lunes, 20 de marzo de 2017

JOSÉ, FIGURA DE PADRE Y ESPOSO Y REFERENCIA DE HOMBRE DE FE

José es catalogado como varón justo, pero, sobre todo, hombre de fe. En él pone Dios toda su confianza y le encarga la gran responsabilidad de proteger y cuidar de las dos personas más importante y sagradas de la historia, la Virgen María y la de su propio Hijo. Gran confianza del Padre Dios en un hombre sencillo, carpintero de Nazaret, en el que Dios descansa y apoya su obra de rescate y salvación para todos los hombres.

Esa gran responsabilidad y misión habla de los valores de José. Un hombre integro, justo y honrado, pero, sobre todo, hombre de fe. Alertado en sueños por el ángel decide volverse atrás y no repudiar a María y confiar en Dios. Sus intenciones eran otras. Visto lo que ocurría había decidido repudiar en secreto a María. Las evidencias eran obvias y no podía seguir adelante a pesar de no entender como pudo ocurrir eso. Sabía de la integridad de María, pero los hechos eran contundentes.

Diría, y esto lo pienso yo, que José esperaba una señal que le indicase que lo que pensaba era lo evidente y lo cierto. María no podía haber cometido lo que la señal de la gestación le delataba. José así quería entenderlo y la revelación del ángel en sueños le bastó para entregarse a lo que su corazón deseaba entender y hacer. José hizo lo que el ángel le indicó, y su respuesta de fe, junto a María, nos han dado esa hermosa y maravillosa oportunidad de salvación. Jesús, el Hijo de Dios Vivo, nacido de mujer por obra del Espíritu Santo, por la Gracia de Dios, encarnado en Naturaleza Humana, vino a este mundo para redimirnos de nuestro pecados y merecer para nosotros la salvación eterna.

José, al igual que María, participan de la redención al obedecer y seguir el camino que Dios les propone. José, padre putativo de nuestro Señor, se hace parte importante en la redención de todos los hombres aceptando el papel que Dios le confío en su Obra Redentora. En este hermoso día que la Iglesia celebra en honor a san José, miremos su figura y tomemos sus actitudes de fe y fidelidad a la familia de Nazaret abandonada en las Manos del Dios que lo ha elegido.

domingo, 19 de marzo de 2017

¡¡SEÑOR, DAME DE BEBER!!

(Jn 4,5-42)
El camino es cansino y el desierto despierta la sed. A lo largo de nuestro camino hay muchos momentos de sed. Sed de fe; sed de dudas y confusión; sed de egoísmos; sed de placeres y bien vivir; sed de falta de compromiso...etc. Sed de abandonar el camino sediento y volver al camino fresco del agua tentadora de la vida de este mundo. Sí, Jesús nos pide nuestra sed de fe, y nos la ofrece y satisface ofreciéndose como el Mesías que viene a dárnosla.

Una fe que calma nuestra ardiente sed y la satisface plenamente para no sentir más esa necesidad. Porque ya con y en Él, la fe sobra. Posiblemente, en nuestro camino suplantamos muchas veces a la samaritana y nos extraña que Jesús nos hable y nos pida que le demos de beber. Muchas cosas ocurren a nuestro derredor que no despiertan nuestra sed. Estamos saciados por el agua del mundo, aunque esa agua necesitemos estar bebiéndola sistemáticamente hasta cansarnos de ella.

La rutina de cada día se repite y nos cansa y aburre. El agua del mundo no nos sacia plenamente y nos cansamos de ir cada día al pozo a buscarla. Pero, además, es un agua caduca, que amenaza con agotarse y secarse. Por eso, como la samaritana, Señor, te pedimos desesperadamente que nos des de beber esa agua que nos convierte en fuente de agua que salta hasta la Vida Eterna. Porque eso es lo que buscamos, la eternidad en plenitud de gozo y alegría.

Tú sabes, Señor, quien soy. Conoces mi vida palmo a palmo, y sabes de mis inquietudes. Yo, Señor, quiero encontrar esa agua que convierte mi corazón en fuente de agua que salta hasta la Vida Eterna. Despierta mi sed de fe y auméntala saciándome de ella para que también pueda yo, por tu Gracia, compartirla con los demás. Dame, Señor, de beber esa Agua que eres Tú, alimento que fortalece y vivífica.

sábado, 18 de marzo de 2017

UN PADRE QUE NOS ESPERA CON LOS BRAZOS ABIERTOS

(Lc 15,1-3.11-32)
Siempre es bueno, nos lo avala la experiencia, dejar una puerta abierta a la reconciliación y el perdón. Porque nuestra vida da muchas vueltas y, sujetos al error humano, necesitamos dejar siempre a mano la posibilidad de encontrarnos y perdonarnos mutuamente. Porque cada día amanece con nuevas esperanzas y afanes, y todos nos necesitamos.

