martes, 4 de abril de 2017

EN Y CON LA MISMA ACTITUD INCRÉDULA

(Jn 8,21-30)
No quieren dar el brazo a torcer. Sus razones son que no creen, porque no pueden alegar ni demostrar nada. Esgrimen que no creen y no atienden a razones. Es verdad que siempre hay dudas, pues se necesita fiarse de la Palabra de Jesús, pero hay razones para dejar hablar al sentido común y fiarse de él.

Porque, Jesús, es un Personaje histórico, y fue muerto, pero Resucitado. No se puede probar que ha resucitado, pero son muchos los que lo atestiguan. Pablo habla de más de quinientos -1ª Corintios 15, 4-6 -, y porque la Iglesia, su continuadora, se preocupa por el prójimo y su labor es única en el mundo. Nadie, aun proclamando paz y amor, tienen como misión fundamental amar a los demás como nos lo ha enseñado el Señor, enviado por su Padre.

Y nos manifiesta que todo lo que nos enseña es lo que ha recibido del Padre: «Desde el principio, lo que os estoy diciendo. Mucho podría hablar de vosotros y juzgar, pero el que me ha enviado es veraz, y lo que le he oído a Él es lo que hablo al mundo».  El problema es que no le conocen, no le entienden y no quieren saber nada de Él. Y es que, sabemos, a quien no se conoce no se puede querer.

El hombre es necio, y, con el tiempo se vuelve más necio. Sabe que hay un Dios, pero no quiere escucharle, porque quiere dirigir su propia vida. Quiere comerse la manzana a su gusto y como le apetezca. Y se justifica con la existencia de muchos dioses, pero a ninguno le hace caso. Porque, también sabe que sólo a uno puede obedecer, pues de no ser así sería imposible. Son autoengaños para justificar su necedad y distorsionar la realidad. Pero, ¿qué consigue con eso? Sólo engañarse, porque vendrán días y llegará la hora de su muerte, y, entonces: «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Ya os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que Yo Soy, moriréis en vuestros pecados». 

Pongamos nuestro corazón en Manos del Señor y hagamos el esfuerzo de, haciendo buen uso del sentido común, confiar en la Palabra de Jesús, nuestro Señor..

lunes, 3 de abril de 2017

TODOS PENDIENTES DE ÉL

(Jn 8,1-11)
La autoridad de Jesús atrae, y todos están pendientes de Él, que les enseña en el templo. Mientras, los escribas y fariseos traman la manera de comprometerlo para acusarle y dejarle en evidencias. Aprovechan el que una mujer ha sido sorprendida en adulterio, y se la presentan con esa intención. Quieren comprometerle y dejarlo en ridículo. 

Llegados a Él le dicen: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?».  Jesús, inclinándose, se puso a escribir con el dedo en el suelo. Ante la insistencia con la que le apremiaban, se incorpora y dice: «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra». E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra.

Ellos, sorprendidos por estas palabras empiezan a retirarse, comenzando por los más viejos. Parece lo más lógico y de sentido común, porque, posiblemente, serían esos, los más viejos, los que tendrían más pecados por su larga existencia. Sin embargo, lo que destaca por encima de todo es la gran Misericordia de Dios ante la intención de aquellos hombres de cumplir la Ley de Moisés y enfrentar a Jesús contra ella. Se olvidan del perdón y del amor.

Es esa, quizás, la gran lección que Jesús nos da hoy en el Evangelio. Descubrirnos como pecadores y necesitados de perdón. Porque todos lo somos, y, posiblemente, cómplices en los pecados de aquella mujer arrastrada a vivir de su cuerpo y el placer de los que la utilizaban. Y, Jesús, deja claro a lo que ha venido. No a condenar, sino a salvar. Y es lo que hace, perdonar a aquella mujer que, al final, no había sido condenada por nadie, pues enfrentados con nosotros mismos experimentamos nuestras pobrezas y limitaciones y nos descubrimos como necesitados de perdón y misericordia.

domingo, 2 de abril de 2017

PIENSAS QUE TODO FUE PREMEDITADO

(Jn 11,1-45)
Deduces, después de leer el Evangelio de hoy, que Jesús dejó pasar unos días, para que, muerto Lázaro, su amigo, su resurrección fuera signo y testimonio para Gloria de Dios. Todo lo ocurrido parece indicar esto. Y, realmente es así. La resurrección de Lázaro es un acontecimiento sorprendente y un signo de la Divinidad y el Poder de Jesús, el Hijo de Dios.

Lo normal y lógico es que el Evangelio termine diciendo lo que dice: Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en Él. Y es que no queda otra salida ni alternativa. Ante el hecho de la resurrección sólo queda decir "amén".

