sábado, 25 de junio de 2016

SEÑOR, DAME UN FE COMO LA DEL CENTURIÓN

(Mt 8,5-17)

Primero, destacamos la preocupación del centurión por su criado. No era normal en aquella época tal actitud y comportamiento, y todavía, en la de hoy, continúa existiendo en muchos lugares y en muchas actitudes de personas con poder. Sobre todo que se preocupen por un siervo hasta el punto de tomar su tiempo para, buscar y acercarse a Jesús y pedirle por la salud de su criado.

Segundo, nos fijamos en la fe con la que le pide a Jesús que cure a su criado. Una fe que le lleva a confesar y descubrir toda su confianza en el poder de Jesús, hasta el punto de decirle que no hace falta que vaya a su casa, pues no se siente digno de ello, y que una sola Palabra suya basta para curarlo. 

Antes de seguir adelante nos podemos preguntar: ¿Es realmente nuestra fe así? ¿Pedimos al Señor con esa confianza y disposición? ¿O no estamos tan seguro de que Jesús nos escucha? Posiblemente nos ocurra esto último, porque nos parece que nuestras oraciones no son escuchadas, o nos sucede tal y como nosotros esperamos. La incertidumbre de la espera nos desespera.

Quizás nuestro mayor testimonio de fe será el perseverar y aguardar pacientemente a pesar de la ausencia aparente de respuestas y resultados. El Señor nunca dejará de escucharnos y de servirnos, porque se ha hecho Hombre en el vientre de María precisamente para servirnos. Y eso da por sentado que nos escucha y nos auxilia. Su Misión ha consistido en eso, y nos ha prometido estar con nosotros siempre. Así que también siempre nos estará amado. Es decir, sirviendo.

Otra cosa sea que nos nos dé lo que nosotros queramos o esperemos, sino lo que realmente nos conviene y necesitamos. Sin embargo, puede ocurrir que algunas veces coincida y otras no. Lo importante es construir nuestra fe sobre Roca firme, para que podamos soportar los embates de tempestades, tanto externa como internas y que podamos sosternernos en la fe.

viernes, 24 de junio de 2016

PRECURSORES COMO JUAN

(Lc 1,57-66.80)


Todos llevamos la señal de precursor, porque en nuestro Bautismo quedamos consagrados como sacerdotes, profetas y reyes. Y como profetas estamos comprometidos a proclamar la Palabra de Dios, no sólo de palabra sino también con nuestra vida, hasta el extremo de entregarla por la Verdad.

Hoy, día de san Juan Bautista, su figura nos interpela y nos impulsa a cada uno de nosotros a ser profetas y responder a nuestro compromiso de Bautismo. Quizás, Juan, tomó conciencia de su misión de precursor y su grandeza se esconde en ese saberse elegido por Dios. ¿Por qué piensas tú, y también yo, que no hemos sido elegidos por Dios para dar testimonio de su Palabra? En nuestro Bautismo hemos quedado consagrados para esa misión.

Quizás sea que no nos lo habían dicho; puede que no hayamos tomado conciencia de ese compromiso, o también que nuestra fe está casi apagada. Posiblemente, esta sea una buena ocasión para reflexionar y tratar de responder a ese compromiso contraído. Compromiso que nace de nuestras mismas entrañas, pues el Bautismo es la puerta que abre el camino de esa felicidad eterna que todos buscamos.

Quizás en tu propia vida hayan pasado cosas y circunstancias que la han cambiado. Quizás no sepamos cual es nuestra misión u objetivo, o nos lo hemos trazado nosotros según nuestros propios intereses. Pero, seguro, tienes una misión, como también la tengo yo, de descubrir que dentro de ti está la huella de Dios y que en ella se esconde ese tesoro de gozo y plenitud eterna que todos buscamos.