Hoy la vida te sonríe, pero mañana puede entristecerte. Es bueno estar a bien con todos, porque puedes necesitar, mañana, una mano extendida para asirte a la superficie y encontrar nuevas bocanadas de aire que rejuvenezcan tu maltrecho corazón. Cada instante se hace nuevo y te ofrece una nueva oportunidad de amar. Pero, para eso necesitas estar abierto al amor. Y la llave es el perdón.

Nuestra naturaleza está gravemente herida. Está sujeta al pecado y vencida por éste. Nos será imposible vencer con nuestras  propias fuerzas. Necesitamos ayuda, y, más que ayuda, Misericordia. Porque nuestros merecimientos no alcanzan el perdón ni la acogida. Sólo una Misericordia Infinita puede acogernos y salvarnos. Y ese es nuestro Padre Dios. Padre amoroso que nos recibe con los brazos abiertos. Él sólo nos acoge y nos perdona.

Ni siquiera nuestros propios hermanos son capaces de perdonarnos. Los criterios de nuestra humanidad caída no perdonan. Medimos por méritos y castigamos por incumplimientos. Sin embargo, necesitamos experimentar nuestros propios pecados para darnos cuenta de nuestra pobreza. Sólo en la profundidad del límite de nuestras miserias experimentamos la necesidad de la misericordia. Desgraciadamente tenemos que bajar hasta ellas para anhelar la misericordia. Una Misericordia Infinita que perdona todo y olvida todo. Y nos acoge y abraza sin merecérnoslo.

La parábola del Hijo pródigo es la expresión y manifestación del Amor de Dios que nos descubre su paciencia y su infinito amor a pesar de nuestros desplantes y rechazos. Por su Infinita Misericordia mantenemos la esperanza de salvación.

viernes, 17 de marzo de 2017

¡QUÉ PASARÁ CON NOSOTROS?

(Mt 21,33-43.45-46)
Nosotros somos el pueblo infiel. Aquellos que se incluyan en la desobediencia y en el maltrato de todos los dones recibidos. Aquellos que no integran la vida en la naturaleza e intenta que todos disfruten de ella. Aquellos que cierren sus ojos al desenfreno y la ambición de algunos que quieren y anhelan gobernar el mundo según sus propósitos e intereses. Aquellos que desestabilizan el equilibrio natural y cierran las puertas a las migraciones de los desheredados, perseguidos o explotados.

Eso sucedió y sucede cada día. Eso ocurre con los jefes y gobernantes, que desatiende la voz de la justicia y el amor fraterno y provocan el sufrimientos de muchos que buscan una vida mejor en paz y verdad. Pero, también, nosotros, los que quizás creemos y queremos estar dentro del pueblo elegido. De ese pueblo al que fue confiada la Viña del mundo y que maltratamos y destruimos, y mal repartimos. Realmente, la pregunta es, ¿qué pasará con nosotros?

El Evangelio de hoy nos lo pone muy claro. Dios te ha dejado una vida y una viña en alquiler, para que la administres y trabajes. Y, tras un periodo de tiempo, volverá a pedirte tu rendimiento, tu trabajo y tus frutos en relación también con los demás. ¿Qué le vas a decir y a dar? ¿Qué frutos cultivas para Él?

Lo que hicieron aquellos, jefes y gobernantes de la época, está muy claro. Y, hoy, Jesús nos lo refleja y expone en su Evangelio: «Escuchad otra parábola. Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó. Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos. Pero los labradores agarraron a los siervos, y a uno le golpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon. De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero los trataron de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’. Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: ‘Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia’. Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron. Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?». 

Ahora nos toca a nosotros. ¿Cómo actuaremos y responderemos cuando venga el Señor, dueño del mundo, a pedirnos nuestro rendimiento y frutos? Será cuestión de pensárselo, porque ahora vendrá con todo su séquito y poder a hacer verdadera justicia.

jueves, 16 de marzo de 2017

VIDA Y TALENTOS

Hoy, no sé cómo, a la hora de tratar de reflexionar sobre esta parábola del rico epulón, me ha venido a la cabeza también las parábolas de los talentos - Mc 25, 14-30 - porque encuentro mucha relación de una con la otra. Junto con la  vida se te ha dado unos talentos, cualidades y bienes, que tendrás que saber gastar, usar y compartir. El resultado lo podemos discernir viendo el desenlace de ambas parábolas.

Todo queda muy claro. Se trata de usar lo que has recibido para bien de los demás. Si unos tienen poco y sus circunstancias son difíciles, otros, que gozan de óptimas circunstancias deben tenerlo en cuenta y compartir. Suena eso mucho con las cuestiones y los problemas que se nos presentan en estos tiempos de refugiados y perseguidos.

Las palabras de Abraham suenan muy demoledoras, pero muy realistas con lo ocurrido en la vida de aquel rico epulón y el pobre Lázaro: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros".  

Desde esta parábola podemos comprender que esta vida nuestra es nuestra hora de salvación. De cómo gastemos nuestro tiempo y nuestros talentos y bienes dependerá nuestra salvación. No se trata, pues, de cumplir unas reglas y preceptos, sino de vivir un estilo de vida en actitud de compartir y darse en caridad a los demás. No se trata de cumplimientos y obras, sino de amor. Y el amor va más allá de las reglas y las normas, e incluso, de las leyes.

Tengamos en cuenta que la vida es un tiempo hermoso si lo sabemos aprovechar y gastar, porque de nada vale emplearlo mal para luego sufrir como ese rico, que la desperdició banqueteándose sin mirar el sufrimiento de los demás.

miércoles, 15 de marzo de 2017

DESPISTADOS POR SUS PROPIAS AMBICIONES

(Mt 20,17-28)
Lo primero que me viene a la cabeza es el darme cuenta del interés de los discípulos. No se enteran de lo que les habla Jesús. Están distraidos y ensimismados en sus intereses y propósitos. Apenas le ponen atención. Y, antes de seguir, reflexionemos. ¿Nos puede ocurrir a nosotros también eso? Entretenidos por los ruidos y las ofertas del mundo no escuchamos al Señor. Y pasa nuestra pascua sin habernos detenido lo suficiente para ver donde estamos y qué hacer. Así, nuestra vida puede pasar de puntillas y sin tomar conciencia de nuestro verdadero Tesoro.

La madre de los zebedeos no se percata de nada. Sólo piensa en la situación de sus hijos y colocarlos en el mejor puesto. Nadie se da cuenta a dónde van, ni tampoco lo que Jesús les advierte y les dice. Van camino de la salvación por las Pascua de Jesús sin advertirlo. ¿No es ese nuestro vivo retrato? Vivimos preocupados por otras cosas. Cosas de este mundo, que son caducas y destinadas a convertirse en desechos y basuras. ¡Dios mío, qué ciegos estamos!

A nosotros no toca trabajar. Trabajar por el Reino de Dios. Por un lado, para aprovechar este tiempo de salvación y, por otro, aceptando la Misericordia de Dios, vivir nuestra pascua injertado en el Espíritu Santo unidos al Señor Jesús, el Hijo de Dios Vivo, que, con su Muerte y Resurrección, nos salva. Y aceptarla es vivir en y a su estilo, es decir, sirviendo y dando la vida por el rescate de muchos.

Esa es la propuesta que Jesús nos propone, y esa es la respuesta que a nosotros nos interesa discernir, es decir, la del servicio. Porque, como Jesús, nosotros, si queremos seguir a Jesús, no estamos para servirnos, sino todo lo contrario, para servir. Y eso implica disponibilidad, atención, esfuerzo, trabajo y compartir. Compartir todo lo que nos ha sido dado gratuitamente de la misma manera que lo hemos recibido. Haciéndolo por amor, es decir, desinteresadamente, tal y como el Padre lo hace con cada uno de nosotros.

martes, 14 de marzo de 2017

ESTAMOS A TIEMPO. TIEMPO DE SALVACIÓN

(Mt 23,1-12)
Ahora es el momento de la lucha, del esfuerzo de conversión. Estamos en tiempo de salvación, y es momento para aprovecharlo. Acabado este, ya todo está echado. Ahora entiendo cuando se nos dice que ha llegado la hora y el Reino de Dios con Jesús. Porque en Él hemos sido liberados y salvados. El Reino de Dios está entre nosotros. Pero tenemos que descubrirlo y trabajarlo. Para eso hemos sido dotados de la capacidad de elegir y de voluntad.

Hoy sucede, como ayer, que hay muchos sujetos de pantalla, que buscan lucirse, ser vistos y aparentar santidad. Pero, luego, se esconden en la apariencia y no resultan ser lo que se esfuerzan en parecer. Son aquellos que les gustan dar ordenes, marcar trabajos y obras, que ellos no hacen. Aquellos que buscan ser admirados y revestidos de honores, y llamados maestros. Aquellos que todo lo que hacen se oculta bajo un segunda intención para ser destacados y ocupar los primeros puestos.

Nuestro Señor Jesús nos dice: Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su conducta, porque dicen y no hacen. No debemos caer en el error de alejarnos y maldecir, sino de esforzarnos en hacer todo lo bueno y justo que dicen, pero no imitarlo ni hacer lo que ellos hacen si no actúan en justicia y verdad. Estamos, pues, advertidos para no ser sorprendidos.

Busquemos la actitud de la humildad y la de la paciencia. No nos dejemos llamar maestro ni doctores, porque, en realidad no lo somos. Sólo uno es Maestro y Doctor, nuestro Padre del Cielo. Tratemos de imitar a nuestro Señor Jesús, que se abajo despojándose de su condición Divina para servirnos. Por lo tanto, esa es la actitud y el estilo de vida que debemos imitar, la del servicio y la humildad.

Pues como dice el Señor: «Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» Ahí tenemos nuestra meta, la de la humildad y la del servicio. Metas para las que necesitamos la Gracia del Espíritu Santo, para poder llevarlas a cabo llenos de paciencia y perseverancia. Pidamos esa Gracia para vivirla ahora, en estos momentos, momentos de salvación.