten y den luz a otros.