miércoles, 25 de noviembre de 2015

NADA FÁCIL SER CRISTIANO

(Lc 21,12-19)


Seguir a Jesús se pone bastante difícil. Seguir a Jesús supone vivir el espíritu de las bienaventuranzas; seguir a Jesús significa vivir en la verdad y descubrir la mentira. Y seguir a Jesús exige amar, sobre todo a los enemigos. Ahora, quien diga que eso es fácil que lenvante la mano.

Dar un ligero repaso a las bienaventuranzas. Desenterrar todas las mentiras de tu vida y exponerlas a la luz del mudo, y amar, y de forma muy especial a los enemigos, hace que la vida del creyente en Jesús sea vivida contra corriente. Porque el mundo busca y vive otros criterios.

El mundo cambia la pobreza por la riqueza. Y esa riqueza conseguida a costa de todo lo que se pueda, incuso pasando por encima de los demás, hasta la muerte si hace falta. La fama, el prestigio, los privilegios, las apariencias y las mentiras son deseadas y utilizadas para conseguir éxitos y victorias. Aquí lo que importa es ganar y ser poderosos, y vivir bien, con toda clase de lujo y comodidades, aunque sea a costa de los demás. La ley es, yo primero, y después también yo primero.

La verdad se entierra cubierta de mentiras y apariencias. Lo que importa es lo que se ve, lo exterior, lo que parece aunque no lo sea. Y, aparentando amar, dar la puñalada por la espalda. La mentira es la reina para traicionar la verdad. Y ante todo eso, el creyente presenta solo un arma: el amor. Un arma que parece débil y fácil de derrotar. Y que aparentemente es derrotada, y motivo de burlas y ridiculo que invitan a abandonar y rendirse.

Sin embargo, ante todo esto, Jesús nos invita a perseverar. Nos invita a ser pacientes, soportando todo el peso del sufrimiento que el camino nos presenta. No nos lo manda, nos lo propone, porque, Él, primero, lo ha padecido y lo ha soportado en el Amor y la Fuerza del Padre. Lo ha sufrido Él también, así que sabe de lo que es padecer y sufrir. 

Pero no nos deja sólo ante el peligro, sino que nos envía el Paráclito, el Espíritu Santo, para que nos dé el valor, la fortaleza y la perseverancia de soportar los padecimientos que el mundo, de espalda a Jesús, nos imponga para acallarnos. Y tengamos la certeza que en el Espíritu Santo podemos soportarlo y salir triunfantes.

martes, 24 de noviembre de 2015

EL MUNDO SE DESTRUIRÁ

(Lc 21,5-11)


Los, aparentes, avances son una farsa, pues si observamos, experimentamos que el mundo no camina derecho, ni, tampoco, en sentido lineal. Mejor, parece que da un paso para adelante y dos para atrás. Hoy, a pesar de tantos avances técnicos y progresos científicos, la vida está más en peligro que antes.

Los últimos atentados terroristas, al parecer por fundamentalismos religiosos, nos sobresaltan y ponen la vida humana en constante peligro. ¿Dónde está la civilización adelantada?  Países que padecen hambre y sed, y que son explatados y esclavizados. No hay seguridad y la paz está amenazada y en peligro. Luego, ¿cuáles son los adelantos?

Las Palabras de Jesús en el Evangelio de hoy nos tranquilizan y nos dan serenidad y paz. Porque nos avisan de que el final está marcado por disturbios y guerras: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida». Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?». Él dijo: «Estad alerta, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’ y ‘el tiempo está cerca’. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato». Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo».

Estamos avisados y no hay por qué inquietarse. Pasará lo que tenga que pasar, pero el Señor vendrá. Habrá grandes señales del Cielo que anunciarán la llegada del Señor, y su Palabra, Palabra de Vida Eterna, se cumplirá. Por lo tanto, a pesar de todo lo que estamos viendo no hay por qué desesperar. Esperamos, incluso, cosas mayores o peores, porque el mundo, de espaldas a Dios, busca su propia destrucción.

Gracias, Señor, por tus Palabras y te pedimos serenidad, confianza y valor para perseverar, a pesar de tantas dificultades y obstáculos con los que el mundo tratan de desviarnos de tu camino.

lunes, 23 de noviembre de 2015

BUSCANDO RECONOCIMIENTO

(Lc 21,1-4)


En la vida todo lo que hacemos persigue un fin. Normalmente, ese fin busca darnos gloria y, para ello, tratamos de que se vea y luzca y, de esa forma, nos dé gloria. Convergeremos en que lo que se haga sin pretender alcanzar ese fin tendrá más valor que lo otro.

