(Mt 7,15-20) |
No puede dar frutos buenos quien es malo. Y de la misma forma, el bueno no podrá dar frutos malos. Es simple cuestión de lógica y sentido común. Ahora, un árbol se puede estropear y estar mal cultivado, y sus frutos, entonces, serán no tan buenos o incluso malos. Pero de regreso a sus buenos cuidados, volverá a dar buenos frutos.
Los que son malos, al contrario, pueden engañar y aparentar dar buenos frutos, pero volverá a aparecer la mala intención y los malos frutos. Y es que lo malo será siempre malo. Es esto lo que nos dice Jesús hoy: "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos".
Experimentamos en el mundo esta realidad, y así hay frutos malos productos del pecado que muchos viven sin arrepentimiento y egoístamente, convencidos de buscar la felicidad por ese camino. Ciegos que no son capaces de ver el poco valor de esos tesoros finitos que atesoran. Necios que cambian el Tesoro de la eternidad y el gozo pleno, por un puñado de espejismos que duran una corta y atormentada vida.
Busquemos al verdadero Sembrador para que, abandonados en sus Manos, seamos capaces de buscar esa tierra buena que produce verdaderos y buenos frutos. Y dejémonos cultivar por el Labrador que, enviado por el Sembrador, haga de nuestra tierra una huerta fértil y productiva que dé buenos frutos.
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