Y, por eso, precisamente por eso, estamos todos llamados a proclamarlo con nuestras palabras y el ejemplo de nuestras vidas, cuyo frutos sean frutos buenos para el bien de todos. Es, pues, en el Bautismo donde recibimos esa Gracia del Espíritu Santo para, en, con y por Él, como Juan Bautista, dar testimonio de su Palabra.

jueves, 23 de junio de 2016

NO SOBRAN LAS PALABRAS, PERO NO BASTA CON ELLAS SOLAS

(Mt 7,21-29)


Lo decimos de nuevo, aunque somos los primeros en caer. Seguir a Jesús no consiste en oírle, visitarle y hasta estar de acuerdo con Él. No, se trata de eso y algo más. Y ese algo más tiene que ver con las obras. Si no hay obras, las palabras quedan huecas, en el vacíos y se las lleva, como dice el refrán, el viento.

"No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial". Se trata de hacer, no de decir, aunque el dicho y las palabras se necesitan y por ellas nos entendemos. Pero el broche de oro lo ponen las obras. Es decir, la vida. Porque tampoco se trata de hacer y hacer; acumular y acumular. No, se trata de poner la sal y la luz necesaria a todas las obras de nuestra vida. Desde la mañana hasta la noche.

Se trata de vivir con amor, con el mayor amor que puedas. El Espíritu Santo pone lo que a ti te falta. Y no de hacer grandes cosas, ni ponerte grandes retos. El Señor sabe de tus posibilidades y de tus talentos. Sólo nos pide que los utilicémos bien, para el bien y con amor. Se trata de vivenciar tu vida con la palabra de expresar al Señor: "Señor, Señor". Las dos cosas son necesarias, la alabanza y oración con las obras de tu disposición y servicio a los demás.

La palabra, tú palabra no llegará nunca al corazón del otro con la posibilidad de transformarlo, sino va impregnada de amor, de verdadero amor., porque sin él pierde toda su fuerza. Todo quedará impregnado de la Gracia de Dios si realmente esta impulsado y motivado por el esfuerzo de vivir el proyecto de amor que Jesús nos enseñó con su testimonio de vida.

Te pedimos, Señor, que nuestra vida, revestida de oración y alimentada por la fe, esté siempre acompañada por la fuerza de la caridad.

miércoles, 22 de junio de 2016

LO QUE ES BUENO DA FRUTOS

(Mt 7,15-20)


No puede dar frutos buenos quien es malo. Y de la misma forma, el bueno no podrá dar frutos malos. Es simple cuestión de lógica y sentido común. Ahora, un árbol se puede estropear y estar mal cultivado, y sus frutos, entonces, serán no tan buenos o incluso malos. Pero de regreso a sus buenos cuidados, volverá a dar buenos frutos.

Los que son malos, al contrario, pueden engañar y aparentar dar buenos frutos, pero volverá a aparecer la mala intención y los malos frutos. Y es que lo malo será siempre malo. Es esto lo que nos dice Jesús hoy: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos".

Experimentamos en el mundo esta realidad, y así hay frutos malos productos del pecado que muchos viven sin arrepentimiento y egoístamente, convencidos de buscar la felicidad por ese camino. Ciegos que no son capaces de ver el poco valor de esos tesoros finitos que atesoran. Necios que cambian el Tesoro de la eternidad y el gozo pleno, por un puñado de espejismos que duran una corta y atormentada vida.

Busquemos al verdadero Sembrador para que, abandonados en sus Manos, seamos capaces de buscar esa tierra buena que produce verdaderos y buenos frutos. Y dejémonos cultivar por el Labrador que, enviado por el Sembrador, haga de nuestra tierra una huerta fértil y productiva que dé buenos frutos.

martes, 21 de junio de 2016

NECESIDAD DE ABRIRNOS AL ESPÍRITU DE DIOS

(Mt 7,6.12-14)

El sol sale para todos y la lluvia cae para buenos y malos. Todos recibimos los bienes materiales que necesitamos para subsistir, pero no de igual manera los espirituales. Porque para recibir los espirituales necesitamos estar abiertos a ellos. Disponer nuestro corazón a acogerlos y recibirlos con humildad y fe.

La fe es un don de Dios, y necesita estar abierto a ella para poder recibirla. No se compra, ni tampoco se vende. Se da gratuitamente, pero a aquel que prepara y dispone su corazón para recibirla. Estamos llamados a dar todo lo que esperamos y queramos recibir también nosotros, porque ese deseo descubre que es algo bueno, pues nadie querrá recibir cosas malas. 