Normalmente las cosas pequeñas e insignificantes tienen poco valor, o le damos nosotros poco valor. Son más destacadas las grandes, y en esa proporción las valoramos más. De tal forma que, aquellos fariseos que echaban sus monedas en el arca del Tesoro, lo hacían con la intención de ser vistos y de alcanzar fama de buenas personas, bienhechores y gloria en el pueblo.

Sin embargo, los que poco echaban, quizás porque no tenían, pasaban desapercibido y no se les daba importancia. Jesús nos descubre todo lo contrario. La importancia de lo que se da no está en proporción a la cantidad o abundancia, sino a la intención de la generosidad y a la cantidad compartida respecto a lo que se tiene. Así, aquella pobre viuda fue exaltada por Jesús, a pesar de sus dos reales, porque dio todo lo que tenía, mientras que los otros, los fariseos, daban de lo que les sobraba.

No se trata, pues, de dar, sino de compartir. Porque dar consiste en desprenderte de algo que quizás tienes mucho y te sobra, mientras que compartir es distribuir lo que tienes en partes. Se trata de partir con, es decir, con aquellos que necesitan y tienen poco. Repartir, también significado de compartir, con los que necesitan para vivir. Por lo tanto, el valor de ese dar se esconde en si das o compartes.

Tratemos de imitar a la viuda compartiendo nuestra vida. No sólo con dinero, sino también con tiempo y disponibilidad. Experimentamos que eso nos cuesta y se nos hace difícil, pero también experimentamos que necesitamos la fuerza y Gracia del Espíritu Santo para poder ser generosos y compartir. Por eso necesitamos orar y pedir.

domingo, 22 de noviembre de 2015

EL SEÑOR, CENTRO Y REY DE NUESTRA VIDA

(Jn 18,33-37)


Para los que seguimos a Jesús, Él es nuestro Rey. No hay ninguna duda. Jesús es el centro y Rey de nuestras vidas. Pero, para aquellos que esperan de Jesús, poder, mando, riquezas y fuerzas, no está claro que un, aparenten, pobre y humilde hombre sea el Señor y salvador del mundo.

Esa es la disyuntiva. Si esperamos un Dios poderoso que impone su poder y su fuerza, Jesús no responde a esas expectativas. Jesús es más bien un estorbo. Eso fue lo que pensaron muchos judíos de aquel tiempo, y también los romanos que ocupaban el poder de la época. Precisamente Pilato, irónicamente, le preguntó sobre su reinado.

Jesús, firme y seguro de su misión e identidad, respondió: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí». Entonces Pilato le dijo: « ¿Luego tú eres Rey?». Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».

El amor es el arma que Jesús pone en acción. Porque de no ser el amor, ni un instante le hubiese bastado para imponerse. Sólo con pensarlo estaría realizado. Jesús, cumpliendo la misión encomendada por su Padre, ha venido a redimirnos por amor y con amor. Su Reino, como nos ha dicho, es un Reino de amor, de justicia y de paz. Y Él es el ejemplo y la Víctima propiciatoria que nos redime y nos rescata dando su Vida por amor.

El Señor es nuestro único y verdadero Rey, y en Él ponemos todas nuestras esperanzas. Un Rey que nos habla desde el corazón, y que ha escrito dentro de cada uno de sus hijos la ley del Amor. Porque todos los hombres sentimos, deseamos y queremos amar.

sábado, 21 de noviembre de 2015

CUANDO ES EL AMOR LO QUE RIGE NUESTRAS VIDAS

(Lc 20,27-40)


La vida se nos escapa casi sin darnos cuenta. Se nos presenta larga en el tiempo, y, aparentemente, duradera, pero se nos esfuma en una abrir y cerrar de ojos. De cualquier forma, y, sobre todo, en los momentos difíciles, pensamos en la posibilidad de que aquí no termine la vida, sino que hay otra que se prolonga más allá de esta y que da sentido a esta poniendo las cosas en su sitio.

Hoy, el Evangelio, nos plantea ese interrogante al que es difícil, por no decir imposible, encontrar respuesta. No podemos entender, ni siquiera imaginar, cómo será la vida eterna. Menos aun, dónde y cómo estaremos. Lo verdaderamente importante es creer que el Señor volverá, pues nos ha dado su Palabra, para llevarnos a ese lugar que nos ha prometido.

