Lc 16, 10-13 |
Se
había equivocado. No entendía qué había sucedido. ¿Cómo había sido capaz de
hacer eso? «¿Estaba
ciego?» —se preguntó Julián, algo desesperado. No sabía qué hacer ni cómo
reaccionar. Aceleró sus pasos y, como desbocado, andaba sin rumbo.
Su jefe lo había descubierto. Llevaba algún tiempo mal administrando el dinero de la empresa, y esos rumores habían llegado al administrador general. Le habían llamado y despedido.
Hacía rato que caminaba como un sonámbulo. De repente, se sentó en una terraza y pensó: «Debo calmarme y estudiar serenamente mi situación».
Se le acercó Santiago, el camarero, que al verle inquieto le preguntó:
—¿Le pasa algo, señor?
—No, nada. Gracias. ¡Por favor! ¿Me puede servir una manzanilla? Estoy algo nervioso y necesito tranquilizarme.
—Enseguida —respondió Santiago—, tranquilícese.
A todo esto, Pedro, que había observado la escena, empezó a interesarse por aquel señor. Le preocupaba su estado de nerviosismo. Parecía desesperado. Sin más, decidió acercarse:
—Perdone mi intromisión, señor. Le noto alterado, ¿puedo ayudarle en algo?
Julián le miró. En principio sintió el impulso de resistirse, pero su desesperación le indujo a aceptar la ayuda.
—Acabo de perder el empleo y me encuentro desamparado. ¿Qué va a ser de mí ahora?
Pedro hizo una señal a Manuel, que había llegado hacía unos minutos, y le puso en antecedentes. Ambos trataron de tranquilizarle y, tras acompañarle con la manzanilla, Manuel le dijo:
—En la vida cometemos muchos errores, pero siempre hay ocasión, mientras vivimos, de enderezar el camino.
—Pero —dijo Julián, con desesperación—, ¿qué voy a hacer yo ahora?
—Siempre hay cosas que hacer —replicó Manuel—. En el Evangelio (Lc 16, 10-13) encontramos caminos que nos descubren nuestros errores; y, descubiertos, podemos reconducirlos para nuestro bien y el de todos.
—Pero… ahora no hay…
—No hay peros que valgan si quieres salir del atolladero —replicó Manuel, sin dejarle hablar—. Se trata de corregirse y ser fiel en las cosas pequeñas, para que puedan confiar en nosotros también en las grandes. Porque no podemos servir a dos señores a la vez: dejaremos a uno para servir al otro.
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