Sin lugar a dudas, el camino hacia la perfección es un camino difícil, duro y estrecho. Llenos de dificultades y obstáculos que nos hacen la travesía más pesada y desesperante. Necesitamos la asistencia del Espíritu para que nuestras fuerzas, fortalecidas en Él, puedan superar los obstáculos de la travesía. Por el contrario, la puerta ancha se hace más cómoda y egoísta, y lleva a la perdición.

No es bueno tomar el camino más ancho y espacioso, porque es un camino que se vuelve egoísta, cómodo y de espaldas a Dios: Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que lo encuentran.

Nos apetece la buena vida, la vida despreocupada y placentera. Y eso nos lleva también a ganar dinero fácil o fraudulento que nos procure esa buena vida. Esa es la puerta ancha, por donde quieren pasar muchos en busca de la felicidad. Pero no es así, porque la felicidad está en la puerta estrecha, en aquellos que dan sus vidas para que los demás descubran la verdadera Vida, la que dura eternamente. Precisamente, la que nos ofrece Jesús.

lunes, 20 de junio de 2016

NUESTRA LENGUA, UN GRAN PELIGRO

(Mt 7,1-5)

Pensamos que sólo podemos matar con un arma y con una acción física contra alguien. Pero suele ser más frecuente matar con la lengua. Y mucho más fácil y sin apenas notarse. Juzgamos con mucha facilidad y ponemos a los juzgados en la calle o condenados según nuestros juicios.

Medimos los pecados de otros sin pensar que, quizás, los nuestros son mayores. Vemos la paja en el ojo ajeno, por no advertimos la viga en el nuestro. ¡Dios mío, qué ciegos estamos! «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano».

Cuando somos capaces de mirarnos con los ojos de la humildad y la verdad, percibimos la miseria que llevamos encima. Descubrimos que nuestra vida está llena de errores, de debilidades y pecados. ¿Cómo atrevernos a juzgar a los demás? Pedimos hoy luz y sabiduría para, humildemente, ser capaces de limpiar primero nuestra casa para, después, simplemente, servir y ayudar, sin atrevernos a juzgar, a limpiar la de los demás.

Porque sólo cuando estamos limpios, por la Gracia de Dios y guiados por el Espíritu Santo, podremos ser luz para aquellos otros que necesitan también limpiarse. Porque la luz se contagia y alumbra a los que están a tu lado. Pero, recuerda, tú y también yo, quizás yo más, necesitamos estar limpios para en el Espíritu de Dios alumbrar a otros a quitarse la paja de su ojo.

domingo, 19 de junio de 2016

¿Y QUIÉN ES PARA TI JESÚS?

(Lc 9,18-24)

La pregunta es directa. Se trata de que des una respuesta. No se te exige, sino se te invita a darla en verdad y responsabilidad. No consiste en decir que crees, ni tampoco que estás bautizado y eres católico. ¡No!, Jesús no busca en eso en nosotros. Nos pregunta por el compromiso de nuestra fe adquirido en nuestro Bautismos y si lo llevamos a nuestra vida con responsabilidad y compromiso.

Porque, decir que creo en Jesús significa que quiero seguirle y vivir tal y como Él me ha dejado su testimonio de vida. Y su herencia de vida en su paso por la tierra fue este: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día». Ese es el panorama que se nos presenta y el que hemos de seguir. ¿Estamos dispuestos?

Porque creer no es decirlo o confesarlo, ni tampoco estar bautizado. Creer es ir dando tu vida cada día en la vivencia diaria de amor a los demás, buenos y malos; amigos y enemigos; ricos y pobres. Pero, con una condición: especial atención a los excluidos y marginados; a los necesitados y pobres. Así que solamente descubrirá tu fe el amor que tu, no digas, sino des a los demás. No hay alternativa ni engaño. Sólo aquel que ama dará testimonio y veracidad a su confesión de fe.

El mensaje es claro y limpio. No hay truco ni engaño, sino amor: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará».

Y yo, Señor, y también espero y creo que tú, queremos salvar nuestras vidas. Porque sólo Tú tienes Palabra de Vida Eterna. Y como Pedro, ¿a quién iremos, Señor? Sólo en Ti encontraremos la verdadera paz y felicidad eterna que buscamos.