martes, 13 de septiembre de 2022

LA MISERICORDIA DE DIOS, NO SOLO NOS PERDONA SINO QUE NOS SALVA Y NOS DA LA ETERNIDAD.

 
Lc 7,11-17
Esa es nuestra esperanza y lo que nos empuja a darle sentido a nuestra vida. Un sentido donde el amor es el centro de ella. Un amor nacido, no del mundo, sino venido de arriba e injertado en nuestro corazón que, a pesar se estar herido por el pecado original, tiene la promesa misericordiosa del Amor de Dios que le salva y le da vida eterna.

No son ideas o deseo imaginados o que nos gustaría que fuesen realidad. Son deseo reales y promesas que nuestro Señor, el Hijo de Dios Vivo, nos las hace y nos las demuestras como nos lo cuenta el Evangelio de hoy: Lc 7, 11-17. Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.
Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y…

Nos lo dice con hechos probados. Tiene poder sobre la muerte y quien cree en su Palabra, nos lo ha dicho, tendrá vida eterna. Ahora, es cuestión de fe. Supongo que en ese momento histórico hubo mucha gente que presenció ese hecho de la resurrección de esa viuda de Naín, y creo que muchos se habrán convertido. De eso estoy seguro, pero, también pienso que otros muchos no. El diablo sabe hacer bien su trabajo y ciega a las personas que no abren su corazón a al verdad.

Jesús es el Señor de la Vida y la muerte y quien cree en su Palabra tendrá Vida Eterna. Su Misericordia es Infinita y, no por nuestros méritos, sino por su Misericordia, resucitaremos para gozar en su presencia de la Felicidad Eterna.


—¿Qué te parece, Pedro, y qué pasa por tu cabeza? —Preguntó Manuel.

—Dentro del hombre y la mujer hay un deseo, en lo más profundo de su corazón, de perpetuarse y de vida eterna. Eso es evidente, por tanto, pienso que lo lógico y de sentido común es que haya otra vida.

—La Resurrección de Jesús es la prueba fundamental de nuestra fe. Aparte todas esa resurrecciones, como a la que nos referimos hoy, que dan testimonio de su Poder y Divinidad.

 

Sí, Jesús Resucitó. Es verdad que no podemos demostrarlo categóricamente, pero, tampoco nadie puede desmentirlo ni probar lo contrario. Sin embargo, su Resurrección ha sido vista por muchos que estuvieron con Él durante cincuenta días ante de su Ascensión a los Cielos. Y, luego, anunciaron su Palabra y Resurrección hasta el extremo de dar su vida. Y hasta hoy muchos siguen haciendo lo mismo y entregando sus vidas.

lunes, 12 de septiembre de 2022

LA FE SE NOTA EN LA ACCIÓN

Cuando actúas y te mueves, ¿a qué se debe? Responderás que alguien te ha movido a buscar y a ponerte en camino de conseguir eso que has sentido o has descubierto. Es la fe la que te pone en movimiento y en acción. La fe en aquello que descubres y que piensas que necesitas y te va a salvar.

Supongo que eso fue lo que sintió aquel centurión, cuya respuesta a la decisión de Jesús de visitarle y sanar a su siervo, se repite a lo largo de los siglos en la celebración Eucarística. Apreciaba a su siervo y se preocupó por su salud. Ese aprecio – amor – se notó en su preocupación e interés en ayudarle. Y no se quedó tranquilo hasta agotar todas sus posibilidades. Enterado de la cercanía de Jesús, mandó a pedir su intervención. Creyó que Jesús podía sanar a su siervo y, tanto fue así que considerándose indigno le pidió que desde su lugar, solo con unas palabras, podía sanarlo.

Esta es la historia que hoy nos narra el Evangelio. Un día más de los que vivió Jesús en su Vida, y un día más donde manifestó su amor misericordioso a los hombres de toda condición. Un día más donde nos mostró el Camino, la Verdad y la Vida, y nos enseñó que amar es lo verdaderamente importante.
 