Por eso, se hace ininteligible e incomprensible que no se reconozca a Jesús como el Hijo de Dios, porque dar la vida a quien la ha perdido es solo un poder sobrenatural atribuido a Dios. Y nos llena de esperanza este esperanzador, valga la redundancia, pasaje evangélico donde Jesús, para Gloria de Dios, resucita a su amigo Lázaro. Pero, también, nos interpela y nos cuestiona nuestra fe. Igual que a Marta y María, Jesús nos pregunta por nuestra fe. Quiere llamarnos la atención y cuestionarnos nuestra fe.

Realmente, ¿creemos en Jesús, el Señor? ¿Y creemos que Él es la Resurrección y la Vida? Eso nos pregunta Jesús también a nosotros hoy, y también nos responde: «Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo». 

Y no sólo se queda en palabras y promesas, sino que con la resurrección de Lázaro nos deja su testimonio y el cumplimiento de su Palabra. ¡Sí, Señor, confesamos que Tú eres el Hijo de Dios Vivo, el Cristo que había de venir y que Vives y estás entre nosotros!

sábado, 1 de abril de 2017

JESÚS IMPRESIONA

(Jn 7,40-53)
No te quedas igual oyendo a Jesús. Su Palabra impresiona y mueve a un cambio. No resulta fácil y, es verdad, se inicia una lucha interior que se hace dura y molesta. Pero, la Palabra de Jesús invita a superar esas dificultades y a vencer ese desafío que el mundo, demonio y carne te presenta y te ofrece como alternativa.

Hoy, la presencia de Jesús nos interpela, y, si muchos la aceptan, otros la rechazan. Desconocen el origen y quién es Jesús. Ignoran las profecías que tienen todas cumplimiento en su Persona. Son los doctos, sabios y religiosos de su pueblo, por una razón xenófoba, Jesús no es judío, sino Galileo, y el clan del poder y de la seguridad dogmática de su tiempo se atrinchera y se defiende de la doctrina del Nazareno, que les incomoda (comentario de "Orar & Celebrar).

Muchas veces nos precipitamos, y la intervención de Nicodemo nos alerta y nos descubre la necesidad de reflexión. Posiblemente se debe al conocimiento que tenía Nicodemo de su contacto y encuentro con Jesús. Se hace necesario ser prudentes y reflexivos y no adelantarnos en tomar decisiones por anticipado, sobre todo, cuando no tenemos conocimientos y fundamentos para dar una respuesta razonada y meditada. Es, pues, conveniente hacer pausas en nuestra vida que nos den la posibilidad de razonar y madurar frente a la verdad que otros nos proponen.

¿No nos ocurre lo mismo en estos momentos de nuestra vida? ¿Cuántas luchas, divisiones, guerras y muertes por cuestiones xenófobas y racistas tienen lugar en nuestro mundo de hoy? Todavía siguen imperando nuestras ideas y verdades sobre las de los demás. Queremos imponernos y mandar, y rechazamos lo que nos digan otros.

De esta forma, muchos rechazan la Palabra de Dios. No, porque no la comprendan y asientan que es la verdad, sino que, dominados por sus prejuicios, soberbias y avaricias, quedan inmersos en la oscuridad y son incapaces de abrir los ojos y ver la Verdad.

viernes, 31 de marzo de 2017

JESÚS SE PRESENTA DE INCÓGNITO

(Jn 7,1-2.10.14.25-30)
La cuestión está en conocer al Pastor, al verdadero Pastor. Saben de donde viene Jesús y conocen a sus padres, pero ignoran quien lo ha enviado. A ese no le conocen. Y en eso consiste y está el secreto. Ellos se han formado una idea del Mesías que ha de venir. Han sido instruido en eso, y esperan y saben que el Mesías prometido nadie sabrá de donde es.

Por lo tanto, éste, llamado Jesús, no es el Mesías, pues sabemos su procedencia. Sin embargo, están confusos, porque lo ven hablando con total libertad y nadie le echa mano. Se preguntan si los sumos sacerdotes se han dado cuenta que es el Mesías, y por eso le dejan hablar. Y en esta confusión, Jesús se identifica como el enviado por el que es veraz, a quien ustedes no conocen. Yo, dice Jesús, si le conozco y es Él quien me ha enviado.

Querían detenerle pero nadie le echó mano porque todavía no había llegado su hora. La hora en la que Jesús, el Señor, se revela plenamente como el Hijo de Dios Vivo. Revela su Divinidad y su Misión. Se hace necesario, pues, encontrarse con Jesús, saber quien es y conocer que es el enviado, el Hijo de Dios. Y en eso, todos, tenemos gran responsabilidad. No sólo de darlo a conocer, sino reflejarlo en nuestra vida y conducta.

