martes, 23 de septiembre de 2025

Lazos de Fraternidad

Lc 8, 19-21

    No terminaba de sorprenderse. ¡Cuánta gente abandonada, sin recursos y familia! Pedro no entendía cómo podía suceder eso en tantos lugares. Él, que había nacido en una familia de bien, había sido educado con todo lo necesario, y vivido en ambientes donde todos tenían una familia que les protegiera.

     «¿Cómo puede suceder eso?», se preguntaba Pedro. No daba crédito a lo que leía.

  —Buenos días, Pedro, ¿cómo estás?
  —¡Sorprendido! Estoy leyendo y no creo lo que leo. Ingente cantidad de personas desvinculadas, sin familias ni recursos. ¡Es un desorden familiar! ¿Dónde están los vínculos de sangre de estas personas?
   —Hay lugares —dijo Manuel— donde reina el caos organizativo. No hay registro ni relación de vínculos, ni siquiera saben de responsabilidades. Cada cual anda a su libre albedrío y actúa según le convenga y piense. De esta forma sucede lo que estás leyendo.
   —Pero, ¿y qué pasa con esas personas —dijo Pedro con cierto enfado—? Sobre todo los niños.
  —Pues, sufren, mueren o, algunos, tienen la suerte de ser recogidos por familias generosas. Verdaderamente es una tragedia.
   —¡Y de las grandes! —replicó Pedro consternado.
   —Hay algo muy importante. Jesús ha venido para solucionar toda esa desvinculación entre los seres humanos. Para eso tomó nuestra propia naturaleza, y nos anunció el vínculo del amor, dejando el de la sangre en segundo plano. Lo puedes leer en Lc 8, 19-21. Para Jesús, «su madre y sus hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen».

    La comunidad cristiana trata de llevar a la vida, en el presente, lo que solo será una realidad definitiva mañana: una familia humana reconciliada, en la que todos se reconocen como hermanos y hermanas y en la que solo Dios ejerce de Padre y Madre de misericordia.

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