—Es evidente —dijo Manuel— que la fe se demuestra actuando. Porque, de nada vale decir que creo, pero no me muevo de mi situación y estado propio. Creer invita a andar, a moverse y a actuar. Actuar, según la Palabra y Voluntad de nuestro Padre Dios, por amor.

—Estoy de acuerdo —respondió Pedro. De nada vale decir una cosa y, luego, hacer otra. Digo creo, pero hago lo que creo.

—La fe exige obediencia, porque, obedecer, supone creer en aquel que te manda a actuar de una manera concreta.

—Y porque experimentas que eso que te manda es lo bueno, lo que construye y vale para hacer el bien.

domingo, 11 de septiembre de 2022

TÚ VALES LA PENA

Lc 15, 1-10

Si has sido creado es para que seas eternamente feliz. Si bien, primero hay que pasar por la prueba de la fe. Por y para eso has sido creado libre. Libre para elegir el camino a seguir: la vida o la muerte; la salvación o condenación eternas.  Tú, también yo, tenemos la palabra y esa posibilidad de elegir.

Dios no te deja solo, te busca y te rescata. Eres la oveja perdida por el pecado que Él llama, busca y salva entregando su Vida por y con amor misericordioso. La parábolas que hoy narran el Evangelio – la oveja y moneda perdida – dejan meridianamente claro lo que nuestro Padre Dios ha hecho con cada uno de nosotros y para lo que ha enviado a su hijo a este mundo.

Dios no se cansa de esperarte. Lo hace pacientemente esperando tu conversión, tu respuesta afirmativa y tu escucha atenta y obediente. Por y para eso te busca y entrega su Vida. Quiere lo mejor para ti y llevarte a su Casa para que goces eternamente a su lado. Te busca constantemente y sale a tu encuentro y sin reproches. No pienses que Dios te va a reprochar tus pecados, tu indiferencia y desplantes. Nada de eso. Dios se olvida de todos tus pecados y te llena de besos y abrazos. La parábola del Padre misericordioso o hijo pródigo lo expresa claramente.

 

—¿No te parece un privilegio inmerecido, Pedro? —comentó Manuel.

—Totalmente, y, además, incomprendido. Es un misterio que sin merecer nada Dios nos quiera y nos dé tanto amor y misericordia.

—Creo que no somos consciente de esa suerte y posibilidad que tenemos. Y, pienso, que el diablo tiene la culpa —respondió Manuel. Por eso, si no estamos en Xto. Jesús quedaremos a merced del demonio.

sábado, 10 de septiembre de 2022

¿DÓNDE ESTÁ EDIFICADA TU VIDA?

Quizás no te hayas hecho esa pregunta o no le hayas dado importancia. Tu vida resistirá las tempestades si está bien apoyada. Por tanto, conviene darle respuesta a esta pregunta y edificar tu vida sobre roca solida para que las tempestades, de tu propia vida, no la derrumben. Ahora, se trata de buscar esa roca solida que resista esas tempestades, y no es cuestión fácil. Primero: porque no se encuentra en este mundo; segundo: porque hay que abrir los ojos del alma y levantar la mirada para encontrarla.

Esa Roca que buscamos está tan cerca de ti que quizás sea ese el problema de no verla. Está dentro de ti, en lo más profundo de tu corazón como un Tesoro escondido que, descubierto, te dará la fortaleza y la consistencia para superar todas esas tempestades que la vida te presenta. Es la sustancia de la que está hecha tu corazón – el amor – donde tendrás que apoyar tu vida. Un amor sostenido en el Amor Misericordioso de Dios. En Él encontrarás la fortaleza para resistir todos los embates de la vida.

Y estando en Él tus frutos serán buenos. Porque, cuando es el Amor de Dios lo que inunda tu corazón, tus frutos será productos del amor bueno y misericordioso semejante a Dios. Pero, si dejas que tu corazón lo inunde el mundo, demonio y la carne, tus frutos serán dañinos y reflejos de esa maldad perversa que se instala dentro de tu corazón.

 

—Es así, el mal nace en el corazón del hombre. Un corazón que se deja arrastrar por la concupiscencia, las pasiones, las riquezas y el afán de poder —comentó Manuel.

—¿Y por qué ocurre eso? —preguntó Pedro.

—Porque nacemos manchados por el pecado original. Nuestra naturaleza es débil y fácil de ser seducida por el pecado, y de nos estar bien posicionado y fundamentado en el Señor, te seduce y te arrastra al mal.

—Conviene entonces no descuidarse y permanecer junto al Señor.

—Ser constante y perseverante y confiar plenamente en Él, aunque vengan tiempos malos. En y con Él superaremos todas las tempestades.

viernes, 9 de septiembre de 2022

PRIMERO, MÍRATE A TI MISMO, PARA DESPUÉS AYUDAR A TU PRÓJIMO.

Lc 6,39-42

Es una tendencia natural, vemos primeros los defectos del otro que los míos propios. Es una inclinación humana propiciada por nuestro pecado original. Nacemos manchados y, aunque el bautismo nos limpia, la tendencia propia es volver a caer. Con esto se pone de manifiesto nuestra debilidad. Necesitamos ayuda, pero no una ayuda cualquiera, porque las ayudas de este mundo están también manchadas y marcadas con el mismo pecado. Necesitamos una ayuda que venga de arriba, de otro mundo. Necesitamos la Gracia del Espíritu Santo que, desde la hora del bautismo nos auxilia, fortalece y ayuda para combatir las malas inclinaciones de nuestra naturaleza herida por el pecado.

Por todo ello, se hace necesario primero mirar para ti mismo y sacarte la viga que le impide a tu ojo ver claramente, para, luego, limpiar quizás la mota del ojo de tu prójimo. La humildad es la medicina que cura tu prepotencia, tu ignorancia y tu perversidad. Porque, mientras te creas sabio, prepotente esconderás dentro de ti esa perversidad que te inclina a hacer el mal o a no mirar con bondad y amor misericordioso a tu prójimo.

Por tanto, nunca permitas que tu guía sea otro ciego como tú, porque, de ser así lo más probable es que los dos caigan en el hoyo y se pierdan. Pero, es evidente, que para ello, primero conviene limpiar bien tu viga y, limpio, ver con claridad de quien te debes fiar y dejar guiarte. De esa manera podrás tú también, injertado en el Espíritu Santo, guiar a otros al buen redil.

 

—La ignorancia es mala compañía —argumentó Manuel. Es como permitir que otro ciego – ignorante como tú – sea tu guía. Por tanto, el mundo, que guarda mucha ignorancia, no debe ser nunca tu guía, por guiado por el mundo perderás tu don más preciado, el alma. Y las consecuencias será irreparables.

—¿Y qué hacer al respecto —preguntó Pedro.

—Simplemente, ponerte en manos de quien es el Camino, la Verdad y la Vida. Solo Él te guiará por el camino que lleva a la salvación.

—¿Y dónde está ese Camino, Verdad y Vida?

—Búscalo en la Palabra de Dios. Allí verás como limpiar primero tu ojo, para, luego, limpiar el de tu prójimo.

jueves, 8 de septiembre de 2022

MARÍA, MADRE DE DIOS

Nunca, a una madre, se puede pasar por alto. Y, menos, cuando se trata de hablar de María, la Madre de Dios. Ella interviene, de manera muy importante, en el plan salvífico de Dios. Es la Madre que da su vientre como cuna para la gestación y, posterior venida, de Jesús, el Hijo de Dios, a este mundo. Una venida que, pensada por el Padre, tiene como misión nuestra liberación de la esclavitud del pecado.