Porque cuando tratas de transparentar el amor de Dios, y eso se concreta en la vivencia de tu seriedad, tu honradez, tu justicia y tu generosidad, tu mensaje de amor llega al corazón del otro. Porque amar no son palabras ni emociones o sentimientos. Ni incluso buenos modales o afectos, sino respuestas de justicia, igualdad y verdad. Respuestas que hacen sentir a los otros gozo, alegría, comprendidos, bien tratados y en la misma igualdad. Porque todos somos hijos de Dios y queridos con el mismo amor.

No confundamos la buena educación, lo suave, lo aparente y bien presentado con el verdadero amor. Ambas cosas son necesarias, gustan y son de aprecio y buen gusto, pero "amar" es, realmente, tratarse en la verdad y justicia con auténtica misericordia.

jueves, 30 de marzo de 2017

TESTIMONIOS SOBRE LA DIVINIDAD DE JESÚS

(Jn 5,31-47)
Sabemos que no vale hablar de uno mismo, pues no tiene valor. ¿Qué vamos a decir de nosotros? Lo lógico es que nos echemos flores. Por lo tanto, es de sentido común que sean otros los que den testimonio de Ti. En el Evangelio de hoy, Jesús trata este asunto. El tiene el testimonio del Padre, que lo presenta y nos invita a escuchadle y hacer lo que Él nos diga en el momento de su Bautismo en el Jordán.

Y también tiene el testimonio de Juan el Bautista, que lo proclama como el que viene detrás de él. Y también las Sagradas Escrituras que transmiten su Divinidad, sus Obras y su encarnación. Jesús queda revelado por sus Obras. Pasa por este mundo haciendo el bien y todo lo que hace es para provecho y bien del hombre. Jesús es el Mesías del que se habla en la profecía de Isaías - Is 9, 7 -.

También hay otra manifestación que el Padre manifiesta claramente en el monte Tabor. Allí, Pedro, Santiago y Juan presencia y oyen la voz del Padre que lo presenta como el enviado y predilecto, y nos invita a escucharle - Mt 17, 5 -. Jesús es el Rostro de Dios, y su Padre da testimonio de Él.

Sin embargo, el pueblo se rebela y no cree en Él. Presenta incoherencia, pues mientras habla y tratan de seguir la Ley de Moisés, no creen en Aquel de quien Moisés escribe y les habla. Por eso, en el Tabor aparece Jesús transfigurado con Moisés y Elías. Así nos dice Jesús: «Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis. ¿Cómo podéis creer vosotros, que aceptáis gloria unos de otros, y no buscáis la gloria que viene del único Dios? No penséis que os voy a acusar yo delante del Padre. Vuestro acusador es Moisés, en quién habéis puesto vuestra esperanza. Porque, si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí. Pero, si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?».

A veces decimos cosas que se esconden en la incoherencia y mentira. Decimos que creemos, pero luego vivimos como si no creyéramos. Tratemos de reflexionar y transformar nuestras incoherencia en respuestas de verdadera fe y amor.

miércoles, 29 de marzo de 2017

IGUALADO CON EL PADRE

(Jn 5,17-30)
Jesús se descubre igual al Padre, sin lugar a dudas: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace Él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que Él hace. Y le mostrará obras aún mayores que estas, para que os asombréis. Porque, como el Padre resucita a los muertos y les da la vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere. Porque el Padre no juzga a nadie; sino que todo juicio lo ha entregado al Hijo, para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo no honra al Padre que lo ha enviado. En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida. 

Poco hay que decir a esto que nos comunica Jesús. Queda muy claro que Él y el Padre son uno mismo. Y no se puede decir ni mejor ni más claro. Los judíos entendían lo que decía y, por eso, querían matarlo, porque llamaba a Dios su Padre haciéndose igual a Él. Y ese rechazo de su pueblo es lo que le lleva a la Cruz.

Jesús y el Padre son uno mismo. Jesús no puede hacer nada que no vea hacer al Padre. Ambos están sincronizados, por decirlo de alguna manera, y, siendo Personas distintas, tienen la misma naturaleza divina. No se puede separar al Hijo del Padre. De ambos viene el Espíritu, que nos acompaña en nuestro camino hacia la Casa del Padre. Tres Personas en un sólo Dios.

Sin embargo, lo importante es quedarnos con esto, con lo que verdaderamente importa, porque es, en resumen, lo que queda y vale: «En verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo, y le ha dado poder para juzgar, porque es Hijo del hombre. No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y saldrán los que hayan hecho el bien para una resurrección de vida, y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de juicio. Y no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado».