(Mt 8,5-17) |
Primero, destacamos la preocupación del centurión por su criado. No era normal en aquella época tal actitud y comportamiento, y todavía, en la de hoy, continúa existiendo en muchos lugares y en muchas actitudes de personas con poder. Sobre todo que se preocupen por un siervo hasta el punto de tomar su tiempo para, buscar y acercarse a Jesús y pedirle por la salud de su criado.
Segundo, nos fijamos en la fe con la que le pide a Jesús que cure a su criado. Una fe que le lleva a confesar y descubrir toda su confianza en el poder de Jesús, hasta el punto de decirle que no hace falta que vaya a su casa, pues no se siente digno de ello, y que una sola Palabra suya basta para curarlo.
Antes de seguir adelante nos podemos preguntar: ¿Es realmente nuestra fe así? ¿Pedimos al Señor con esa confianza y disposición? ¿O no estamos tan seguro de que Jesús nos escucha? Posiblemente nos ocurra esto último, porque nos parece que nuestras oraciones no son escuchadas, o nos sucede tal y como nosotros esperamos. La incertidumbre de la espera nos desespera.
Quizás nuestro mayor testimonio de fe será el perseverar y aguardar pacientemente a pesar de la ausencia aparente de respuestas y resultados. El Señor nunca dejará de escucharnos y de servirnos, porque se ha hecho Hombre en el vientre de María precisamente para servirnos. Y eso da por sentado que nos escucha y nos auxilia. Su Misión ha consistido en eso, y nos ha prometido estar con nosotros siempre. Así que también siempre nos estará amado. Es decir, sirviendo.
Otra cosa sea que nos nos dé lo que nosotros queramos o esperemos, sino lo que realmente nos conviene y necesitamos. Sin embargo, puede ocurrir que algunas veces coincida y otras no. Lo importante es construir nuestra fe sobre Roca firme, para que podamos soportar los embates de tempestades, tanto externa como internas y que podamos sosternernos en la fe.
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