A todo esto, Jesús nos adelanta en el Evangelio de hoy que la vida, allí donde Él nos llevará, no es como la de aquí. Los que seamos dignos de alcanzarla, contando siempre con la Gracia y Misericordia de Dios, no nos casaremos como aquí, porque allí no seremos igual, ya que somos como ángeles, eternos e hijos de Dios.

Difícilmente nos cabe eso en la cabeza, y menos podremos imaginar algo parecido. Todo lo que pensemos seguro que estará muy lejos de la realidad. Es una sorpresa agradable y maravillosa que Dios nos tiene reservada. Y, ante nuestras limitaciones, mejor es imaginar y esperar con la misma ilusión que los niños esperan los regalos de reyes.

Porque todo lo que viene de Dios es bueno y verdadero. Su Palabra se cumple siempre, y la esperamos confiados y esperanzados. Y eso es lo verdaderamente importante, la promesa de salvación eterna que esperamos, por la Gracia y Misericordia de nuestro Padre Dios, alcanzar en el momento final.

viernes, 20 de noviembre de 2015

SE INAUGURA UN TIEMPO NUEVO

(Lc 19,45-48)


El templo no es un mercado para hacer negocio. El templo no es un espacio donde muchos acuden a montar su tienda y obtener beneficios, aprovechándose del ritual y ofrecimientos de animales como sacrificio. Eso ya ha terminado. Se inaugura, con Jesús, un tiempo nuevo.

Se acabó el ofrecimiento de animales como sacrificio. Jesús, el Mesías enviado por el Padre, es la Víctima propiciatoria que paga, dando su Vida, por todos los pecados del Universo. Y con un sólo sacrificio la humanidad es redimida y rescatada del pecado para siempre. ¡Estamos salvados! Y ahora depende de cada uno de nosotros de dar la respuesta adecuada.

Y la respuesta adecuada es adecuar, valga la redundancia, nuestra sencilla vida a la de Jesús, y según Jesús. No se trata de inventarnos una vida según nosotros, y tomar algunas cosas que nos interesen de la de Jesús. ¡No!, se trata de vivir según su Palabra. Y eso supone ir adaptando y transformando nuestra vida según los impulsos del Espíritu Santo, que nos ayuda y nos dirige iluminándonos y dándonos sabiduría y fortaleza para superar todos los obstáculos y murallas que se levantan en nuestro camino para impedirnos avanzar.

Y el templo, el nuevo Templo, es la casa de oración, donde los que tratamos de seguir a Jesús buscamos un espacio, en silencio y en paz, poniéndonos en comunicación, en hilo directo, de corazón a Corazón, con el Señor Jesús. 

Es el nuevo tiempo que inaugura Jesús. Es la vieja y antigua ley, transformada y renovada para el hombre nuevo, nacido en el Bautismo, que proclama e inaugura Jesús. Pidamos entrar en el nuevo Templo que Jesús nos prepara y nos anuncia. Mi Casa es Casa de oración.

jueves, 19 de noviembre de 2015

LA PROFECÍA SE HA CE REALIDAD EN EL TIEMPO

(Lc 19,41-44)

Jerusalén no descansa. Desde el Rey David hasta nuestros días continua en guerra y enfrentamientos. Aquella profecía que Jesús dejo escapar de sus labios, que hoy nos dice el Evangelio, vemos que se vive en el día a día en Jerusalén: « ¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita».

Extrapolando Jerusalén al mundo en que vivimos, sobre todo a la Iglesia, el pueblo escogido, observamos que todo esto acontece. A pesar de los avances tecnológicos del mundo en que vivimos, el egoísmo de los hombres los enfrenta y los conduces a guerras y divisiones. Los últimos acontecimientos acontecidos en París, Líbano, desierto de Sinaí...etc., nos ponen de manifiesto, sin lugar duda, lo profetizado por Jesús.

El mundo, porque ha dado la espalda a Dios, vive sin paz. Este mundo que en aquellos momentos y en aquella época hizo lo mismo con Jesús, el Hijo de Dios. Y es que sin Dios no hay otro camino sino el que estamos viviendo: guerras y muerte. Afortunadamente, por la Gracia de Dios, continúa su misión la Iglesia, y en ella, por la presencia del Espíritu Santo, mantenemos la esperanza y el gozo de alcanzar la paz. Esa Paz que Jesús nos propone estando entre nosotros.

Y en esa alegría y esperanza caminamos entre el lodazal de envidias, odio, venganzas, guerras y muerte que, un mundo de espaldas a Dios cosecha, con la firme esperanza de la segunda venida del Señor, que pondrá fin a las injusticias y establecerá su Reino de justicia, amor y paz.