El Evangelio de hoy deja claramente expuesto la descendencia de Jesús de la casa de Jacob a través de José, el esposo de María: (Mt 1,1-16.18-23): Libro de la generación de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham: Abraham engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob, Jacob engendró a Judá y a sus hermanos. Matán engendró a Jacob, y Jacob engendró a José

La importancia de María en la obra redentora de Dios es de grande. Ella, elegida para ser la Madre del Mesías prometido, abre su corazón a esa elección con una actitud de disponibilidad plena a la Voluntad del Padre. Por supuesto, hay dificultades que van descubriendo y confirmando esa respuesta y compromiso de María a la elección de Dios. Dificultades que dejan esa respuesta de fe y compromiso al descubierto como testimonio de su sí a la Voluntad del Padre. María es un ejemplo de Madre que sigue a su Hijo hasta el pie de la cruz y hasta el extremo de, también, entregar su vida.

María es la Madre de las madres, la Madre de todos sus hijos y la Madre que nos señala e indica el camino para llegar al encuentro con Jesús, el hijo de Dios que como fruto de su vientre, nos trae la salvación eterna. Ella es el inicio de la Obra Redentora del Padre por Amor y la puerta por donde Dios, encarnado en Naturaleza Humana se hace Hombre. Ella es la Madre que abre paso a los primeros pasos - valga la redundancia - del Mesías prometido. Y ella, es la Madre que, tras la Pasión y Muerte de su Hijo, nuestro Señor, inicia también la andadura de la Iglesia junto a los apóstoles. María, Madre de Dios y Madre nuestra.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

¿QUÉ BUSCAS, FELICIDAD?

(Lc 6,20-26

Es lo que todos buscamos, ser felices. Pero, ¿qué felicidad buscas? ¿Una felicidad que simplemente te deje contento y con la que te sientas bien, pero no plena? Porque, quizás podemos conformarnos con poca cosa cuando nuestra aspiración debe ser máxima. Y es que estamos invitados y llamados a ser plenamente felices. El Evangelio de hoy nos lo dice claramente: (Lc 6,20-26): En aquel tiempo, Jesús alzando los ojos hacia sus discípulos, decía: «Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios. Bienaventurados los que tenéis hambre ahora, porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora, porque

¿Y sabes que significa bienaventurado? Quiere significar y decir: “Felices”. Felices cuando tengamos un corazón pobre de espíritu, es decir, humilde, generoso, solidario, compasivo, comprensivo, misericordioso, bondadoso, suave y bueno. Dichosos y felices los que padecen hambre y sed de justicia porque llegará el día de que serán saciados. Dichosos los que…

Sí, seremos inmensamente dichosos si, abiertos a la acción del Espíritu Santo, vivimos en el amor misericordioso que Jesús, de parte de su Padre, nos promete, nos enseña y nos señala. Él, con su Vida y sus Obras es el Camino, la Verdad y la Vida. Por el contrario, los que buscan en este mundo esa felicidad, la perderán para siempre. Primero, porque en este mundo no la encontrarán plenamente, y segundo, porque ya han tenido su premio en lo poco, muy poco que aquí, en este mundo, han disfrutado.

 

—Está claro —dijo Manuel. Todo lo que aquí se disfrute de manera egoísta y pensando en ti mismo, lo tendrás que reparar en el otro. El amor que te guardes para ti mismo se volverá contra ti en la otra vida.

No se trata de buscar el hambre y la miseria, sino de compartir esa abundancia y felicidad que tú encuentras aquí con el que no la tiene y carece de ella. Porque, todo nos viene dado gratuitamente de nuestro Padre Dios. Luego, si a ti te sobra, comparte con aquel que le falte; llora con el que sufre…

—Creo que es ese el sentido —agregó Pedro. No es cuestión de sufrir, sino de compartir para evitar que otros sufran. Incluso, hasta el extremos de compartir el sufrimiento. Eso es dar la vida por el otro, tal y como la ha dado Jesús por cada uno de nosotros.